EL SATIRICÓN
Comamos y bebamos que mañana moriremos. Vuelven al mundo las
viejas costumbres incineradas de la gula. Yo era el farolero de la puerta el
Sol cojo mi guitarra y enciendo el farol. Y ahora soy masterchef. Las
distribuidoras grandes radicadas en una Jerusalén que no existe nos marcan
página acerca de lo que tenemos que comer, lo que hemos de leer, cuantas horas
tenemos que correr y a qué horas ir al mingitorio.
De grandes cenas están las sepulturas llenas. La buena cocina es
una obsesión de esta tripera sociedad, a todas horas mirándose el ombligo.
Cagar alegres y jiñar contentos. De acuerdo, tío, pero hazlo dentro.
Es obsesión de los nuevos césares la mala literatura. Fui el
otro día a la sección de librería del Corte Inglés y allí me encuentro con los
autores de siempre. Cualquier pedorra que sale por la tele cinco minutos ya
tiene derecho de pernada en las grandes editoriales controladas por
cavernícolas del mundialismo antiestético y feísta. A la venta libros malos de
Isabel San Sebastián, Cristina López Schlichting, la cual nació en un cuartel
de la Benemérita y parece que se la ha olvidado y otras muchas maripavas. El
buen arte de la literatura, el gran discurso, ha sido enterrado a hachazos por
estos nuevos tribunos y tribunas de la plebe que nos han impuesto desde arriba
los dictadores feministas y hasta estas autoras noveles son entrevistadas por
el Dragón. Así que aburrido y cautivo y desarmado el ejército rojo, me refugio
en los clásicos. He vuelto a leer en su lengua original a Petronio. El Satiricón
su obra mayor me reconcilia con la vida y con la Roma.
Decía Ernesto Giménez Caballero que cuando llegaba a Roma
le entraban ganas de gritar madre. Madre, ay, madre, no quiero vivir en esta
España empedrada de pedos mediáticos, pedorros y pedorras que se van sin decir
adiós para que huela a rayos en la habitación del castillo. Chicas de la tele
muy monas en apariencia y requete-maquilladas, luciendo tocados impecables pero
todas homologadas e iguales. Son las sacerdotisas del 666 anunciante y
debelador. Forman parte de la clonación que propicia el anticristo que habita
entre nosotros. A Mr le cuelgan cada vez más las corbatas psicodélicas tan
largas que se hunden por su bragueta y sobrepasan los cojones que deben de
estar yertos, septuagenarios. Por eso ya digo que le cuelgan. Así que en alas
de Morfeo huyo al capitolio. El Satiricón me hace comensal de uno de sus
banquetes que duraban dos días y dos noches. Esclavos de Numidia traían
el aper atalajado y adornado de pámpanos y cepas toscanas. El
vino de Salerno que se derramaba sobre las togas pretextas corría en grandes
jarros por las mesas. Honremos a Baco y después vendrá Venus. Menús de treinta
platos. Un esclavo frigio servía junto a las servilletas y los cubiertos dos
ganchos de plata para introducirlos en la garganta camino del vomitorio. Los
romanos echaban la pota tras sus grandes trapalladas para seguir
tragando. Rechacé como descendiente de hispanos de Asturica el jabalí, ▬ animal
impuro según nuestras leyes dietéticas, ▬ el lechón y los chicharrones servidos dentro de un gran
lebrillo por una matrona en paños menores. Pero me hinché a garbanzos
aderezados con malvasía. Un hondero mallorquín recién llegado de las Galias, y
que era centurión de la Legio Septima Gémina, se entusiasmó con el efebo
Vinicio al cual besaba y manoseaba; yo apartaba la mirada mirabili dictu
cuando aquel demonio súcubo lo sodomizaba coram populo.
