CLARÍN Y LOS ARCHIVEROS
Antonio Parra
Si Clarín volviera yo sería su escudero qué buen
caballero era. Dámaso Alonso me ayuda a definir un tanto mis sentimientos a la
hora de marcar mi sorpresa y mi gozo ante la noticia de que un archivero e
investigador francés acaba de descubrir mucho de lo que los clarinianos
sospechaban mas sin pruebas: que el autor de Vetustas dejó en pos de sí una
obra ingente que ha sido rastreada en miles de artículos o paliques – así él
los definía- esparcidos a lo largo de cientos de publicaciones periódicas y papeles
volanderos de la época. Esta summa opera omnia ocupa nueve tomos. Ha sido todo
un clarinazo valga la redundancia. También se cumplen los pronósticos que me
hacía hace veinticinco años Gonzalo Soberano sobre el estado inédito del 75 por
ciento de los trabajos.
Don Leopoldo Alas fue un archivo viviente, un
espejo do se mira la sociedad de su tiempo. Vivió y murió en periodista.
¿Grafómano? Algo mucho más que eso. Las generaciones venideras debieran imitar
su ejemplo, su compromiso con la literatura, con la Patria y la belleza. Hay en
todos sus libros esa pulsión o brillo que deslumbra, ese fucilazo de la torre
derribada por el rayo, necesaria a aquellos que anden en compromiso y trato con
las musas. Aquellos que no posean ese don misterioso fruto del entusiasmo y de
la intuición mejor abstenerse. Acabarán redactando prosas embolismáticas,
repetitivas, garbanceras.
Esta
recopilación fue llevada a cabo por un equipo de especialistas dirigidos –
según leemos en la prensa- por el profesor Botrel catedrático de la universidad
de Alta Bretaña. Gracias a ellos se amontonan en parva suculenta más de 15 regentas”. Hoy Calíope musa de la
creación literaria y Clío de la Historia creo que están de fiesta. Clarín
después de Quevedo [Cervantes, Lope, Tirso, Calderón, Aldecoa, Cela y Tomás
Salvador, Palacio Valdés, Perez de Ayala son punto y aparte] es el gran domador
del idioma.
Para mí ha sido no solamente un padre literario y
la norma o taxonomía estética sino acaso
también un profeta. He visto retazos de mi existencia reflejados en su Regenta o en algunos de sus maravillosos
cuentos morales como el Cura de vericueto,
Pipá, El sustituto, Adios Cordera,
etc. Todos ellos piezas maestras y de su mano mi vida rodó hacia Asturias. Me
casé con una brava moza residente en la
ovetense calle Leopoldo Alas y he sido feliz en la pomarada de Doña Berta y he recorrido las sebes y cercas caminos de romerías y
aldeas que él describe con pulso certero. Hasta cortejé ambaxiu el horreo y fui a la mar sentado en el carel de una barca
sin pescador. Recé con harto fervor en esas iglesias rurales perdidas entre
ribazos y somontes de los concejos más lejanos de aquella provincia (qué bonita
palabra cuando hoy sólo se habla de nacionalidades) en plena braña.
En fin que
a mí me nacieron en Segovia como a él lo nacieron en Zamora pero me siento
astur por muchos costados y puedo decir con Gerardo Diego soy de Oviedo y no
conozco el miedo, digótelo yo fiu. Y
con mucho orgullo además. Morir quisiera cerca de la corredoria a la sombra de
los soportales del Fontán. Clarín amén del asturiano universal es uno de los
autores españoles más traducidos a otras vernáculas. Su obra, un tesoro que
crecerá con el paso del tiempo, sin dármelas de agorero pero aquellos que me
leen saben que soy un poco profeta. No en mi tierra, claro está.
Este acopio
de los miles de artículos periodísticos del profesor Borrel e Ivan Lissourges
se suma a los concienzudos estudios existentes sobre la personalidad del autor
ovetense: Juan Antonio Cabezas, Posada, Sobejano, Carolyn Richmond y Bugeda. Si
los italianos lo he oído esta mañana en la RAI tienen al Padre Pío que incluso
supera a san Antonio en protección (escribo esto el Día de todos los Santos del
2006) por santo intercesor los que escribimos en España invocamos a Clarín con
ardor. Es nuestro santo laico. Pequeñito y con impertinentes, barbitaheño algo
miope, un es no es mala leche pero en el fondo un cacho pan y en el pleno
sentido de la palabra bueno y un
cristiano transversal porque el cristianismo impregna sus páginas. Contrario al
sambenito que se le achaca de anticlerical en el fondo creo que era un místico.
