ACERCATE
DIACONO (iste confesor I)
(Continuará)
¿Había
o no había Purgatorio? Claro que no pero aquellos sufragios habían sido la vida
de la iglesia desde los siglos medios. En el negocio de la muerte se instalaban
los vivos. Y, si alguien protestaba,
decían:
Aquel anciano de voz dulce al darle la diaconía le había hecho
participar de esa visión del mundo nuevo, de ese concepto de servicio y de
entrega, que era el sacerdocio y que él ahora arrastraba en sus malos pasos por
lupanares, tascas, mercadillos y hospitales. Fuerza de la gracia del Espíritu Santo
que a veces va por arriba y a veces es dinamismo que no se ve pues va por
abajo. Muchos son los llamados pocos los escogidos pero él había sido elegido.
Pertenecía al Cenáculo. Estuvo en la fracción y metió la mano en la llaga. Ah
Jerusalén, lejana abroquelada en sus normas y sus principios atada de pies y
manos a las filacterias. No había tabernas para echar un trago, ni bailongos y
discotecas, sólo templos y soldados con metralleta.
Todo aquella serie de normas legalistas
fariseas, todas aquellas trampas saduceas, que ataban a los seres humanos de
pies y manos eran de lo que vivían los levitas y la corbona de las monedas de
la ofrenda. Creían andar por la libertad y vivían encadenados no sólo a sus
pasiones y a sus vicios sino también a sus mentiras y cambalaches perfectamente
legales y democráticos. Sí, se lavaban las manos hasta setenta veces al día
pero las tenían manchadas de sangre; rezaban la Shemá pero aquellas palabras
al desgaire no eran la verdadera Shemá de Israel. Abrid Señor mis labios para
que cante todos tus salmos. Yahvé apenado y dolorido miraba para otra parte
ante las reverencias e inclinaciones de aquellos adulteras. Eran los que
apedrearon a la pecadora. A Él quieren despeñarlo desde el pináculo de su
sinagoga y eso que eran paisanos y conocidos ¿qué harían con Él si fueren
extraños?
En tonos tan escogidos como el ferial y el
mayestático cantaban los himnos procesionales. En el unda maris de aquellas
letanías venía después el paso y era nuestro querido profesor de Lógica el
querido don Chespi alias Chepillas o don
William pues era inglés y había nacido en el mismo pueblo que el Cisne de Avon,
no había perdido su acento cockney hablaba lanzando muchos perdigones y
escupitajos mientras explicaba a Aristóteles. A los de los bancos de delante
los ponía hechos unos cristos con sus silogismos que llegaban de rebaba.
Don
Fausto, cansado, pues había visto mucho, y no se asustaba de nada y menos de
los pecados que algunos creían muy gordos y a él le parecían menudencias
disparos de un 635, la pistola que tira tiros de señoritas, él que estaba
avezada a escuchar la música tremebunda de los organillos de Stalin o los cañonazos del “Abuelo” una batería de costa
que tenían los rojos defendiendo las posiciones de la universitaria los
milicianos y que lanzaba peladillas que dejaba unos embudos de veinte metros. Pum.
Pum. El silbido de las balas y el rasgar del aire de los pacos no eran lo que
se dice música celestial. Los pecados de sus penitentes sí. Las mismas
monsergas, la misma canción guerrera. “¿Y que me dicen estos? Que se la
machacan cuando se les pone gordas, que se quieren tirar a la maricarmen la
mujer del vecino, o si les aprieta el deseo montan a su pollina en la cuadra,
la que se tira pedos. Los cagamentos que cuando se dicen no se mira al cielo no
ofenden a Dios. Y dicen que van al baile a restregarse y arrimar el material,
que juran y blasfeman que no van a misa los domingos, que en unas vísperas
estando borrachos pincharon a un bravonel que les quería quitar la novia o se
jactaba pregonando que las mozas de su pueblo Escarabajosa de Abajo eran
mejores que las de Escarabajosa de Abajo. Celos y procelas. Tormentas en una
taza de té… Y que le birlaron a un tendero toda la caja, que por una parcela y
un mojón le metieron en el culo toda una perdigonada cuestión de lindes y demás
perendengues. Y así sucesivamente. ¿Bueno y qué? Siempre fue así, nunca
cambiamos.
En
la tarde de confesiones, se retrepaba en
la balda y pensaba en los haces de sus campos de Transpinedo, en sus viñas y en
sus parvas en sus conejos y en sus liebres en sus trojes y en sus viñedos de
albillo que daban muchas cantaras de vino del bueno, vino de la ribera. No
escuchaba mucho al penitente con una oreja al penitente y la otra en sus
galgos. Cuando confesaba pensaba irremisiblemente que mañana tenía que ir de
caza. Porque todo era lo mismo. Los escrupulosos no podían confesarse con don
Fausto porque les cortaba en seco, trataba a batacazos a las mujeres. Aquí no
estoy yo para escuchar rollos ni para guardar perros señora. Si te pega su
marido no sea tan puta y si se emborracha todas las noches, llévale por buen
camino, hazle que vaya a misa y al rosario, que confiese y comulgue por pascua
florida y si no, pues aguantoformo. El cielo es camino de abrojos. Aquí estamos
siempre de duelo.