Plauto el de los pies planos prorrumpió en grandes carcajadas
cuando ambos amantes salieron de estampida camino del tablinium a
seguir haciendo cosas feas. ¡Qué horror! El amor nefando debe de amargar como
el pepino. La bujarronería me pareció siempre digna de
lástima, pero no por no ser carne de hoguera y por tener que correr un tupido
velo al respecto ha de ser elogiada sino execrada como toda cualquier merma de
la naturaleza donde hay tantas cosas mal hechas. Tampoco hay que poner medallas
en el pecho a los bardajes. Con su pan se lo coman. Los bujarrones me asquean. Nunca
fue para mí beneplácito el amor amargo, tampoco “monté en globo” pero nadie
puede explicar estas debilidades inexplicables, inversiones de la natura que,
trocándose del revés, buscan placer en el caño de la mierda en lugar del
conducto de la generación que es lo suyo. Plauto, ya muy borracho,
no dejaba de darle vueltas a su copa de oro y de decir Numquam satis,
numquam satis. Con lo que daba a entender que la pasión esa es insaciable y
que el que va no vuelve. Que nunca se sienten satisfechos los que dan y reciben
por el culo y es que debe de ser el sexo para ellos algo inagotable. Costumbres
paganas amor de efebos ,fiestas y banquetes baños y triclinios donde mandaba en
la cocina la carne impura del cerdo
salvaje, bocado exquisito: aper. A las dos horas de estar tendidos
sobre el triclinio nuestro anfitrión Naviecus hizo llamar a
las hetairas que entraron desnudas en el impluvio tocando el sistro. Muchos de
los comensales que eran libertos y que trataban de ocultar con sus largas
cabelleras los orificios que taladraron sus orejas, antes de ser manumitidos,
se relamían de gusto y alababan la generosidad del huésped garante de tales
dádivas sexuales.
De allí a la orgía sólo hubo un paso. Para no ser la oveja negra
del concurso, yo me arrimé a un pino verde, esto es, a una pelirroja de
Hibernia, hija de un rey remoto del clan de los picti que
había sido arrastrada a Roma por los soldados de Adriano como rehén, que
hablaba con la lengua de los pájaros y mostraba dos senos poderosos de los
cuales los amantes querrían nutrirse eternamente. Sus besos y sus caricias me
supieron a miel. ¡Mama Roma¡ Que quiere decir madre. Roma es amor. Se fueron
las pilunguis y llegaron los balnearii (bañeros)
que nos restregaban bien las espaldas y los muslos en el tepidarium.
Muchos de estos selectos esclavos eran expertos en actividades masturbadoras.
Las paredes aparecían, como en lo lupanares, tiznadas de gargajos y rastros
jaculatorios del amor con prisas. Después de estos masajes en el caldarium nos
llenamos de vapores que limpiaron nuestros poros, purificando el cuerpo
pecador. Algunos culos romanos eran enormes. De esta tarea se encargaba
los depilatores, algunos de ellos eunucos. Se les encomendaba
la misión afeitar el vello púbico de las matronas y era muy placentero sentir
por abajo desde los glúteos a la barbilla el calor de la caldera debajo del
piso del hipocausto. La tarea concluía en el frigidarium. Sentíamos
el cuerpo fresco como una lechuga. Así que volvíamos al banquete a seguir
trasegando el dulce vino de Salerno y de Sicilia para basquearlo después en los
vomitorios. Descargado el vientre, regresaban los deseos de más jarana,
pero Naviecus, que era muy creyente en los dioses de su pueblo
y que guardaba siempre lámparas encendidas en el lararium doméstico, hizo
venir a las Moiras de rostro tétrico y cantar lúgubre que se encargaban de
recomendarles a los comensales su cuidado cuan presto se va el placer y cuan
callando se viene la muerte. Esta procesión duraba unos minutos; las bacantes
ocultaban su rostro, los borrachos se dormían arropados por la melopea lúgubre
de las nenias funerales. Hay que morir. Luego comamos y bebamos hasta
reventemos.