Y un tirillas de pluma temible que decía que la literatura no da para cenar
pero puede dar para merendar (ahora ni eso) y que escribió incesantemente. El cálamo
clariniano en movimiento, el todo Madrid de los literatos se echaba a temblar.
Por eso siempre le llamaron el “provinciano universal”.
Su prosa es una fuente irrestañable de ideas y de
hallazgos estéticos, testimonio evidente de lo que puede dar de sí una lengua
tan maravillosa ahora mal hablada y mal escrita como el castellano. Siempre
anduvo un poco a la contra. Al menos se acreditó con el título del mejor
crítico que hubo en nuestras letras y maestro de columnistas. Eso sobre todo:
un faro al que hay que mirar. Los que hay hoy ganan mucho más dinero pero son
más torpes y ocupan mucho cacho.
Si nuestro don Leopoldo resucitara nos correría a
gorrazos al comprobar como el templo de la literatura ha sido profanado por advenedizos
y los jóvenes que vienen albergan muy escasas esperanzas. En la actualidad para
publicar un libro hay que ser de la cáscara amarga, plagiario o lucir tu
palmito en la pequeña pantalla. Pero no pasa nada. Tales rigores -insensibilidad,
mala conllevancia, bobería, lameculismo y cursilería- mandan en plaza. La
crítica por contera esclava del marketing se nos ha vuelto mercenaria. Mas, ni
por esas no cejo yo en mi demanda. Sigamos con viento y marea.
Émulo de
sus pasos vivo en escritor y me siento archivero e investigador y aunque ladren
cabalgamos. Un día de estos amanecerá tovarich y se hará justicia. El tiempo
pues esto parece una conjura de los necios o un rebaño de borregos al husmo de
la cayada de los petrodólares del rabadán que manda los pondrá a todos en su
sitio. Por eso si Clarín volviera yo sería su escudero. ¡Qué gran caballero
era! Hace un cuarto de siglo con motivo de traducirse al inglés la Regenta este
amanuense servidor de Vds. escribía lo siguiente:
“Yo no soy
novelista; sólo un padre de familia que tiene todos los días que dar de comer a
sus hijos y que no conoce otra industria que la de gacetillero trascendental.
Mi única vocación es leer pero por leer no pagan y se estropean los ojos...Es
muy poco dinero lo que dan en esta profesión por trabajar mucho”, así se quejaba en una de
sus muchas cartas autógrafas a Galdós don Leopoldo Alas “Clarín” una noche de
agosto después de venir de una romería donde merendó con un grupo de señores
curas.
En esa
misma carta también se quejaba el escritor de ardores de estómago (una dolencia
estomacal le llevaría a la tumba). Esta confesión de parte refleja la compleja
personalidad del ovetense: don de la humildad y de la sencillez en comunión con
el humor y la ternura. En las letras sólo se consideraba uno de a pié que
militaba en un batallón provinciano de infantería. Escribía para comer y sus
artículos y apliques los enhebraba de una sentada. Hoy al leerlos todavía
resuman esa fragancia y frescura que tienen las piezas magistrales.
Escritas en estilo contráctil, vibrante, dechados
de perfección y auténticos paradigmas de un periodismo pungente y combativo
donde, al igual que Larra, caricaturizó a la sociedad española pero sin el
pesimismo ni la acrimonia de Larra. Todo bajo el calidoscopio de la ternura y
ese ingenio suyo tan típicamente Satur. En Oviedo todavía se le recuerda. Aquel
profesor menudito rubio como una panocha que pasaba apresurado por la plaza del
Fontán a las nueve de la mañana camino de la universidad. Don Leopoldo
trasnochaba mucho trabajando a la luz del quinqué en su despacho de la calle
Campomanes. Ya en el aula se excusaría ante los alumnos por su cara demacrada y
su mal cuerpo. Había pasado la noche escribiendo su colaboración para el Solfeo o para el Universal.
“Son cuarenta y tres reales que me vendrán bien este mes para
pagar al casero a la modista de mi mujer. Señores, a veces razones demasiado
pedestres mueven nuestra pluma. Pero un hombre de letras también tiene que
comer...
