CLUNY. EL ISLAM. LOS DINEROS DE SAN PEDRO. EL ORO BENEDICTINO Y LA REFORMA DE LA LITURGIA VISIGÓTICA (I)
Hoy en el santoral San Gregorio VII el introductor del canto gregoriano el papa que tuvo en Canosa al emperador Enrique IV vestido de saco y que luego sería depuesto de su sede pontificia muriendo pobre y abandonado reflexiono sobre los pecados y yerros de la Iglesia exotérica o aparencial que nada tiene que ver con la esotérica que siempre será la barca de salvación hasta el punto de que fuera de sus muros “nulla salus”[1] y sobre el papado una institución carolingia cuando Carlomagno se hace coronar por el papa en Aquisgrán en la misa de Nochebuena y el Sacro Imperio germánico siempre quiso tenerlo bajo la bota de su dominación. El episodio de Canosa marcaría así el ápice de la lucha de las Investiduras que no es otra que la de las dificultades que tuvieron siempre trono y altar para una armónica convivencia. Los emperadores hacían y deshacían en sus gatuperios simoniacos en la compraventa de beneficios eclesiásticos pero los papas sobre todos los de la Edad de Hierro tampoco eran mancos y no se caracterizaron por la caridad ni por la pureza de costumbres. En Roma se degollaban o se envenenaban unos a otros.
Es en esta tesitura el 920 cuando Guillermo de Aquitania da terrenos para la institución de Cluny que sería el monasterio más importante del mundo con la iglesia más grande de la cristiandad con sus siete naves con una extensión de más de un kilómetro de largo por otro tanto de lado y siete torres y cerca de dos mil monjes. Objetivo: la regla benita basada en el ora et labora, la liturgia y el apartamento del mundo bajo las ordenes de un abad no sometido a ninguna jurisdicción episcopal sino directamente a las órdenes de Roma.
Fue demolida la enorme abadía por la Revolución Francesa y ya sólo quedan del viejo cenobio de Borgoña algún que otro farallón y unos cuantos lienzos de pared de la nave de la epístola, un auténtico sursum corda en piedra.
Según nos recuerda hoy en una entrevista al Mundo el abad de Silos Clemente Serna. Todo se fue por la posta.
He leído las declaraciones de este buen monje con una cierta tristeza pues admite la posibilidad de que Silos por falta de quórum y de vocaciones se derrumbe. Dice una cosa cierta: que las relaciones entre cristianos y musulmanes fueron fluidas. Ambas religiones adoran al mismo Dios. Sin embargo se trata tan sólo de una verdad a medias porque la Cruz y la Media Luna son dos religiones excluyentes y digo esto después de haber visto un reportaje en una cadena alemana sobre la penetración turca en Abjasia y Georgia. Aparecían iglesias derribadas con iconos de la Virgen por el suelo y cruces derribadas. Donde planta Mahoma su huella no vuelve a crecer la hierba, el islam no admite conversiones, el que va no vuelve. La marca es indeleble. El islam es acérrimo. El turco jamás se convierte.
Y me reafirmo en dicho supuesto de haberme también empapado de los textos de don Claudio.
Sánchez Albornoz, el español que mejor conoció y estudió el tema, y asegura que esta convivencia aunque difícil es llevadera sobre todo con el buen musulmán con los “mauri pacis”[2] pero estas treguas se rompían con la llegada de los fundamentalistas.
Por ejemplo, los almohades y almogávares que cortaban sin miramientos cabezas en nombre de Alá.
No queda otra opción que la guerra defensiva. El fruto de estas incursiones determinó que gran parte de la población española sea o bien de origen morisco o muzárabe. Los moriscos eran los que se convirtieron velis nolis si no querían ser reducidos a la esclavitud. Este es el caso de regiones como Baleraes, Castilla la Nueva y de León.
En Mallorca en el siglo XIII un 45 por ciento del alfoz de Palma eran hijos o nietos de los exaricos [3] y en el antiguo reino de León eran muchos los descendientes de hispano visigodos que vivieron bajo el Islam y sólo abandonaron al andalusí cuando se produjo algún movimiento nacionalista retrógrado. Estas son lentejas. La ley de la fuerza con el moro. Esa es la fija.
La margen derecha del Duero y las riberas del Duratón en el triangulo formado por las poblaciones de Sacramenia, Fuentidueña y Peñafiel fue repoblada por mesnadas árabes que fueron capturados por Alfonso VII en la batalla de Jaén.
