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jueves, 22 de noviembre de 2018


PSICOLOGÍA DE UN ADULTERIO

Tema eterno que dio pábulo a la novela y al teatro, así como a la crónica negra, desde la vida misma, ceba el monstruo de la literatura de bulevar y también de la novela psicológica. Madame Bovary ha tenido no pocos secuaces. En la actualidad es asunto de la tragedia de todos los días porque aquí está el origen del crimen pasional y la violencia de género. Un adulterio en la alta sociedad de Oviedo le hizo escribir a Clarín su Regenta. Es asunto recurrente en Galdós pero a mi juicio pocos autores lo han tratado con tanta solercia y dominio de las pasiones que irrumpen nadie sabe por qué dentro de un matrimonio y destrozan familias originando crímenes y desgarros como Ricardo León en “El Amor de los Amores”. En esta novela se retrata a Juana la esposa de don Fernando Villazal y Samaniego de cuerpo entero. Es la historia de los amores de esta mujer hermosa y de origen humilde con Felipe un anarquista miembro de la masonería, de escasas virtudes físicas y morales pero dotado de grandes poderes de persuasión. El usurpador del amor de los amores es taimado, rastrero, hipócrita y traidor. Sólo la bondad y la elegancia de don Fernando permiten que acceda como un miembro de la familia a la Torre. Se enfrentan en estas tinieblas la luz del ángel con la serpiente maligna, la caridad frente al egoísmo, la hidalguía y señorío español de la pureza de la sangre contra la villanía del converso. Y vence aparentemente el diablo. El mensaje de este libro coloca muy en entredicho las enseñanzas del mandato nuevo: hay que amar los enemigos. Sin embargo don Fernando al permitir la entrada en su casa a Felipe deja que el demonio allane su morada y le robe lo que más quiere: su esposa y su hacienda. He aquí una diatriba contra la filantropía y el buenismo. Dice el evangelio que no se puede quitar el pan de la boca de los hijos para dárselo a los perros Siempre oí decir que la caridad bien entendida empieza por uno mismo y la comisión del amarse unos a otros es una utopía que la iglesia como institución casi nunca ha seguido. Ese es el enigma metafísico que plantea esta estremecedora nación. El señor de la Torre que estaba ciego milagrosamente recupera la visión cuando da a luz doña Juana para comprobar que el hijo de la parida no es suyo. Es “un gitanillo”. La familia se deshace, la casa se destruye. El protagonista renuncia al mundo y se lanza a los caminos como ermitaño abrazado a su dolor y a la cruz. Doña Juana en los primeros capítulos cuando el autor describe al antagonista muestra aversión hacia la persona de Felipe. Sin embargo es victima de una pasión irresistible hacia aquel hombre mal encarado, ladino, de ojos hundidos y sin ninguna atracción física. En contraste, no siente nunca por su marido Fernando ninguna admiración, lo trata como a un niño, lo humilla en público. Ricardo León avizora en este desdén un fallo que derivará en tragedia. La mujer tiene que ser dominada no sólo física sino psicológicamente por su esposo. Surge la lectura, los palos, las voces, las lagrimas, los tiros, las cuchilladas y todas esas tragedias del hogar que nos relatan a diario los informativos y son el afrecho de muchos programas matinales de la tele que viven del morbo y del dolor ajeno sin que se analicen en profundidad los orígenes y las causas. Decir violencia de género es algo muy genérico y traído por los pelos. Nuestros psicólogos, nuestros periodistas llevados por el sensacionalismo se quedan tan solo en la epidermis. Es el síndrome de Madame Bovary. El fracaso del matrimonio en occidente, el amor de los amores se va a pique arrastrando a la profunda sima a nuestra sociedad. Ricardo León no sólo nos deleita con este libro publicado en las primeras décadas del pasado siglo sino que nos brinda a los españoles una lección de ética. Abordando un tema que quizás carezca de solución como el adulterio

domingo, 11 de noviembre de 2018

   
















   

TÚ,
TODA REINA.


           ALL QUEEN HELÉN
               


novela corta
 Por Antonio Parra




 A él le tocó poner colofón al segundo millar de aquella civilización y cuando cayese la bola del reloj de Gobernación declarar oficialmente abierto el siglo XXI. Era un hombre de gestos abúlicos, un arribista y un patricio del dinero. Podía llamarse Koch, Calle, o Patroclo. El burgomaestre de aquel mandato tenía un nombre muy  botánico y su ascendencia hortelana revelaba un origen oscuro, nada de preclaras exquisiteces ni linajes godos. Llamábase Frutos Cohombro Perales, pero viéndole en las procesiones del Sacramento, ostentando su vara pulimentada con herretes amarillos en la contera, cómo miraba, el aire altanero, para el concurso desde la terna de autoridades, escoltado a dos flancos por los gonfaloneros de pelucas empolvadas, o  por los maceros de gesto solemne y funcional, entre el obispo y el jefe de la guardia urbana, parecía recién caído de un guindo.  Muy en su papel y saboreando las auras. El viento de Nix Rasilis, el que azota las cambroneras y los retamares que la circundan en una verdadera corona de lemnisco que brota en las parameras, donde crece el esparto, llamazares y margas que fueron campos pero donde ya la mies no se siega, sólo se especula con la tierra y los huertos y llosas donde se plantaron higuerales  habían de morir para dejar sitio a los bloques de pisos en colmena, que todo el país vivía en la plena borrachera, cuando quebró la bolsa, de la cupiditas aedificandi, porque había que colocar los ahorros en sitio seguro y vengan misas, caigan ollas y duro fabricar pisos y más pisos, oye. Importaron mano de obra barata del Perú. Por todas partes de Nix Rasilis, peruleros. Avalancha de emigración vengativa y manipulada desde los centros de poder. Berkeley, Oxford, Cambridge y Bolonia se había hartado de, émulos del P. Las Casas, decir infamias contra los españoles a costa de la destrucción de las Indias. Ahora los indios sojuzgados devolvíamos la visita. Las fuerzas ocultas habían orquestado la gran invasión.
 De Rumania, de Bulgaria, y de otros países del este y de todas las partes del mundo venían.  De Marruecos. El primer mancipe había mandado sustituir el Arco de Triunfo en cuyo podio un auriga romano agitaba el látigo en son de triunfo y libertad arreando los caballos de su cuadriga o decemiugalis por una réplica de la estatua de la libertad, monumento infame y ridículo a los parias de la tierra. ¿A qué venís?, le preguntaron a un gachupichu. A cobrarnos en carne lo que nos quitaron. Están buenas las españolas. ¿Con que a violar a nuestras mujeres? Pues toma. Y el de Vallecas le asestó al trasandino tres navajazos bien cumplidos que interesaron sus partes blandas y vitales.
Así estaba Nix Rasilis por aquellos calendarios. La llamaban la  ciudad sin ley.
Sus alrededores eran un dogal de campos purísimos que se socarran al agosto y tiritan bajo el helor algente de las noches de febrero, es un aire tan sutil que tumba a un hombre y no apaga el candil. Fue tierra de moros a los que atrajo y sigue atrayendo su castillo famoso. Pero los árabes fueron derrotados y expulsados de su alcazaba por valerosos alabarderos castellanos que trepaban como gatos por los adarves de sus murallas. Algunos incautos alegaban toponimias equivocadas. Sacando un poco las cosas de quicio como viene ser costumbre de últimas en esta patria nuestra descepada. Y no es Magerit sino Matritum, esto es: Matri Templum.  Templo a la Madre. Desde los romanos por estos pagos se honró a la virginidad de Minerva. Pero los muy ladinos les ibas con estas papeletas y no hacían caso. La cultura era otra cosa desde que Picasso se puso a tapizar los muros de mamarrachos. Noté que habíamos perdido. Portaba el círculo en los zancos. Era un haz de luz surtiendo el foco de un iluminado concepto. Se nos había echado la noche encima y había que buscar antorcha. Había un ciego de gota serena pidiendo a la puerta de una iglesia y era la imagen judicante del verdadero pantocrátor. Vaciaba confidencias y cantaba aspérrimos romances. El tiempo se cerró en agua y había sus descargas pluviométricas. La lluvia charolaba los bordillos con lo que las calles de Nix Rasilis cobraron un aspecto fantástico a tiempo parcial de melancolía gallega . Los vagabundos buscaban refugio de la lluvia por las rúas charoladas de agua que conducen hasta el Obradoiro.