Después de la cátedra todos los días entre semana se pasaba por la casa de su
madre “donde rezamos el Ángelus al mediodía y me tomo un caldo”. Llevaba una
vida sencilla de hombre modesto y no tomaba la diligencia de la corte más que
cuando no quedaba otro remedio. Temía el valetudinario don Leopoldo a las
corrientes de Madrid y a esos aires finos del Guadarrama “que se clavaban en el
vientre como hojas de navaja”. Madrid por su parte también le temía a él cuando
ejercía la crítica y publicaba alguno de sus innumerables paliques en los que
el maestro asturiano se ponía el mundo por montera entrando a saco contra la
pedantería y estupidez de algunos literatos de la Corte. El prefirió el aurea
mediocritas de su Vetusta donde entre clase y clase, entre colaboración y
colaboración, escribe la mejor novela del siglo XIX y tal vez de la literatura
castellana La Regenta. Clarín es un
poco el genio incandescente quien mal a su pesar entre sus pequeñas lacerias
corporales entre la caspa y aquellas malas digestiones y estreñimientos que
exacerban su hipersensibilidad y sus nervios, el provinciano universal,
aportaría al arte de escribir un nuevo concepto estético y legaría a la
personalidad un manojo de cuentos insuperables, novelas y sobre todo artículos
periodísticos. Todos los que escriben debieran mirarse en el espejo de Alas
para verse a sí mismos. En sus frustraciones, en los gozos y las sombras del
hallazgo del sentimiento estético, en sus desencantos e ilusiones. Trabajar
mucho para que paguen poco y sin embargo el arte de escribir es un oficio
maravilloso. Clarín tenía un violín y yo le escuchado sonar muchas tardes en
mis atardeceres asturianos de terciopelo. Justamente hoy 13 de junio se cumplen
80 años de su muerte.
Murió a los
49 Años un jueves de Corpus de 1901
cuando los huertos y pomaradas asturianas se alfombraban de “cereces”. Los
médicos le habían diagnosticado una tuberculosis intestinal en último grado.
Esa fue quizás la causa de su muerte física. La espiritual era muy otra. Murió
exhausto con la pluma en la mano a causa del mucho escribir y el mucho sentir.
Su vida fue corta pero intensa. Al fin acusó el esfuerzo de sus días derramando
su vida y su juventud sobre las cuartillas. Dice Adolfo Posada condiscípulo y
amigo entrañable y uno de los que le acompañaron hasta la postrer morada en el
cementerio de San Salvador que “aquel día de Corpus amaneció esplendoroso y que
cantaba un ruiseñor mientras velaban su cadáver sobre la rama de castaño del
jardín en su casa de la Cuesta de Santo Domingo pero luego se puso a orvallar, cesó el canto del
golorito y Rosa, Pinín y la cordera desde las cornisas mágicas de ese mundo
creado por Clarín se quedaron desolados llorando junto a los postes del
ferrocarril recién inaugurado.
Don
Leopoldo se murió sin prever que algún día los críticos tras un periodo de arrinconamiento
e incomprensión poco razonables iban a rescatarlo del olvido hasta convertirlo
en figura señera de las letras hispanas donde brilla con luz propia en medio de
la estrellería de los grandes – Quevedo, Lope, Cervantes, Tirso, Pérez Galdós-
a este último mucho admiraba y quería parecerse pero yo pienso que el asturiano supera la novelística del
canario. En el LXXX aniversario de clarín han sido organizados diversos actos
de homenaje en su ciudad natal. La publicación Cuadernos del Norte le ha dedicado un número completo y en Madrid
el profesor de la Universidad de Filadelfia Gonzalo Sobejano acaba de impartir
ciclo de conferencias sobre la obra y personalidad de este escritor cuya figura
resplandece más que nunca puesto que vivimos tiempos similares a los de la
Restauración un período de crisis y de efervescencia intelectual. En aquel
tiempo clarín se mostró el gran liberal de espíritu tolerante que mostraba
aversión por todo dogmatismo fuere del signo que fuese. Por eso fue relegado e
incomprendido. `Porque iba por la vida sin comodines ni de unos ni de otros.