Era la máxima de la Roma
a la que hoy las nuevas bacantes de la insulsa Telemierda dan pábulo. Las
cautivas vestiplices que cuidaban de los pliegues de la veste
y la toga de sus señores y los cuerpos arrugados tras el paso por el unctorium y
los sudores del laconicum, mientras escuchábamos las charlas
sin sustancia de los nugatores troleros y falaces, hacían
apuestas sobre quien de todos y todas las presentes tenía mejor cuerpo y cuál
de los efebos era el más bello y cuál de las mozas era la más hermosa. Lo destacaba
por tener esa vagina en mayúsculas a la que aspira el amor total. Priapo
también era muy venerado en lo suyo.
A los sodomitas se les conoce por tener miembros viriles muy
alargados algunos casi espantosos que les llegaban a las rodillas. ¡Cómo se empinaban
algunos, madre mía, como las varas de una tartana cara al sol! El juego
preferido en estas comilonas era sacar la minga a ver quién era el que la tenía
más larga para gloria de Priapo y los penates patrios que le concedieron esa
gracia de dios. En Roma todo tenía un sitio y una finalidad práctica. Las alumnas
hijas de familia eran guardadas como
flores de estufa al calor familiar dentro del valladar de la honra. Intacta había
de ser su guarda la castidad porque ésta
es un lirio frágil. Cuando se marchita jamás vuelve a crecer... La palabra
clave para entender estas razones de la honra entre los latinos era la palabra
"virtus" de la cual tanto gustaban los antiguos romanos antes del
imperio. La capital de la catolicidad que yo empecé a amar desde que leí Ab
Urbe condita, cuando traducía de adolescente a Tito Livio y a
Salustio, estaba llena de hosterías de tabernas y de nostébulos.
Visité una cuantas con gran peligro de mi pellejo. Porque en el Vicus
Scelertatus y en el Boarius se arremolinaba toda la gente del hampa. Los
gladiadores y andabatas residían en aquellos barrios trastiberinos. Allí la
vida de un hombre valía poco. Iban a parar a la Via Asinaria todos los asesinos
y mangantes del Ecumene conocido. Procuraba juntarme yo a los griegos que eran
gente culta y amante de la belleza. De los griegos siempre se aprendía. Se
expresaban en un idioma claro y contundente. Entre ellos había grandes oradores.
Prostíbulos tampoco faltaban y algunos eran centros envidiables
templos verdaderos de la diosa Venus, donde la diosa del amor me clavó a mí una
flecha irlandesa. Cupido me la lanzó desde las tierras altas de Hibernia En
aquella pelirroja soñé toda la vida. Era adolescente cuando la conocí.
Llamabase Herminia. Su cuello aparecía adornado con un anillo de oro macizo:
la bulla, que yo besé unas cuantas veces… aquel medallón un favor
que los dioses conceden a pocos mortales la mayoría de ellos pasa la existencia
sin conocer el amor, pero a mí el gran Jovis Structor me otorgó ese
galardón. Bebí de las aguas del manantial puro. No había alcanzado Herminia aun
la mayoría de edad cuando fue aprehendida por las legiones de Adriano, que no
profanaron su cuerpo y la trajeron intacta a Roma al templo de las vestales.
En los barrios bajos como el Boarium se
escuchaba el trompeteo de los sistros y sacabuches de las plañideras que
ensayaban antes de los entierros. La música se estampaba contra los triglifos
de bronce. Los adivinos que embaían al público con sus embustes no paraban de
hacer pronósticos y anunciar catástrofes. Un idumeo llevaba a la carrera una
partida de pavos al capitolio. Mañana serían servidos en la mesa del emperador
Nerón.