 Y San Isidro Labrador alza la pata y se caga en todos. Dios, olla y Nix. A él hemos todos de ir, que es la mar del morir.  Lo lamentaba Cristóbal de Castillejo elegíacamente allá por el 1606 cuando Felipe III decidió de nuevo trasladar la corte. Y a Madrid hemos de ir que es el morir. Esa ecuórea superficie que nos acabará zampando a todos. Los esloganes publicitarios siempre serán vulgares pero eficaces. Nos llaman los gatos porque trepamos la muralla con la agilidad propia de este felino, aunque esto, a estas alturas del siglo futuro, anda muy revuelto y manga por hombro con tanto forastero que llega a hacer las hesperias. Volverá la ciudad a ser castillo moro, o una sucursal de Pekín. De todas las maneras, a lo que más se parece este cajón de zapatos, capital de los reinos de sus majestades, Gaón y Leda, es a un rompeolas del Rif, varadero de todos los indocumentados que cruzan la mar tirrena a bordo de fustas, saetías, pateras, fueraborda, catamaranes,  y todo el cabotaje agareno de Berbería. Ya sé que nos llamarán xenófobos por designar a las cosas por su nombre, pero esa es la realidad pura y dura. Serán temibles las consecuencias de la operación Alforza, un eufemismo que esconde las verdaderas intenciones de una invasión callada de Hesperia, mi país, decretadas desde los altos despachos de Sede Baldeo, uno de los tronos del poder grande donde tiene su silla curul, una de las visibles, el Consejo supremo, el que ordena desperdigar sus manípulos periodísticos y el lábaro de las nuevas legiones y testudos, mientras sus submarinos atómicos bojan las costas periféricas y las fragatas de la sexta Flota hacen la aguada, y para colmo tienen el terrorismo de los puños y las pistolas vizcaitarras, y el de las conciencias, para disparar desde las emisoras propias propalando mentiras en las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos; no tienen, pues, que molestarse, ca atacan en horda pero sin disparar una saeta, sin un mal golpe de ariete contra las puertas de la ciudad sitiada a la que minan y desbaratan, sembrando el desasosiego en los adentros, esparciendo la cizaña de la rebelión en el seno de las familias .  Lo de poner una manzana en manos de las hijas  de Eva es treta antigua, que nada nuevo han inventado las feministas, ya utilizada por aquel al que llaman los exorcistas el Callidus con sus retintos cabellos, que quiere decir el astuto, el práctico y con experiencia, más por viejo que por diablo; no inventan nada, pero venden la mercancía por novedosa, o colocar entre las líneas enemigas ingenios de cartón piedra que son reclamo de incautos, y toda esa calderilla de la red de redes, con la que se proponen no ya meramente entretener aprovechando, sino informar desinformando. El lema era café para todos, pero previamente lo habían faltado con los polvos finos de la querencia rosa y los figurantes de la prensa de la rabadilla y la región anal. Había que absorber, consumir, gastar. Van al anzuelo como truchas al cebo, y abejas al apiarium, rico panal de rica miel caen en el garlito y se les engaña como ya engañaron a los troyanos con el famoso caballo teucro.  Nos hemos quedado sin morueco. Por si esto no bastase, han inventado a Freud para mandar a todos los santos al manicomio.
Se celebraba un alarde militar por las calles céntricas en loor de la Patrona.
-Ese lo mismo que para el verano acaba por dar ciruelas claudias. Lleva andares de majestad. Parece que ha nacido para ir siempre en la procesión.
Hablaban del primer edil.
-Unos ensillan y otros cabalgan.
-Buena frase, jefe. Choque esos cinco.
Este exabrupto lo pronunció un hombrecillo insignificante, los brazos péndulos, las piernas algo cortas, alto de caderas, ancho de rodillas, el rostro alongado, malos dientes, boca ardiente, pies planos, labios sensuales, y dolicocéfalo. De un tiempo a aquella parte le dolían algo los cuadriles. No andaba bien de las cañerías. El pabellón craneal haciendo bóveda ojival que daba la sensación de llevar encima, ovalada, una cabeza de pato. Sus enemigos políticos le habían puesto por mote “cabeza de garbanzo”, pues era un poco cicerón. Como se estaba quedando calvo, se hacía más patente esa carencia natural de miembros desproporcionado, algo estevado de hombros puesto que tuvo infancia difícil y fue niño despreciado, ancho por abajo y estrecho hacia arriba. Su nariz era carnosa y potente, a la vasca. Le crecía bajo el mentón la magra de la papada, pero no le habían aflorado todavía perigallos a la sotabarba en su mamola algo caída y tirante como la de los viejos. Su molledo se alargaba hasta tener por remate la alcuza o el pitorro de un embudo. Era aquella particularidad heredada de su pobre padre lo que más le enojaba de su persona, pero los genes son los genes, amigo mío.


Entre los suyos había una tendencia al prognatismo, pero esa mamola en espolón, a causa de sus carnes, aun no se le notaba. Mirándose al espejo enhoramala, reparaba en que no podía poner en práctica las chulas consignas programáticas de la nueva era de amarse a sí mismo por encima de todas las cosas, de rendir culto al cuerpo, profesando una sola religión, la de la juventud eterna, que se habían puesto a pedir peras al olmo los charlatanes predicadores de la modernidad y ya no hablaban de la conquista de la vida eterna o de las penas infernales, sino del Dorado, vivir mil años, destruir a la muerte, curar el cáncer, la piorrea y la impotencia masculina. Más viagra. Dale que dale, venga pastillas mágicas. Él sentíase viejo y  se odiaba a sí mismo, y no es que no amase a sus semejantes, como esperaba, es que estos no correspondían a sus halagos. Ni falta tampoco que hace. Sería bueno que te apuntases a un gimnasio a ver si te baja la panza. Hombre, ya; un poco tarde a estas alturas, ¿no te parece? A veces pensaba que Cristo al proponer esa fórmula de redención, desconocía a la condición humana, o no se había dado una vuelta antes de resucitar por Nix Rasilis, antes de darnos  el mandamiento nuevo. Si el redentor hubiera experimentado el odio de aquella madre que él tenía, un odio rancio, plagado de prejuicios, ignorancia y de desprecio, a lo mejor no hubiese prescrito tal fórmula de entendimiento. Durante más de cincuenta años de su vida había tratado de ponerla en práctica, cosechando sólo fracasos, desabrimientos. Hasta conseguía que le dijesen que estaba grillado.  Demasiadas telarañas, pero la intervención materna o las leyes de Mendelsohn tenían solamente culpa de una cuarta parte de aquel destino. Su vida la percibía como un cúmulo de errores, una parva de torpezas, dentro de un suma y sigue infinito de desatinos. El resto se lo había labrado él solito. No, con esa inocencia no se puede ir descuidado por la vida. Te comen. Así que, consciente a carta cabal de haber nacido en tierra de rencores, como decía Unamuno, sin poder llegar a decirse que aborrecía a su prójimo, estaba siempre en guardia contra los gariteros que detrás del sollado atresnalan la soberbia, el desacato a la norma, los bajos instintos. Los donilleros del gran visir pueden hacerse presentes en carne mortal en cualquier momento. Y siempre que alguno habrá que se apunte a hacerles momos o a reírles la gracia.
-¡Cómo está el paño!
-Sí, señor, pero el limiste lo siguen haciendo todavía en Segovia. Lo que mueve la vida es la ley del Talión. Sólo te tendrán en consideración si pegas palos. El que me la hace la paga. Beldar agravios, reclamar cuentas pendientes, querellarse con tu vecino y llevarle a los tribunales de Mostotes, sentarlo en un banquillo ante una jueza, para que se le caiga la cara de vergüenza, entona.
-Hay que volver la otra mejilla Gnadio.
-El anacoste cuesta un poco más caro.
-¿Pero tú qué dices, Agapita? ¿ Estás modorra o qué? 
 Sus ojos eran inteligentes, pero se le habían quedado pachones de tanto leer, así como las vértebras de la espalda. De ellos emanaba una fuerza especial que compensaba la debilidad de su carcasa. Ese fuego como el de un aura lo comunicaba a sus oyentes. Por eso le habían dicho más de una vez: “Tú, Verumtamen, tienes un no sé qué”. Una gracia, un poder, y la verdad era que lo tenía.
Él entonces se ponía muy serio y mostraba sus manos ungidas.
-Soy sacerdote. Sacerdote según  Melquisedec, administrador de la paciencia de Dios. Traigo en las palmas  el crisma con que me ungió mi obispo.
- Productos tósigos.
-Deja de atosigarme con tus advertencias. Ya lo sé, no me lo repitas más. Estoy un poco loco.
-Tú estás igual que todos.