Si uno recorre el litoral levantino por todo él aparecen diseminadas atalayas de vigilancia en las eminencias del terreno. En ellas se encendían hogueras o angaros (hogueras de aviso) a la menor señal de arribada de piratas berberiscos para comunicar a los pueblos de la contornada del eminente peligro. Dom Clemente, creo yo, peca de inocencia y cae en esa exaltación de lo mudéjar que hoy se vive en la cristiandad. Antes eran muy malos. Ahora son muy buenos. Pues bien, ni tanto ni tan calvo. Un término medio.
Desde luego no debe de haber leído a Oriana Fallaci. Ciertamente el comercio y el intercambio no sólo de palabras[4] y de actitudes ante la vida entre la gente del Atlas y las que viven a este lado de Gibraltar. Tenemos decía Eugenio Noel el mismo orgullo, el mismo fanatismo, los mismos piojos, después de una visita a Marruecos.
Pero esta visión romántica e inocente de lo muslímico quizás esté un tanto deformada y no sea del todo caer. Yo mismo caí en ella al referirme en días anteriores a la mesta que es sin duda morisca en algunas cosas.
Estuvo integrada por pastores (no sé si los rabadanes lo serían) de ascendencia andaluza pero la palabra majada no es árabe. Es vascuence. Es en Vasconia donde España tuvo su origen, Otra tristeza. Parece ser que los españoles que desconocemos nuestra propia historia estamos condenados a incurrir en los mismos errores.
Roma tampoco se libra de esta historia de insidias, trapicheos y malos pasos. El año pasado Benedicto XVI obispo de Roma pontificante peregrinó a Estambul en acto de desagravio para orar en Santa Sofía y desquitarse de unas palabras derogatorias sobre el Corán que algunos tomaron por blasfemas. No se pierda de vista ponderas ese fanatismo que les caracteriza y les hace muy malos interlocutores a los observantes del jadiya en su grado extremo y más estricto.
Ello parece haberlo ignorado el buen abad de Silos. He querido ver en sus declaraciones una cierta tristeza de una Iglesia que se mueve a la defensiva. Pero los benedictinos siempre fueron los perros fieles los “domini canes” de Roma aunque eso se haya dicho de los dominicos y por extensión de los jesuitas que fueron los guardias de corps del Vaticano.
En todo caso, el influjo que tuvo la abadía de Cluny en la europeización de la España mozárabe es capital. Un tal fray Galindo llega a León con cartas del abad Hugo y se presenta al rey de León Fernando I poco después de la batalla de Atapuerca ofreciendo al monarca oraciones y el proyecto de una cruzada contra el Islam. Cluny eje que irradia el espíritu de cruzada propone una batalla ideológica contra la Media Luna bajo los auspicios del papa. También pide estipendios y el rey se las otorga generosamente. Asigna una annata de mil morabetinos o maravedíes de oro para vestir a la comunidad (eran más de dos mil religiosos bajo la disciplina del abad san Hugo) y esta granjería da lugar al oro de Cluny. Hugo regresa a Borgoña cargado de gazas o limosnas. Esta visita coincide con el traslado de los restos mortales del metropolita de Sevilla san Isidoro desde orillas del Guadalquivir a las del Bernesga en León. Había sido derrotado el taifa Almotacid de Sevilla y el monarca lleno de agradecimiento y creyendo que esta victoria sobre los sarracenos había sido obra de la intervención divina y de las plegarias de los monjes manda construir la Basílica de san Isidoro de León que es llamada la “capilla sextina del arte románico”. La influencia europeizante de Cluny frente a las protestas de los obispos que ven merma a su autoridad de esta injerencia romano-benedictina y monjes de San Isidro de Dueñas y de los aragoneses de San Juan de la Peña y de Loharre sigue su curso hasta el punto de que en el concilio de Coyanza de 1063 pontificando el propio Gregorio VII cuya fiesta celebramos hoy se sanciona la sustitución del viejo misal hispano-visigótico y de su martirologio inspirado en los menologios griegos por el romano.
Los benedictinos llamaban a este rito Toletanae illusiones superstitio[5].
Quedan derogados los monasterios mixtos.
Monjes y monjas muzárabes vivían juntos y con frecuencia se ajuntaban para casarse tener hijos procrear,
Con la debida dispensa canónica abacial.