Los neos le acusaban de krausista y anticlerical por su amistad con Giner de
los Ríos. Sin embargo esta imagen de Clarín librepensador y descreído cuadra
poco con la del catedrático que va a ver a su madre a mediodía para rezar con
ella el Ángelus. También confraternizaba con los canónigos y era muy amigo del
obispo Vigil que regía la diócesis ovetense. Los acatas y republicanos le
denunciaban de carca echándole en cara su tufillo a sacristía.
Contradicciones de la personalidad del literato
apasionado de la libertad de conciencia y un apóstol de la ciencia siguiendo
los pasos inaugurados en Asturias por Jovellanos. Alas en cuyas páginas brilla
un aliento de profecía en uno de sus cuentos El Jornalero con un siglo de anticipación vaticina nuestra guerra
civil así como la muerte de su hijo Adolfo fusilado en enero de 1937 por los
nacionales. En esta novela corta narra el drama de un pobre intelectual que se
pasa el día entre libros consultando libros y legajos en la biblioteca
municipal. Una noche al salir del establecimiento una partida de milicianos que
iba gritando vivas a la constitución y mueras al rey detiene a este pobre
jornalero de las letras. Hombre no hagáis eso. Yo soy de los vuestros. Consigue
convencer al jefe de la facción y al fin lo sueltan pero unos pasos más
adelante cae en manos de otra manifestación de signo contrario. Era un tropel
de soldados encargados de sofocar la rebelión.
Es a su vez habido bajo sospechas de libertario y
republicano. En esta ocasión no le valen al hombre sus recursos oratorios y es
pasado por las armas ipso facto. “Vidal – así termina la historia- pasaba a
mejor vida por la vía sumaria de los cuatro tiritos muy conservadores”.
Mesiánico Clarín que desde este cuento parece intuir la tragedia que se
avecinaba y en la que sería victima su hijo, su único hijo (es el título de su
segunda novela larga). En su dia el Diario Ya
publicó una tanda de conferencias de Sobejano en la Fundación March. La
semana pasada nosotros mantuvimos una larga charla con el erudito que lleva más
de cinco lustros estudiando la obra del eximio ovetense y que además acaba de
dar a la estampa una nueva edición de La Regenta con notas explicativas y
refundiendo las dos versiones que del texto de esta novela hizo en su día el
autor. Hemos querido destacar los puntos fundamentales de la visión crítica de
Sobejano: 1) Un 75 por ciento de la obra periodística y cuentista está sin
recoger. Clarín dotado de una gran facilidad y garra escribió mucho y
desparramó su ingenio por mil y una publicaciones hoy perdidas que fueron
periódicas en su día pero hoy desaparecidas y bien olvidadas. 2) Clarín es el
autor más moderno del siglo XIX. Tiene percepciones muy certeras sobre el ser
de España y los españoles. Por ese motivo su figura y realce anda cobrando una
popularidad y un relieve inusitado entre los estudiosos. En las universidades norteamericanas el
interés por Clarín está a punto de destronar a Galdos que era el más leído y
reconocido allí. 3) La Regenta va a ser vertida al inglés por primera vez por
la Penguin bajo el título de The
Judges´wife en otoño. Otros aspectos de la personalidad de Clarín son según
Sobejano los siguientes: su estilo terso y transparente, su amor a la
naturaleza. De hecho él resulta nuestro primer ecologista. Sabe cantar como
nadie a lo largo de sus poemas en prosa aquellas hermosas praderías y sebes de
un verde rutilo, esos hórreos y esas casonas blasonadas de la su tierra cuyas
gentes aun mantienen en el decir la dulce querencia del bable. Clarín nos contó
cómo era ese mundo idílico antes de la llegada del ferrocarril o que lo
destruyera la revolución industrial. Hay en el humor tierno y una ironía sagaz
que algunas veces llega a ser socarronería del carbayón. Y tuvo convicciones
católicas muy arraigadas a pesar de haber sentado plaza de descr4eído. Todos
estos atributos le convierten en una personalidad atrayente capaz de codearse
con literatos de su tiempo como Chejov o Ibsen. Al menos a clarín siempre hay
que volver. Releer sus páginas pues toda su obra es un tonificante contra la
vulgaridad y desgana que arrastra la vida moderna. Supo fijarse en lo
trascendental del paso del hombre por la tierra y es cifra y compendio de todo
ese quijotismo mesiánico que recorre las venas seculares de la vida española.
Sus libros acaso sirvan para explicar nuestro propio laberinto.
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