Y esto no era ninguna broma. Había sido cura durante un año en una parroquia del Este de Londres. Fue ordenado in sacris por una tal monseñor Callaghan al cabo de una peripecia larga de explicar y después de haber sido expulsado de varios seminarios de la Galia y de su diócesis en Hesperia.
Se había casado tres veces. Había sido profesor en Oxford, corredor de Bolsa, camarero, cohen en un lupanar de la Armbruststrasse berlinesa, jefe de imagen de un afamado político, periodista francotirador, fotógrafo, correveidile de un mandamás, perista, “negro” y aprendiz de poeta. Pero, aparcados sus proyectos de grandeza y algo caprichoso el destino, aunque brillante en sus revesas y contragolpes para con él, lo iban echando poco a poco de todas las partes. Así y todo, no se daba por vencido. Todavía me queda mucho tiempo por delante. Ahora se dedicaba a la venta de libros de lance por esas calles de Dios, frecuentador de los hospicios  y de los comedores de auxilio social, un hombre al agua, que llevaban hacia el desagüe los imbornales de aquella ciudad petrificada. Había dado con sus huesos intelectuales en el colportage. Soy colporteur o vendedor de misales y libros de oración ya cuando no reza nadie. Uno más.
-Volverás a región. Ese es tu hado fatídico.
-¡Toma ya! A esa parte iremos todos como buenos compañeros.
 El caballo de un coracero se detuvo justo al lado de la carroza de la Imagen Soberana, y, abriéndose de ancas, encorvando un poco el lomo, se puso a exonerar la vejiga; luego, lo otro. Vino un barrendero armado de escoba y badil y se llevó las boñigas que el noble bruto tuvo a bien excretar a hora tan intempestiva.  Y como  la cosa más normal del mundo a los efectos de su puntual  reloj biológico, se hizo mayores mirando para el tendido. Esto de cagarse los équidos en medio de la procesión viene a ser como una rebaja impuesta por los imperativos inapelables de la sangre a esos humos jerárquicos y a esa necia pretensión nuestra de trascendencia y de solemnidad. Por eso se dice de los hombres que van bien de la tripa cagalar lo de “giñas igual que ganado  caballar” y “como come el mulo así caga el culo” con perdón. El percherón quería ponerles los dientes largos a tanto enfermo de estreñimiento como habitaba en Nix Rasilis. Había muchos en aquella ciudad. No había más que mirarle a algunos de los barzoneaban bajo el sol de primavera a la cara. Era una yegua gateada, de alto borrén, fina de agujas, de raza árabe,  buena montura para un alabardero, tan pronto hacía corbetas o caracoleaba con elegantes evoluciones en diagonal por la calzada como se arrancaba al paso, al trote cochinero o a los cuatro pies; era apta para sacar a vistas en un alarde religioso como aquel de las tardes de Jueves Santo. Unos ensillan, y otros cabalgan, pensó otra vez. No se puede estar a la vez en la procesión y repicando No todos podemos vivir en la plaza, ni caminar detrás del paso. Al final todo se deshace en ceniza. En ceniza y humo. Tú no has nacido para ir en la procesión, a ti te tocaría hacer de mirón. No seas gilipuertas. Unos a la plaza y otros al balcón, a ver si me comprendes. Gnadio Verumtamen estaba muy mal. Había perdido el sentido del ridículo.


La ciudad parecía nueva, como de fiesta, tenía un aire sacralizado por las emanaciones de las flores, lirios y azucenas, sobre todo, que atestaban la carroza del Desprendimiento, a hombros sobre los esforzados y voluntariosos costaleros. Lo que yo desearía en verdad sería vestirme de nazareno, arrastrando cadena, con una cruz de doscientas libras en bandolera, al son de la música, pero, como estoy excomulgado, he de conformarme con ver pasar la comitiva desde un bordillo. Le tengo ofrecido al Moreno una promesa. Si me quita de beber, salgo con los cofrades de Puerta del Cielo. No caerá esa breva ni nos revestiremos mañana de pontifical. Apartarte del vino es una resolución que has hecho infinidad de veces. Alguna tendrá que ser. Sí, cuando te entierren. Erifos era un dios violento, el demonio que lo tenía sojuzgado, y, en cuanto tal, de un carácter venal, avenate, poco sujeto a  pronósticos. Hubiera deseado -lo que más en la vida- haber conseguido ganar el lauro de la fama, pero las musas, refractarias a su deseo, le habían desde bien pronto vuelto la espalda. Los enigmas de su pasado pertenecían tan sólo a las impertinencias de esa divinidad oscura que le parlaba desde la acidez de una botella. Si todos se alegraban de la llegada de la primavera con sus románticos y dorados ensueños, a él por único consuelo le quedaban los imponderables caprichos de su amo. Le era adicto de por vida.
-Alguna vez me rescatará alguno de tus garras, Erifos. Entonces empezaré a ser libre, sin sentir tu yugo ni el aguijón de los puñales.
-Castrate, serás por amor a mí un palomo blanco.


Escuchó entonces la voz como una caricia muy baja acoplada al trajín de la brisa, mientras por toda la campiña sonaba la estridulación martilleante de los grillos, que se esparcía como un susurro de rama en el bosque. Aquella llamada era capaz de hacerle enloquecer, inyectándole hebras de misticismo. Hubiera saltado toda la noche y hubiera bailado como un derviche hasta exclamar no puedo más. Sólo se preservarían aquellos que fuesen en la nave de salvación conducidas por el piloto que empuña la caña del leme del experto bajel. A los demás cuculatos o sin cogolla pronto se les daría el finiquito. Estarían condenados a permanecer en su aristocrático aislamiento. Tocaron a  rebato. El señor de la leude convoca a sus merinos. Las fronteras volvían a ser elásticas y permeables a todo tipo de gente. Nostramo - no confundir con el viático de los catalanes-, maestro de la tolerancia y de las malas artes quería un melting pot. Era el precio que el mundo tendría que pagar por la erección del gran Israel. empieza un tiempo inestable, de correrías y de incursión. Otra vez la amenaza de los piratas berberiscos. Pero al rey y a la inquisición chitón, aunque no faltará a estas alturas quien le tiente el vado. Siento ya la llegada de todo un cortejo. De mayordomos, pajes, maestresalas. Había acudido a ruedas de iniciados, pero sin demasiado éxito. Erifos era el responsable de que no madurase en sus propósitos durante mucho tiempo. Las mujeres acababan llamandole “Mariona” o diciendole otras cosas feas, pronto se cansaban de él, extinguido el deseo. Pero vio a algunas que daban señales de locura y en su embeleso pronunciaban nombres que no eran de este mundo. Una de bustos muy poderosos le tomó por mesías o enviado del Altísimo y todo su afán era tener acceso carnal para que le diera un vástago. No cesaba de repetir aquella frase de “Ha llegado, ha llegado. Él ya habita entre nosotros”. Y tuvo tanta congoja dentro que le resultó de todo punto en aquella ocasión en que Cupido le había sido tan propicio de consumar el trato torpe. Señales primeras alarmantes del miedo a la impotencia. Luego estaba aquel picor que enrojecía sus partes blandas. Llegó al convencido de acabar convirtiendose en un palomo cojo, en lugar de sus pretensiones a alcanzar el grado de palomo blanco, precisamente a estas alturas de la misa, cuando ya, perdida la libido, fracasaba en todas sus aproximaciones a hembra; algo le funcionaba mal, las partes elásticas no se estiraban. En las plantas de los pies también surgió el sospechoso enrojecimiento aliado de un sarcoma. Lo malo de aquellas tenidas en que se cantaba la llegada del Paráclito era que todas ellas derivaban en orgías. El fervor religioso de los ungidos abría la puerta del desenfreno. ¿Es que a los santos ha de estarles todo permitido? Esa era la regla sublime del pelagianismo, secta española, que los elegidos por mucho que se esfuercen no podrán hacer agravios al Señor. Hay barra libre y amor a todas horas.
-Ya lo sé. No me hace mucha gracia narrarlo, hermanos, pero tengan en cuenta que yo únicamente escribo con un propósito vencer al vicio del tabaco y a Erifos, que es el que más me cuesta. Lo demás me es indiferente.
-El cuerpo se hunde en el pecado y de esta forma el alma se purifica.
-¡Serán tus cálculos porcentuales !
-Es mi embriaguez numérica.