Los pavos se convertirían en gansos al llegar al Capitolio y
empezarían a graznar. Se escuchaba gritar a la sibila de Cumas, entre música de
sistros y sacabuches o flautas de la Hélade. Se hablaba por las calles tanto en
griego como en latín. Los charlatanes políticos hablaban, nugaces, de
democracia y el pueblo estaba rendido y cansado de tanta patraña, desde las
tribunas (“rostra")
A Cicerón parecía que le
daban cuerda pues no cesaba de lanzar desde allí sus incesantes catilinarias..
Aquello parecía Hyde Park una tarde de verano londinense. El gesto tribunicio
de Rajoy sólo lo admiraban los judíos de pecho enjuto. Los esclavos se llevaban
la mano a la nariz o se acariciaban el lóbulo de sus orejas agujereadas, rastro
de su antigua esclavitud. Los torsos desnudos mostraban las pinturas de
inconcebibles tatuajes para anunciar la vuelta de Roma a la esclavitud.
Volvemos a la esclavitud de la isla Pandataria que
está en el vicus de Suburra. Allí los pueblerinos
tenían por costumbre el juego de la morra cerca de los peristilos del templo
de Júpiter Stator con su balanza protectora de la república.
Dedos de marfil que se introducían en la garganta para poder vomitar en los
banquetes. Una urraca encerrada en la jaula me dio la bienvenida
▬ Salve, Antoninus,
▬Salve
honor et gloria populo romano ▬ repliqué
El nomenclátor o heraldo anuncia a
los recién llegados al impluvio que llovía a cantaros. Era la
hora de los parabienes y el momento para recoger el agua fluvial en los
aljibes.
Velarius un ujier del tablinium,
al que faltaban dos dientes me condujo a través del atrio. Dijo mientras
enseñaba una mella en sus dientes delanteros:
▬ Me los
rompió un bretón de una pedrada
▬ Vaya un tío. Tuvo bien tino
▬Era un
hondero mallorquí
Con todo y eso, allá en Bretaña, pasaron los días más felices de
mi vida en aquella provincia entre los galos… Domus Aurea y el palacio
de Nerón también los visité. Uno de mis guías que se llamaba Iacetanius por
ser oscense, decía que la vida está hecha de aburrimiento, y de economía donde
el orden es siempre desorden. Método y risa se superponen. La vida es risa.
Nos vamos haciendo viejos
y a nosotros cada día nos gusta más la paz del hogar. La felicidad consiste en
querer lo que quieren los dioses. Tito el hijo de Vespasiano que se
enamoró tan perdidamente de Verenice aquella hebrea que dicen que acompañó
al cristo camino del Golgota. Pero el amor aquel por poco le cuesta la vida
al conquistador de Jerusalén. Su novia trabajaba para el sanedrín y los judíos
escupían al pasar por la columna Trajana donde se esculpía la ignominia de su
esclavitud. Trajo a Roma el Candelabro de los Siete Brazos el que lucía en el
templo de Salomón a lomos de sus esclavos. El amor nos hace iguales a los
dioses ligios, pero es peligroso cuando rondan mi tienta las bellas mujeres de
Israel las Ester, las Judits las Rebecas y otras mataharis.
Los sicilianos cantan al sol declinante, su casa oculta entre
verdes árboles y rodeada de colinas. El tema del dios único. Amor, pasión,
cristianismo Nerón, mártires y catacumbas, no se sabe cómo empezó todo. En
medio del incienso y la vida orgiástica dioses del l a r a r i u m oratorio
o casa de los iconos que guardan los rusos. Ligia estaba en rehenes. Vinicio
muere de amor por ella, pero había una dificultad insalvable: era virgen. Y las
vestales no podían ser condenadas a muerte. El verdugo las violaba previa la
ejecución. Desperté de mi sueño romano entre suspiros de grandeza y baticores,
soñando en la pelirroja de Hibernia que transformó mi vida y en la cual sueño
muchas veces y creo que moriré pensando en ella.
Volvía a mi realidad española condenado a vivir entre la
marginación y la escoria recordando los esplendores de aquellos alegres días de
juventud que no volverán.