No
en vano y acaso justamente ya en aquellos tiempos se había ganado el lauro de
machista ya en aquellos tiempos cuando aun en el mundo el feminismo no había
asomado la oreja ni había hecho acto de aparición lo que llaman violencia de
género. Hoy no se opera con cloroformo ni es muy popular el aguantoformo. No
nos aguantamos a nosotros mismos y claro así está el patio.
- ¿Cómo es que te lavas?
- No estoy limpio, patriarca.
El
agua seguía manando, chorro de linfa, produciendo un sonido acariciador de
brisas mañaneras y murmurios de rosario. Allá adentro en el templo mariano
sonaban las melodías de la
Salve. Cantaban cuatro viejas corobinas que habían madrugado
para el rosario de la aurora que se celebraba todos los miércoles. Misterios
gloriosos. Se escuchaban las codas rezagadas pero tiernas del Amante Jesús mío
y Sálvme Virgen María.
La
tranquilidad del aire mecía los pámpanos pues ya era a finales de verano...
Arriba sobre las rocas grajeras las chovas iniciaban sus laudes saludando a la
alborada. Desde alto de aquellas peñas encaramadas los impíos que en esta vida
nunca faltan habían defenestrado a la Despernada pero la dulce Raquel a la que el
sanedrín de Corobias acusaba de adulterio pidió a la Señora que la salvara. Una
judía siempre tiene que echar una mano a otra judía y no era solo judía era
tambien mujer formada del barro de Adán. Sopló Dios sobre el lemo y surgieron los
senos amamantadores, el cabello hermoso y tentador, las piernas deslumbrantes,
el bello púbico centinela del vientre y cancela de la pasión. En su boca puso
sonrisas arrobadoras y una lengua falaz, melodiosa voz de Circe y las sirenas
desde aquel día se peinaban entre las rocas llamando a los incautos marineros a
la sima y puso también en su lengua devoradora de hombre el aguijón del
escorpión y la sinuosidad de la serpiente. Eva se parecía unas veces a la
animadora rubia de bote que en el salón de baile los domingos cantaba desde el
estrado canciones americanas imitando a Marylyn Monroe y otras veces era la
viva imagen de una vestal caladas sus túnicas transparentes técnica de paños
mojados que ponía a los soldados de un regimiento de caballería alcalino como
una moto
-Acércate diacono
-Adsum
-Hoy hacen falta diáconos como tú.
-¿Quiere Su Beatitud que entonemos el Evangelio en fa
bardón?
-Eso es para eso te llamo.
-Os asiste el numen del Espíritu. Os
defiende la espada de san Miguel.
Y
así la formula –diakon prestupiti- se repitió hasta tres veces según la norma
de la vieja liturgia greco-bizantina y el diacono pudo entrar por la cancela de
la puerta de los dones portando el pan y el vino que lavaron la culpa. Se le encogieron
un poco los ánimos pues magna era la misión que le encomendaba el obispo. Nada
menos que proclamar la verdad a unas gentes que se alimentan de mentiras, lleno
de peligros y de testigos falsos. Pero bebió del agua de vida, le vino bien
aquel lavacro después de una noche insomne rodeado de magdalenas y de moritas
que suspiraban por el regreso a su tierra de la cual les desarmaron los
desalmados que habían resucitado las viejas costumbres medievales de ominoso
tributo de las cien doncellas o de la usura. Los del City Bank cobraban una
tasa de atraso de hasta el 30 por ciento.
-Si yo soy Lorenzo. Aquí está tu diacono
-¿Podrás beber del cáliz que yo he de
beber?
Sintió
que aquella voz poderosa le convocaba a altos destinos y se sentía casi sin fuerzas. Pero dicen que la
fortuna ayuda a los audaces. Y como el aposto Pedro, que fue a Roma al encuentro
de su martirio él subía a Corobias para ser crucificado.
Vio gatear hasta los escarpes del alcázar la
sombra de Judas. Bien sabía él que era demonólogo que al diablo le privan los
pináculos, anda siempre por las chimeneas y por aquellos lugares donde observe
sin ser visto. Ojo que las paredes oyen.
-Pedro llévame contigo yo tambien quiero
ser crucificado y que me pongan boca abajo pues no soy digno por mis pecados y
negaciones de recibir la corona de pie sino al revés.
Tomó
el nazareno y ya atravesaba los puentes de desafiantes tajamares del Rasemir y
del Eresma mientras los impíos celebraban parlamento en lo alto de una peña
sobre el caso de la adultera. Unos decían que arrojarla desde la cumbre del desfiladero
y otros que arrastrarla de la cola de una yegua pero el más viejo de aquel
concilio de Anases y Caifases aseveró suspender la ejecución hasta el día
siguiente.