-¿No conoces las costumbres de la Parasceve o pascua judía que en realidad es un préstamo de las costumbres griegas? “Parasceve”(viernes) es la preparación de la pascua sabatina, y “parasceves” eran llamadas las veinte vírgenes que saltaban en las redolas o aquelarres, donde yacían con los sicofantes. Si después de las bacantes nacía algún niño al cabo de nueve meses, éste era considerado por profeta. Por eso el Profeta, que captó onda, oía campanas y no sabía dónde, ordenó santificar ese quinto día, el de Venus, a sus pupilos. No era tonto que digamos. Se lo puso fácil a los creyentes y por tal crecieron las huestes agarenas como las arenas del mar en apenas pocos siglos en detrimento de los seguidores del Crucificado que tienen más áspero el negocio de la otra vida, donde, para colmo, se les recompensa con salmos y con liras, santo aburrimiento y eterna quietud. Nada de manjares ni de huríes. A san Agustín le regalarán con sus himnos los serafines llevandolo en volandas de un lado para otro pero le negarán permiso para entrevistarse con lo que más quiso en el mundo: aquella esclava nubia. Porque en aquel reino empíreo habrá cesado de todo punto la llamada del deseo. Lo dijo Cristo no habrá ni mujer ni marido.
Habían desaparecido las chicas de tarifa- lo de chicas es un decir porque en aquella hueste de izas y rabizas con más historia en la villa de Nix, y que se resistían a jubilarse, porque las cantoneras, como el obispo de Roma, no se jubilan nunca, de su esquina, aunque nunca la prostitución tuviese una aspecto más sucio y desagradable. Entre ellas, las sufridas jornaleras del amor airado  había tres abuelas y una bisabuela- no perdían el tiempo pensionistas ociosos que cobraban el retiro en la capital, estaban cerradas las puertas del Corte Inglés, no se veía a moros ni a polacos recostados sobre el alfeizar de las jardineras de los tiestos gigantes del área peatonal junto a la fuente central, retumbaban los tambores de Calenda. La escena tenía un aire como muy surrealista. Un policía disfrazado de centurión romano guardaba la entrada de un edificio de la calle La Cuesta. Velaba la tumba incierta de los que asesinó aquella bomba poli-etarra. Un penacho de plumas de avestruz coronaba el almete, su galea de hierro fundido de Arabia, y en la loriga ostentaba las fasces y la bipenna de la divisa de su cohorte, con una leyenda que ponía en latín: “Harolianus comes Longini, legio póntica, manipulus quatordecim ex Panonia” (Soy el centurión Hariolano, acompañante de Longinos, incardinado en la legión del Ponto, número catorce, oriundo de Hungría). No era una de esas muchas pictografías obscenas de las que empavesan nuestros muros sino una epigrafía de innegable valor histórico. Había muchas nubes de variación diurna aquella noche en el firmamento. Yo me sentía una hormiga a la entrada de un rascacielos. Iban subiendo por toda la calle faroleros con tanta prisa como si al día siguiente el profeta Halley fuese a estrellarse contra la tierra. ¿A qué tanto azacaneo si todos los días son iguales y el turno de la vida es siempre afín a sí mismo?  Por muchas alharacas el mundo seguirá girando sobre su eje. Le faltaba decir que fue testigo de la muerte de Jesús en la cruz por todos los pecadores. Sí, la lanza en el costado. Adoramos te, Cristo, y te bendecimos, que por tu muerte redimiste al mundo.
-Flectamus genua, - gimió un diácono.


-Levantaos- volvió a consignar el preboste y por la extensa cúpula del cielo de aquella ciudad descreída y un tanto paniguada, pero que tuvo un pasado muy grande, de sede de la cristiandad, resonó un motete, el mejor de la polifonía del padre Vitoria. Era exactamente el de “Caligaverunt oculi mei”. El llanto verdaderamente fue como tierra a nuestros ojos. Entre la multitud flameaba el penacho de otro centurión: Cornelio al que Jesús curó a la hija y también estaba Jairo el hombre muy agradecido. Una mujer, que iba detrás de la Verónica con el sudario en que se estampó un bello rostro varonil, portaba un arca de plomo guarnecida de rubíes. Caminaba rozagante con gran esmero y parsimonia mirando para los lados orgullosa de su trofeo. La carne sellaba así el pacto de la alianza. Dentro del cristal había una cosa colorada y carnosa. El prepucio de la Circuncisión Santa. ¿El auténtico? Sólo Dios lo sabe pues a los hombres hijos de la mentira su piedad o su interés les traiciona en estas cosas. Buscan el Grial acaban estampandose contra los diablos de la red propalando mentiras cálidas en su lenguaje de perversidad. Yo ni afirmo ni niego por lo que me toca pero son ya muchos trompazos y traspiés en las tinieblas y tú, esperanza de mi vida, amor que tuve y llamó a mi puerta, no has venido, rota ya la promesa, y viejo y gordo y sin arrimos, acabé en ludibrio de mis enemigos. No te has presentaste Alquinnhelén. No se ofreció ocasión de milagros ni se multiplicaron panes ni peces. Sólo el pan amargo que me da mi mujer. Aunque convengo que en estas costumbres supersticiosas que nos sorprende en el bajar y subir por la rúa del pasmo que es pina y con bastantes baches mueven a devoción a los ignorantes, la grey simple. Dan un poco de belleza y de ilusión en medio del charco. Buscan el mar de Galilea y la piscina probática y acaban en una playa de Marbella con poco horizonte donde hacen nudismo las matronas madrileñas y los recién casados de medio pelo vienen de luna de miel desde el brumoso Manchester o la atascada Liverpool y se emborrachan con coñá barato. Ya nos quedan pocos horizontes. Pero Dios te ama. ¿Quién te lo ha dicho? Filaterías por la red. Pláticas y disquisiciones que no llevan a nada. ¿Cómo lo sabes tú?
Pero mi infancia fue una bella procesión alfombrada de aroma y pétalos que caían desde los balcones al paso de la custodia portando el Sacramento. Escucho con el oído los himnos de Epifanía. Ahora en la edad provecta conozco las espinas de aquellas rosas de antaño. La vida ha pasado factura. Perdió la honda el vaquerillo, madre y el peregrino su senda por andar a claveles. Se apagaron las lumbreras de JHS. Ya es de noche y se acercan horas profundas de tinieblas. Suena el gemido en la pared de los lamentos. Dios nuestro, Dios nuestro, ¿por qué nos abandonaste?  Lo del prepucio era una impostura. Lo mismo que el portal y el pesebre. La fuente donde la Virgen lavaba sus paños. Sólo nos queda el desfiladero por donde quisieron despeñar al santo de los santos sus propios compatriotas después de un sermón en la sinagoga pero el cronista nos dice que yendo entre medias de ellos logró ponerse a salvo. En cierta manera se hizo invisible. Único procedimiento de salvación para tu padre, Alquinnhelén, que es un perseguido, un topo en su guarida para los tiempos que corren, amor. Hasta podría demostrar que él fue el mesías echando la vista atrás y viendo lo que ha sido mi vida que tiene tantos puntos de contacto con la suya por el lado de la pasión, persecución y taumaturgia.