Dicho año está documentado un altercado que hubo en el monasterio de San Pedro en Aragón donde la cuestión se sometió a juicio de dios u ordalía. Los monjes echaron a la hoguera dos misales: el toledano y el romano. Es primero sobrevivió a las llamas y el segundo fue reducido a cenizas. Así y todo el cardenal Rainero que vino de Roma para poner en ejecución la premática del pontífice hizo caso omiso de aquella demostración y los hispano mozarabes dejaron de hacer su adoración a Dios a la manera bizantina con misas largas y hermosísimas que en las grandes fiestas duraban toda la noche de modo que fueron obligados a la fuerza adoptar la imposición extranjera.
Cluny incomodó a los obispos y metropolitas autóctonos y amargó la vida al bajo clero puesto que los monjes franceses preconizaban el celibato y aquí la mayor parte de los presbíteros diáconos e incluso algunos monjes— tiene que estudiarse el caso por ejemplo de san Frutos y santa Engracia dos santos godos a los que se describe como hermano y hermana en las vidas de santos circulantes y en realidad eran marido y mujer apartados a la vida cenobitica a unas peñas grajeras de Sepúlveda y su tebaida transferida a la jurisdicción benedictina de Silos, que pasaría a llamarse Priorato de san Frutos— estaban casados. Incluso, los obispos.
Es ésta una parte obviada por los estudiosos de la Iglesia española que pasan sobre ella como de puntillas.
En una carta de donación pro anima, que se conserva en Cardeña que hacen el presbítero Endura y su mujer María, ellos entregan todos sus bienes al monasterio para misas. Esta europeización incoada por Fernando I prosigue con su hijo Alfonso VI aunque éste que se llevaba mejor con los musulmanes y hasta se casó con una judía de Toledo de la cual nacería Alfonso VII se resistió a desterrar el rito toledano que en Cataluña se denominaba rito jacetano por haber sido San Juan de la Peña unos de los epicentros de su esplendor magnífico.
El oro y las pechas que se pagaban a Cluny coinciden en el tiempo con el Cid Campeador que era un cristiano muzárabe. La penuria que padece Castilla quizá obligaron al héroe epónimo burgalés a lucrar su pan en tierras de infieles peleando unas veces con el moro y otras contra el cristiano.
Recordemos las luchas entre el taifa de Toledo Almamún y el de Zaragoza Almuqtadir. Tales razones o sinrazones, pleitos, rifirrafes, traiciones y alevosías son obviadas adrede por los cronistas. Fue el caso de los amores de doña Urraca con el metropolita de Compostela Gelmirez que también debió de ser fino el cerco de Zamora la perfidia de Bellido Dolfos que cogió al buen Rodrigo de Vivar a contramano y sin espuelas y malhaya el caballero que sin espuelas cabalga. Y no han de ser echadas en saco roto. Como tampoco los denarios que manda otorgar Alfonso VII a la famosa abadía francesa de Citeaux con las rentas de las salinas de Villafáfila, promesa que no cumple. Son temas por investigar adecuadamente tanto en el censo fernandino como en el alfonsí.
Después de los benedictinos se establecen en Castilla los cistercienses por esta manda y ello va a suponer el arrinconamiento del cristianismo autóctono que es sustituido de a hecho por el catolicismo romano. Los monjes palentinos de san Isidro de Dueñas son arrojados de mala manera por cistercienses de origen francés.
La historia de la Iglesia como todos aquellos acontecimientos en los que intervienen los hombres no es lo que se dice muy edificante y tiene lados oscuros como este periodo de grandes luchas internecinas.
Los godos eso sí no estaban; unidos y eran muy pleiteantes. Uno de los grandes logros de la reforma cluniacense primero y de la del cister después es someter a férula a las comunidades relajadas en su observancia y prohibir a las personas consagradas el uso de las armas y el derecho a la venganza por delitos contra el honor, algo muy arraigado en la mentalidad castellana que tiene su origen en el código germánico de la Sippe (estirpe) y que tanto influye en nuestra nobleza. Cualquier triquiñuela les hacía alzarse en armas no ya contra el infiel sino también contra el hermano el padre o el cuñado. Esto se llamaba la Ley de la Fadiya. Es la ley de la sangre y la venganza. Uno de los aspectos negros del morbo visigótico. Otro sería la envidia. De modo y manera que en toda la alta edad media tenemos a los príncipes cristianos peleándose unos con otros. Y en esas parece que seguimos.
Y eso que han pasado diez siglos desde que empezasen aquellas discordias por verdaderas minucias.
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