PUNGENTES MEMORIAS
Va para medio siglo de todo aquello el Londres del finiseculo, éramos
felices a nuestra manera con nuestros hornillos de gas y el vasar en la scullery (fregadero) la fresquera y la
trascocina la bodega donde yo guardaba el telex y al fantasma del conde Kelly.
Daba los suspiros últimos lo analógico y avanzaba con la furia del caballo del
Apocalipsis, briosa, la yegua de la digitalización insolente. Trump era un
macarra que se beneficiaba a las gogós de Studio 54, Johnston era un adolescente
escocés que se hacía pajas en Oxford y Putin era un modesto oficial de la KGB. Yo
amaba y sentía pavor ante aquel trasto antidiluviano que guardaba en la
"cellar" bodega un cuarto con fantasma, consumí muchos rollos de
papel injertando mis comunicaciones con Madrid. Todo ese mundo lo traté de
exprimir en mi novela “Corresponsal en
Londres”. Yo viví aquí, dormí con muchas mozas muchas noches. El piso fue
un harén y un monasterio algunos me envidiaban por ello y todavía siguen ternes
erre que erre. Es bueno tener enemigos para decirles hola que os aplaste una apisonadora
que os folle un buey. Los puros que yo me fumaba (aún recuerdo su vitola:
panatelas), necesitaba humo para despachar la crónica, me daba miedo el futuro
y me aferraba al presente. Una bañera etrusca valía para que se bañase un turco
una vez resbalé y rompí una costilla cuando cambia el tiempo aun me duele.
Igual que al Dr. Freud a mí me han gustado siempre los bajos y los sótanos
nunca viví en las azoteas. Ella nunca volvió y el tiempo se fue. Viví los 70 en
blanco y negro fui un chico con suerte. Una diosa alta y fuerte como una
cariátide de mí cuidaba. Pudo ser la Virgen María que yo tenía a la cabecera de mi camastro en la
mesilla de noche.