Pero en aquel momento rechinó la voz atiplada casi de eunuco de un príncipe de la Iglesia reconviniendo al coro por haber cometido semejante atrevimiento. La Pasión de Cristo, dijo el gerifalte en italiano, caía en lo políticamente incorrecto, un hecho tan lamentable como impresentable, aparte de confuso e incierto. Su parlamento entristeció no poco a un sacristán de Burgos, quien se limitó a exclamar en medio de la resignación:
-Vamos, que todo fue una fábula, que nos encariñamos con el invento, pero en todos estos siglos no hemos estado haciendo otra cosa que adorar al santo por la peana.
-¿Y vos qué hacéis aquí?
-Guardar el sepulcro de los Caídos. Porto la entorcha.
-¿Me das fuego?
-Hoy no se fuma. Se ha muerto Dios.
Al poco rato, vino un relevo y cambió la guardia. Lo curioso del caso era que estando allí de centinela un centurión romano, testigo de la muerte del Señor en Tierra Santa, no merodeasen a su vera los reporteros ñoños del Canal Metropolitano para hacerle una entrevista. Esos se enteran de todo. Por lo visto, los milagros ponen muy nervioso al gran jefe y no interesan.  Añafiles y tambores por la calle Igual y Ferreteros sonaban con más fuerza. Las ratas gringo- etarras, dirigidos por Pólux y Castor con chapela y de la casa de los Aizgorris (el uno, un leñador que profesó en un convento de fraile, colgó la sotana, y se metió a agitador de  masas, y el otro un banquero, con conexiones oscuras en el estado de Idaho, que no tenía agallas para admitir su calvicie y acaudillaba la tropa de insurrectos y de mambises por los predios várdulos, bien arropado por el oro que manaba por las atarjeas del Capitolio allá en Sede Baldea, donde se encuentran los libones  o manaderos de toda el agua sucia que corre por las alcantarillas del mundo, una versión moderna de los campos de Haceldama y de los treinta denarios del Judas) huían despavoridas al fondo de las cloacas.  Mujeres con velo, muy enlutadas, cubiertas la cara con una gasa, el gesto compungido, con pintas de señoras del ropero, y ahilando sus trenos de comadres climatéricas entonaban el “Amante Jesús Mío” y un orate dando muestras de evidente regocijo pasaba los callejones, dandose golpes de pecho y no dejando de repetir con voz opaca: “Ya vienen, ya vienen, ya está entrando la fuerza. Iba siendo hora de que nos liberaran”. No era más que un vagabundo, un hijo de la intemperie, pero “ex ore infantium et lactantium”...
-¿Por dónde?
-Están en Gamboa.
-¿Y a ti quién te lo dijo?
-Yo, que lo he visto.
-¿Cuál es tu nombre?
-Me dicen “Sciuta”, por ser italiano, como la pasta boloñesa, pero yo me llamo Nicomedes Alarma para servirle.
-A ver el bando.
-Yo no tengo bando, soy de los buenos.
-¿Quieres decir la contraseña, Sciuta?


-¿Y te parece poca tema lo que está pasando? ¿No es signo lo que ven nuestros propios ojos?
Quedó maravillado Verumtamen de la sabiduría de aquel azotacalles. Y convencidos de que no todos los que dicen “Señor, Señor” entrarán en el reino, pero lo que más le indignaba en aquel instante era la falta de decoro de las monturas de los escuadrones corporativos, cagando espeso en plena calle. Las boñigas descendían desde su cagalar cárdeno sobre los adoquines con lentitud solemne. Al ver aquella emanación de excrementos no resultaba difícil imaginarse como caerían las almas de los condenados en el infierno. Como boñigas a puñados.
- A un papa acaban de llevarselo consigo los corchetes de Pedro Botero.
-No será ni el primero ni el último, que de ese oficio están repletas las zahúrdas de Lucifer.
-¿Es que no hay presupuesto en las arcas municipales para que a los caballos de la escolta de honor les den un mal astringente con todo lo que roban los de la gorra de plato? Y ese va con la vara de alcalde ahí tan pancho y tan beato más que nadie.  No hay modo. Para laxante ya tenemos la televisión o las parrafadas que se marca el bueno de Walabonso Hache Aspirada, que no quiero la jota que trajeron los moros, y otros periodistas del ramo.  Los moros de la costa seguían arribando en las naves onerarias fletadas por los negreros de Sede Baldea los que trafican con esperanzas humanas.
 Don Walabonso, muy dado a las tercerías, era el gallo de aquel corral de alcahuetería de pleno derecho. Sciuta no se cansaba de anunciarle desastres múltiples.
-Al plato vendrás, arvejo. A todo cerdo le llega su san Martín con su respectiva martiniega. ¿Pagaste el diezmo?
-Ya ves.
-Ya me dirás, Colás.
-Te pongas como te pongas, es así la cosa y veremos en qué para,
Era la hora de los peregrinantes que querían salvarse. Se echaban a los caminos por todo bagaje un ejemplar de los evangelios de san Juan y se dispersaban como la fuerza absoluta del viento que arrastra el vórtice de la historia a través de todas las rutas. No se consideraban esto vagabundo marginales de la ley, ni perseguidos por sus ideas políticas sino que iban y venían porque creían en Cristo redentor. Sus recorridos se llevaban a cabo en demanda de una verdad suprema.



Los castizos nunca se cansan de protestar. Pero no había que fiarse mucho de esa verborrea, algo corusca y como hecha para pasar por altoparlante, de los nixrasilianos, donde llevamos siglos pensando una cosa y diciendo otra. Además los castizos en su parla vulgarota y asentada hablar como ir pisando huevos separando bien las palabras. A la señora la convertían en señá..
-Ez que...
Se disculpaban con eses aspiradas y el esque era como un comodín en todas las conversaciones, un latiguillo que denunciaba la procedencia del hablante. Entre Gamboa y el Lavatorio, esto es Nix Rasilis. Dios, olla y Madrid.
 Tiene tendencias adulonas el chulapo. Mucho cacarear y el chotis no es más que un baile de importación. Se vive hacia el interior. Nix Rasilis es un saco sin fondo, pero en eso se diferencia poco de París, de Berlín, Roma o Nueva York. El chotis es escocés.
La llegada de los ramiros estaba cargando el aire de paradojas. Dicen que le sufragan las potencias invisibles. Ello fue que aquel día de procesión en el que el pueblo devoto (que la devoción, si da la vuelta a la tortilla, es susceptible de trocarse en furia desatada, y la multitud en turbas; ay de vosotros si el populacho brama inducido por los eversores de nuestra tranquilidad, que han iniciado una revolución en marcha, y los evasores de los dineros públicos  que malogran en la trastienda, los plumíferos venenosos, y los pisaverdes delante de una cámara) veneraba a Nuestra Señora, La Dorada cuya talla había aparecido misteriosamente en el resquicio de unos lienzos de muralla que quedaron indemnes a la piqueta del ensanche y a la debeladora acción de los gabachos, el personal empezó a darse cuenta de muchas cosas. Don Walabonso no sólo era un burro de carga, sino también caballo de Troya, dentro, en su panza se ocultaban agazapados fuerzas de desembarco, ya están los teucros aquí otra vez, con armas automáticas dotadas de lentes de infrarrojos para la visión nictálope tropas de asalto nocturno pertrechados con el último grito de la parafernalia. Asistía a los saraos catecúmenos  escoltado por Columba la Currada y lo retrataban los niños de la prensa rosa y otros seises de la gallofa luciendo su tonsura de camándula. Podía ir a misa como acudir a una danza de los siete velos.
Se iba quedando calvo ende detrás, por la corona, pero de fraile tenía muy poco, aunque decían que era Miembro de la Obra. Doña Columba la Currada le preparaba trajes de adefesio para asistir a los desfiles de la catasta, las copas de vino español y fiestas de gala. Vista por televisión, la corte de sus majestades era una fiesta, pero cuando apagábamos el receptor, no era más que un valle de lágrimas. La tristeza y la depresión afloraban en las esponjosas confesiones por el móvil a la Escofina Morenaza, que conducía una programa sólo para miembros de la Tercera Edad por La Voz de la Espiral, que los castizos habían empezado a llamar Radio Vela Larga Macabra. Allí las abuelas iban a contar cómo se lo montaban con sus novios después de la guerra debajo de los chaparros. Se iba al huerto más que ahora. Decía una gorda: a mí marido es que cuando me toca la mano es que me excito mucho, sabes maja.
-Es que... es que. El hombre yesca y la mujer estopa. Ya ves.
 Escofina Morenaza aguzaba las orejas como un pertiguero y otra señora amenizaba la charla. Pues anda que si llega a tocar un poco más abajo, so guarra. Su éxito de programación se sustanciaba en explotación de los instintos inferiores por la mañana; por las tardes, morbo y violencia desangelada y sexo a todas horas. Los que pudieran, claro es. A este paso nos vamos a volver locos, impotentemente locos. Que lluevan no chuzos de punta sobre Nix sino grajeas de viagra. Ay qué coño tienes, Claudia.
-Tía buenorra.
-Arsa.