-Hoy es sábado, hermanos, y no es bueno
que en sábado se vierta sangre. Lo dice la Ley.
En
estas estaban cuando el marido que se encontraba en el tribunal pues fue juez y
parte que por lo visto se lo había montado con un capellán optó por la salida
más expedita. Fue aquel Jacobo el que empujó a la pobre muchacha al vacío.
Raquel amante de su capellán se había hecho cristiana y rezó a la Virgen mientras su marido
la insultaba como un poseso…. Puta…. Puta fornicadora... recibe el castigo.
Entonces bajaron los Ángeles y tendieron sus alas de pluma como colchón de
salvación y la Despernada
salió indemne, superó la ordalía. Resulta que era inocente. Desde aquel día
aquel paraje se llama el de Esther o María del Salto que es así como lo
conocemos los corobinos muy devotos siempre de la Madre de Dios. Ella vele los
pasos del pueblo judío y procure su salvación. Mientras tanto los ángeles del
cielo entre las melodías de las chovas y el reír de los jilgueros acometían el
canto del Querubín que es bálsamo de añoranza del cielo a los que lo escuchan:
-Diacono, acércate.
-Da. Sí, señor, aquí me tienes.
Y
en esto diciendo ya estaba ante la plaza del seminario, temblándole el alma de
añoranza y de piedad.
No
bien había concluido sus abluciones en aquella fuente de tres caños, gluglú
sedante e infinito bebiendo a morro, tragos que confortan las entrañas, tantas
veces abrevada pero la sed no se le acababa, fuente inextinguible –había una
cruz de piedra sobre el brocal- y de que despachara con buenas palabras al
padre Cantamañanas que se volvió a la
gloria el hombre con las inflexiones y ladeamiento de los palomos cojos,
bastante penitencia llevaba pero el querido reverendo padre jesuita se salvó a
trancas y a barrancas, el que soba no mata, a dar a los ángeles puericantores
sus dulces charlas vio otra sombra como la de un obispo vestido de pontifical
pero este obispo gastaba barbas y sus ropajes y su capa pluvial recamadas de
oro evidenciaban la pompa del rito oriental. Pudiera ser san Vicente. Pudiera
ser san Atanasio. Pudiera ser san Nicolás en persona o pudiera ser el propio
patriarca Alejo el que le impuso las ordenes sagradas una mañana alegre de mayo
en Londinum, cruzó las estola sobre sus hombros y le dio la facultad para
portar la eucaristía y salir con ella a bendecir con el humeral y las hijuela
tras la puerta de los dones. Atar y desatar. Supo, y desde aquella imposición
de manos, lo tuvo bien aprendido que nadie se puede atribuir sin blasfemia la
potestad de representar a Cristo en la tierra, que el tufillo de la clerigalla
católica es hediondo, cruel y malvado y que muchos diablos pululan por el
Vaticano vestidos de cleriman o de sotana y que en el cupo los había ñoños,
pederastas, maltratadotes del alma y que los obispos, alimentados de tocinillo,
practicantes de una moral hipócrita, se habían hecho secuaces de la impostura,
y él, recién ungido de diacono, iba en pos de las banderas de la verdad, que en
Roma en los últimos papas había habido uno Pablo VI que murió loco o acaso
endemoniado, que a su sucesor que sólo pontificó 29 días lo envenenaron y subió
a la catédra de san Pedro un polaco con maneras de gauletier nazi que iba a
sustituir la religión de la
Salvación por la del Holocausto, el que puso la Iglesia a los pies de los
caballos. Él siguió muy de cerca las visitudes de aquel pontificado plagado de
megalomanías y de una soberbia eclesial que desconocía fronteras. A su muerte
vendría un bávaro de origen judío que había militado en las Juventudes
Hitlerianas. Hablaba con una voz amanerada y muchos de su corte papal
murmuraban si no tendía Su Santidad un poco de ramalazo. Fue cuando estalló el
escandalo de los curas amariconados, ebofílicos y de grandes abusadores. El
estigma de la mentira católica saltaría a la luz porque no se pueden ocultar de
tapadillo las inclinaciones perversas. Leva de curas maltratadotes, abusones,
camándulas, malas personas y gente poco de fiar. Él ya estuvo en autos de lo
que pasaba porque había leido AMDG de don Ramón Pérez de Ayala. Narrando las
vilezas que se cometían con los educandos en aquel internado de Gijón. Nunca le
comprendieron, lo maltrataron y cuiando fue a pedir ayuda le cerraron la
puerta. Pero Cristo cuya ternura y misericordia eran infinitas se había apaidado
de él y le había permitido acercarse a aquella fuente que restañaba su sed de
amor hacia el género humano, mientras sus compañeros eran enviados a parroquias
de la sierra donde tenían aventuras con la mujer de algún carretero o le
tocaban la pilila a la rajita a algun niño/a de la catequesis. Cuando se
enteraba el obispo todos a tapar tierra al asunto y el interfecto era
trasladado de parroquia o lo enviaban a misiones.