Aquella ventana iluminada de la Espiral de Horrores había penetrado en todos los hogares. Se hacía eco de la eversión con mando a distancia. Era su objetivo que se rindiera el alcázar. Ya en las mejores familia no se dialogaba.
El hache aspirada pronto nos transformaría a los currinches en jota. Tendríamos que ponernos a correr por la pista de los diccionarios. Anda. A ver. No podríamos a hacer aquí una etopeya de su semblante, porque la prosopografía nos conduciría a establecer un parentesco entre la delicada situación política por la que atravesaba la nación con la conciencia chirle de aquellos venados. Era la vera efigie del cara dura. Cualquier día de estos le van a soltar los mansos. Nos pasarán a todos la pluma por el pico, como es natural. ¡Y que lo digas!
- Acabarán todos en la cárcel. Ya verás cuando se les baje. Dudo que nuestros políticos, buena parte del clero y sobre todos nuestros plumíferos infames y con garras de cuervo, sean personas normales. ¿Por qué no sacará Zeus Mavorte el rayo que los fulmine para librarnos de tanta canalla? Mirale que repantigado va el muy cojonudo. Parece un mirlo blanco y tiene ánima de quebrantahuesos. Ordeno y mando, sí señor. Tú enviaste a la calle a tus verdugos y diste a los municipales y a los jueces de primera instancia a que llevasen a todos los vendedores ambulantes a la canasta. Toda una compañía de guindillas me rodeó impunemente y no pude saltar el cerco. Adiós mis libros, adiós mis estampas. Se lo llevaron todo, oye. Lo sentí por el icono de la Virgen de Kazán que me había enviado Asia Safina en una de sus cartas. Monté en cólera y casi me pego con un guardia. Pero la Grande y Bella consiguió hacer un milagro. Ella está muy por encima de los funcionarios madrigados, los políticos de relumbrón y mantiene a raya a las fuerzas oscuras. Si Ella no lo permite ningún guindilla se le subirá a las barbas, porque aplastará la cabeza de la serpiente. Que no se me ponga ningún mal alguacil a tiro. Yo les pido a los corchetes por Dios que no me toquen. Y no me tocaron ni un pelo de la ropa. A mí también me cupo un día la suerte de sentir la presencia invisible de la mujer de blanco. No dormí en toda la noche pensando en el desafuero del que había sido objeto. No dejé de rezar encorajinado. Madre del amor hermoso no permitas que se rían de nosotros.



 A la madrugada siguiente amaneció un hermoso día  fresquito de mayo. Cogí el primer autobús, que es el mejor caballo que nos queda a los que somos de infantería y no me fui a pasear; me fui a reclamar lo que era mío a la casa consistorial, entrando por la puerta falsa la que hace chaflán con la calle Tirocinio y va a desembocar a la plaza del Desdén, muchos soportales, tiendas de souvenirs, restaurantes donde te atracan y bares con fritangas de calamares a dos pesos el bocata, filatélicos, alguna tienda de boínas en lo que otrora fueran caballerizas, y en el centro la estatua ecuestre del gran monarca.   Su montura, al no ser tracción de sangre, sino de bronce fundido en fraguas italianas, no vertía aguas mayores ante el concurso de los múltiples turistas que a todas horas lo fotografiaban. La maldición de su padre parecía lanzar latigazos fulminantes contra el plinto. Temo que me lo gobiernen y los gobernaron como les dio la gana. Era demasiado pío, demasiado crédulo. Quizá medio tonto. Pero de ellos es el reino de los cielos porque no responden a la provocación ni dan respuesta de fuego o espada a los agravios. Los mártires no entran en la gloria por la puerta falsa. Tienen que trabajarse la entrada.
 Conseguí mi propósito sólo a medias, pero no hice mi viaje en vano, ya que si no saqué un alma del Purgatorio, a Prisciliano Consorcio, alias el “ Sietecartas”, que era por aquellas fechas hombre de al lado de la Gran Concejala, le dieron un importante cargo en el Ente. El bueno del muchacho que tenía una caída de ojos ni siquiera me lo agradeció. Pero de ingratos está el mundo lleno. La Virgen de La Dorada hizo un milagro, que estos rosarios blancos que yo reparto son una verdadera bendición. Vamos, hombre, que no hay derecho, que me confisquen a mí mis estampas y mis rosarios de forma tan aleve. Media Nix Rasilis y casi estoy por decir que las tres terceras partes de aquel país llamado Istolacia se dedicaba al estraperlo, a la venta ambulante o trapicheaba con las repúblicas hermanas. Era la voluntad de Sede Baldea, que no nos quería muy bien, el poner de rodillas a los nuestros. Estábamos perdiendo áreas de libertad a marchas forzadas pero ese había sido un poco el destino de los istolacios.
 Cuando abrieron los portones de la calle del Desdén y ya estaba yo contraatacando y haciendo pasillo. Inicié mi contraofensiva celestial, girando los goznes de la pesada máquina burocrática del Prytaneum Consistorial, pero aquel oscilatorio movimiento de libración no surtió efecto alguno, camaradas. ¡Dios mío, nunca me sentí yo peor! Mira que caer tan bajo. ¡ Poner los libros en la acera en espera de que lleguen compradores! ¿Qué desea? Tal y tal. Eso no es aquí. De una ventanilla me mandaban para otra. Había una lista de espera de tres kilómetros que aquel zaguán parecía la cola del Cristo de Medinaceli. Un pirulero al que le habían confiscado un carromato decía con su melodioso deje transandino:
-A no preocupar, señores, que no nos lo quitan todo. Sólo el veinticinco por ciento del alijo confiscan.
-Menos mal.
- A lo mejor devuelven algo. Por ejemplo, si se te han llevado el carro, luego te restituyen las ruedas o las teleras por ejemplo.
-¿Y el motor?
-Motor no llevaba, señor. Yo voy todavía por la tracción de sangre.
-Hablas, cholito, justo como un personaje de una telenovela de Vargas Llosa.
-Ese tiene mucho más dinero que un servidor, aunque viva del cuento.


 Más pólizas, más burocracias, más papel de Estado. Me cisco en el que lo inventara. Pues hazte la cuenta de que fue el conde duque de Olivares, el que encerró por un mal soneto  a todo un Quevedo en San Marcos, y el San Marcos de entonces no es lo que es ahora, un hotel de siete estrellas, con una sesión a la semana de frente a frente y comida a la carta sin un calabozo con mancuerdas, pihuelas y todo. Pues un autor de Oxford le sube por las nubes. Está visto que para ser historiador y que a uno le nombren y le den premios hay que llamarse Eliot, chapurrear algo de castellano y decir que los validos istolacios son los precursores de los primeros ministros británicos. Para surcar esta mar arbolada, para transfretar el piélago de pasiones hay que ser un azor. Olvidemos de las cándidas palomas. ¡Valiente cosa!
-Escribame un pliego de descargos.
 Lo escribí.
-¿Y ahora?
-Se le contestará por escrito y en su día.
- ¿Y no me van a devolver mis pertenencias? Eran iconos, objetos religiosos, rosarios blancos fluorescentes que irradian una luz tenue de fuego errante en la oscuridad y que protegen.
-Hable con el alcalde. ¿Es verdad lo que dicen: que ha visto a la Virgen?
-Sí.
-Y ¿era guapa?
-Sí.
- ¿Y lo del fuego fatuo?
-Usted sí que un es fuego fatuo, mi sargento. Sólo le hace falta la sábana y una cabeza de pulpo para hacer el fantasma.
-¿Tiene poderes de adivinanza? ¿Lee las cartas del taró? ¿La ahigada hizo a alguien alguna vez?.
-Higos tiene la parra del cura. Higos tiene pero no maduran.
-Déjate de falordias y de pampiroladas y responde a la demanda. ¿Sufrió su madre de eso que llaman los galenos agalaxia? ¿Retuvo mientras criaba la leche en las mamilas? ¿Hablaste igual que Mohamed en el vientre de tu madre y ya en el claustro materno empezaste de repente a cantar lilailas?
-No, señor, que de Tetis y de pornografía explicita estamos ahítos en este país, pero los senos son estériles. Están ahí para aparentar y para que la Lebruna los luzca cuando canta, y todos estemos pendientes de su pechera y de ese pródigo canalillo con que la dotó Dios (¿será todo suyo o los habrá reforzado con ayudas de silicona?) Y que exhibe en las galas benéficas a favor de los hambrientos de Eritrea. Por lo demás, en la maléfica ligadura tampoco creo. Lo que hice fue poner un tenderete en plena calle, repartir de limosna estampas y rosarios. Eso no es acatar ni pedir limosna, ni creo que me apliquen la ley de vagos.
-La venta ambulante la prohíben taxativamente las ordenanzas municipales.


-Pues yo lo hice sin mala intención. Soy creyente.
-¿Y no le da vergüenza? Parece mentira de ti, un hombre con dos carreras y que habla cinco idiomas. Mira que ponerse a vender en plena calle. ¿No le da vergüenza? ¿Con dos carreras?- insistía el suboficial, aquejado de titulitis, uno de los prejuicios sociales y manías de grandeza, secuela del morbo de los visigodos, más frecuentes y con el que desde niño nos marean, hasta convertirse en tormento endémico, a causa de los intereses de casta  por estos pagos pecadores, pero “colorada es toda sangre, hidalguillo”, adveraba el Caballero de las Espuelas de Oro, recalcando sus palabras con morbo.
Me dieron ganas de liarme la manta a la cabeza y empezar a romper diplomas. Si no es por la literatura y porque la utilizo para juntar cargos contra los prevaricadores me vuelvo loco. Palabra.


-Eso exactamente es lo que dice mi señora, pero yo no la hago caso. Es muy temperamental. Hay días que se pone contra mí como una energúmena, una Euménide. Yo tengo que morderme la lengua, aserrar los puños y hasta me acobardo, porque, de súbito, se me suben a las mentes todas las amenazas y lutos de la crónica negra que cuentan casi regodeándose los frecuentes asesinatos de mujeres a manos de sus costillas esas lenguas en forma de tijera de las cotarreras del programa insustanciales que garlan sin parar. Sábados de tele aburrida. Rueda de inquisidores, aquelarre de honras. El morbo vende. Y sacaron a un bastardo de Alfonso XIII, bigotes a los Felipe IV y toda una máquina sexual que se llevaba a bailar a sus chicas al “Rancho Criollo”. ¡Qué tiempos! Estos bombones, todos iguales, algo rubiáceos, estirados de cuerpo, largos de canillas, altos de borrén y labios gordos muy sensuales. Los rojos le perdonaron la vida por ser el hijo de puta, vástago de un rey habido no en morganático como el de Doña Stiva, sino en el camerino de un cupletista. Su madre era una corista danzadora que hizo virguerías en  al cine porno. Sale por esas boquitas enjalbegadas de maquillaje toda la freza de esta sociedad faramallera. Quiero apeldarlas, tomar el tole, pero, desde que cayó el muro, las huidas son a ninguna parte. Lo global ha suprimido la condición de refugiado político. A lo mejor resulta que soy un terrorista y vienen a por mí los gendarmes y me pasean en helicóptero. Vagar y vagar como un vulgar zampalimosnas.  De esta manera de las crónicas de sociedad hemos pasado a las falordias del monte de Afrodita, a los chisguetes de discoteca y a los polvos de la movida. Bajo el alar de esta masada, antiguamente denominada Jáquima, la patria mía (el nombre viene del vascuence, dicen), ya sólo cuecen desdichas y desfalcos. El azote de Dios no tardará en llegar. Tan infaustos acontecimientos son cantados casi con un cierto refocilamiento macabro por las gumías del panel informativo. No quisiera, señor guardia, que mi nombre se viese involucrado en ese estadillo tan frecuente en nuestros días como lamentable. Soy Gnadio Verumtamen, latinista,  filólogo, hombre de bien. Mis manos nunca se han manchado de sangre. Y aparte de eso están ungidas.
-Pues no para de meterles en la mierda- dijo el comisario mostrándome una larga lista de papeles, registro de mi acostumbrado paso por comisaría.
Cuando a las gentes les llevan por vez primera al cuartelillo, a unos les da por llorar, llamando a su mamá, llevarse las manos a la cabeza o por contar sus hazañas. Al bueno de Gnadio se le soltó la lengua. Era de estos últimos. De remate, a todo acaba por acostumbrarse uno.
-No se ponga tan dramático.
-La vida es trágica.
-Hombre. Tampoco es eso.
-¿Cómo que no si Agapita Quinccoces chilla y chilla,  me trata con el desprecio que toda hembra siente hacia el castrado? La tengo miedo. No por ella, sino por mí mismo, no vaya a ser capaz de cometer un acto punible. Sus malos tratos, sus vejámenes me sacan de quicio. Ya sabe, señoría, que una malcasada es una herramienta de muerte, un infierno portátil. Y, si un día me calzo con el pie izquierdo, acabaré poniéndome el coturno de la ira asesina.
-Irá Vuecencia a la cárcel.
-Ya. A la tiorma. A la gefangis, a la gaol, a las catacumbas. Mi vida son las cadenas por eso me he aprendido el nombre de cárcel en todos los idiomas del mundo. Bajo ese signo nefasto me parió el destino.
-En ese caso, puerta. Dejéla. Tiene dos carreras, habla varias lenguas, es hombre de mundo.
-Qué más quisiera yo, señoría. ¿Adónde voy a ir yo a mis años, con estas carnes partidas, con este dolor de ijada que a veces me llega desde la cintura a la rabadilla? Amén de eso, se me inflaman con frecuencia los tobillos. Estoy para pocos trotes. En serio, me causan pavura las noches al raso. Ya no puedo hacer lo mismo que cuando a los veinte años me fui a París a la aventura cargado con un macuto de infantería que merqué en una tienda de efectos militares.
Se le subía el gallo. Se conoce que al muy cabrito le estaba yo sacando de las casillas. Se encaró conmigo furioso.


-No me llames señoría leñe. Yo no soy un juez sólo un humilde suboficial de la guardia urbana. Esto no es una sala de audiencia, ni las cortes generales. Compareces ante un guindilla y a lo mejor antes nos hemos visto las caras. A lo mejor estamos los dos en el mismo barco, pero lo que pasa es que yo me aguanto, mientras que tú con tus dos licenciaturas a cuestas te has convertido en un baldón para todos nosotros.  El sargento  debía estar obsesionado por esa pasión hacia los titulillos y diplomas demoledora, (she was a career woman) resabio de las cuentas pendientes de la inquisición y el forcejeo entre cristianos viejos y nuevos que puso en movimiento nuestra mentalidad sui géneris encastilladas en los principios de un catolicismo barroco en el que las máximas evangélicas andan prendidas con alfileres. Al pobre vagamundos y vendedor ambulante le recordaba un poco a la tozuda de su madre a la que le gustaba mucho hablar de carreras y de embelecos, y de licenciaturas con matrícula de honor y toda esa inclinación facultativa de la que hablamos, no para saber sino para ser más que los demás y para colocarse. ¿Por qué? Porque ella quería ser más. Orgullo e casta se llama esa figura o tal vez simple y pura comodidad, pero nunca jamás afán de progreso. Y todo para acabar sin oficio ni beneficio. Si quieres ser algo en la vida, haz oposiciones. Tú serás un buen funcionario en prácticas.
-Vapula (así llamaban a la mujer que me parió), eso no está bien. Creo que es poco cristiano la forma como tratas a tu hijo. Dios te castigará. Ya te pasarán la pluma por el pico.
Madre  Vapula a Verumtamen lo tenía muy aborrecido, desde niño. Se pasó toda su vida haciéndole la puñeta, rebajándole ante los ojos de las gentes, y el pobre aguantaba su acción implacable con mansedumbre y gesto pío. Iba diciendo: “Con madres de esa calaña como la que a mí me ha tocado en suerte sobran las madrastras” y luego, sacando el rosario blanco, pasaba los dedos por los abalorios de nácar.  Cuando terminaba se quedaba dormido, y en su letargo, en el pasmo de la soñarrera, se acercaba a su Madre del Cielo que le había dispensado todo el cariño y ternura hacia él de los que no fue digna la mujer que le parió por una de esas carambolas de la biología.  Pero tú tienes mal de madre; a ti té pasa algo con las mujeres, tío. Los desengaños y golpes de su vida le enseñarían que las mujeres amamantan, rompen la vajilla, recriminan, hacen gorrinadas con quien les pete, atendiendo a la llamada del deseo, carecen de lógica, son todo tubos de complicadas reacciones químicas, pero ya lo de querer es mucho más difícil. Es para lo que están hechas. Verumtamen con los padres medievales se preguntaban si tenían alma las mujeres. En caso de ser cierto, ésta debía consistir sólo en un orificio. Su conclusión predilecta al respecto se tasaba de esta forma: “Nos dan de mamar, pero no nos quieren y nos mal gobiernan. Para ellas nunca dejaremos de ser sólo niños de teta cojones, llorones, no nos zafaremos nunca de esta maldición de oralidad que nos persigue”.
- Yo, señoría, no soy más que un pobre alcohólico, un autor fracasado. Un dipsómano con la tres letras- divorciado, deprimido, derrengado-. Pongo mis libros al borde del camino. No pido limosna, pero todos me pisan y parece que quieren humillarme. Si no me hubiese protegido la Virgen María, ya me habría muerto. Pertenezco a una orden mendicante en estos tiempos de derroches, desigualdades e injusticias, que es la de la cultura. Me cago en la leche, yo pago mis impuestos, y el edil me viene con esas martingalas.
-Reportese, oiga. Pida audiencia con el alcalde.
Fui a hablar con  Cohombro, pero estaba reunido.
-Entonces pida audiencia con la concejala.


-Uy, esa. A buena parte fuiste a dar. Esa sólo da mercedes catalanas. Cortesías y buenas palabras. ¿Qué hago?
-Pues, nada. ¿Qué vas a hacer? Pues, nada. Joderse, como está mandado.
Me aplicaron el artículos tantos, barra cuantos de una ley que no me acuerdo  de enjuiciamiento criminal. No me daba por conforme. Estos tíos no se quedaban con mis rosarios.
 Había una paloma, la primera de la mañana columpiándose en la barbilla de bronce de la estatua ecuestre del tercero de uno de los Felipes, hombre corto de alcances, “temo que me lo desgobiernen” pero muy devoto y propulsor en Jáquima del culto a la Purísima Concepción, “palma sois excelsa, Oh virgen triunfadora”. La guinda andando los siglos la pondría el Generalísimo Franco quien consiguió de Pío XII el Breve que proclamaba la Asunción Gloriosa de la Madre de Dios a los cielos. Me tomé un par de cazallas en una bodega que hace esquina a la Plaza de Decanos con la calle Salsipuedes. Valor, hijo, me dije. Te enfrentas a todo el aparato administrativo. Do not take a no for an answer. No te rindas. ¡Qué más quisieran ellos que verte hecho picadillo! Cuélate por la puerta falsa como cuando ibas al campo de las Margaritas en Getare y te hiciste amigo del conserje Pirulo que te dejaba pasar, y así diquelabas a placer cada una de las jugadas. Goles y los del equipo visitante les llamaban de todo, y a veces a los de casa. El furbo es la válvula de escape por el que el pueblo sencillo. treinta veces la palabra hijoputa, marica y cabrón es que te encuentras entre españoles. Todos los encuentros gratis.
-¿Cómo lo ves?
-Mucho sombrero. Cigarros puros que la gente fuma y fuma que hay que ver y veintidós tíos en calzoncillos sudando la camiseta. El personal se pone con el fútbol que yo que sé. La cosa no es para tanto.
-Los españoles estamos locos. Al fútbol nos tiramos en plancha. Es una forma de escapismo. Rueda de vanidades. En los estadios hacemos la encorvada. Nadie se atreve a hablar mal de los americanos. Es políticamente incorrecto.


  A mí siempre me han parecido todos ellos personajes dignos de Dostoievski. Muchos de ellos traen mirada de asesinos. Una enorme estantigua de locos repúblicos se había metido a la procesión a acompañar el paso. Está claro que lo importante es que te retraten. Chupar cámara, ser caldo de cultivo del “Haronía” (revista ilustrada que no ilustre), o del “Matarrotos para tarados” pura pornografía mental cuyo redactor jefe es un amigo mío que se llama Paco, y vender como alcahuetería tu propia carnaza. Cinco millones del ala por presentar un coñac de marca. Cuando parla Coruña Betanzos ha de guardar silencio. Y en Puente Deume, chist. He dicho que te calles, Laural. Que te calles tú, Alicantinas. Ya es oficio muy redituable por cierto a la sazón fiscalizar honras y ser indagador de vidas ajenas, y ahí los tienes a todos y a todas garlando embelecos por la caja radiante heridos y como traspasados por el rayo de un cierto fulgor monaguesco, lenguas descosidas. Por la boca muere el pez.  Ahí está esa redola de tíos y tías, brujas con su cofrades, dándole que te pego igual que las brujas de Monte Pejín, lunes y martes, miércoles, tres, colocándole chepas a los enemigos, y aguardando a los jueves que salen las revistas. No paran las lenguas viperinas. Juliano el Apostata, sentándose en la plataforma rodante de los videoadictos, ha devuelto las antiguas basílicas a los herejes y los templos de Júpiter al demonio aunque no pudo devolver según sus pretensiones el de Jerusalén a los hebreos aquejado por el mal de Babel. Venciste, Galileo. Han instaurado otra vez el culto al cuerpo, sumidos en los blandos halagos de la carne perversa.

Don Frutos y Don Walabonso eran lobos de la misma camada. Toda la cuadra está con cagalera y el capitán de Dragones lo mismo. Un húsar se cuadró marcial ante el burgomaestre que se llamaba Cohombro y que verdaderamente tenía la cara de pepino.  Nunca alzaba la voz, hablaba sibilante  expulsando el aire a través de su boca muy pequeña y como encajonada, sin mover un músculo, sin descomponer el gesto, como aquel prefecto, un tal don Marciano Monroy que tenía la mano tan larga y que le propició tantos sopapos cuando era seminarista. ¿De donde salió ese carbón? Creo lo trajeron de Valladolid. Pero cuanto más  callado más temible. Metía unos puros que aquí te espero. ¿Quién lo iba a decir con esa cara de rey del pollo frito y de mosquita muerta? Le salía un tonillo de pito, pero hay que andarse con tiento y no fiarse de las apariencias, que son tataranietos de los inquisidores. Su mala leche y el mismo orgullo de tecnócrata habían hecho de su mandato un tiempo eficiente. Nada de insinuaciones lascivas o revolucionarias aconsejando a sus pupilos el estar al loro, o cualquier otra ordinariez que se le parezca. Don Frutos Cohombro Perales no se andaba por las ramas. Había inundado la ciudad de inmobiliario urbano, había hecho peatonales algunas arterias viarias que estaban muy congestionadas. Activó  los arbitrios municipales de toda índole y la grúa y el cepo, terror de los conductores, fueron, más que nunca, una amenaza.
Sin embargo, la oposición se tomaba a broma los desvelos del burgomaestre. “Ese no es un cohombro, sino un nabo; no es un peral, es un camueso”. Escuchar tales impugnaciones, a su juicio injustas, le cabreaba. Había pensado en huir, marcharse al desierto como los conversos, y encontrar un agujero, una socarrena en la pared, donde meterse allá en el nido de los silencios.  Pero se constreñían las esperanzas. Para tipos como él no quedaba ni un clavijero. Me da coraje lo que me dicen, oye. Hay que ver lo injustos que son, pero a cada vaca su cencerro, que decía Salomón. Eso me suena a colección de cromos. Ése lo tengo repetido. ¿No habrá pasado por aquí la reina de Saba? No, señor. Su majestad la emperatriz no viene en mi libro y vete tú a saber si en realidad de verdad siquiera existió. A mí me ocurre lo que al primer munícipe en la coyuntura del último otoño del milenio, que bebo los vientos por la verde Erín.


 En Irlanda me amaron y allí fui alguien. Todo lo contrario que en mi país que para mí tuvo mal fario y es gafe. Cambiaría todo el oro del mundo por un rincón para dormir en Derry por los alrededores de la taberna de Sean MaCarthy, que era muy amigo mío allá por los felices años sesenta. En cada hoja de los robles del jardín de mi barrio veo un ángel blanco. En aquel tiempo yo iba por los pueblos irlandeses con una guzla y todo el mundo me creía un fantasma que había brotado del fondo de las aguas del Canal, trepando por los formidables acantilados de Limerick, que se alzan a doscientos metros sobre el océano, alma de viejo galeón rescatado  de entre los pecios de la Armada Invencible. Se me escuchaba atentamente y algunas mozas de pelo encendido y de ojos verdinegros suspiraban de amor por mí.
- Ah The Spaniard! He is nice, isn´t?
Algunas veces depositaban en el cuezo algunas monedas. No soy un fantasma, ni siquiera el Monstruo de Lago Ness, les decía, sino un amanuense de la vida que con la aplicación que le permiten sus borracheras y a intervalos, escribe sobre el aire palabras que son como torres sobre el viento, que luego se derrumban. Aparentemente carecen de sentido, pero,  luego me las traduce un serafín. Cuando el ángel les da la vuelta, se transforman a letras de oro y quedan grabadas para siempre en códices miniados. Hago constante la glosa del Apocalipsis. Con sis cítaras de oro los citaristas citarizaban. ¿Tú crees que de literatura contigo pan y cebolla serás capaz de vivir?, decía la voz de la razón yendo a lo positivo y al grano, pero como yo por aquellos días era un romántico trasquilado no me hacía cargos de tan saludables advertencias, tenía la cabeza a pájaros, era joven y estaba enamorado. No es que crea en que esto pueda, ni mucho menos, dar resultado, más ¡en lo que durara!


 “Carmina aurum non dabunt”(oros y versos son enemigos), asmaba el clásico y no asmaba mal porque a Horacio no se le escapa una, pero me lo paso bomba escribiendo tan pulido y aseado. Ya he terminado de esta forma varios cantorales. El ángel que me acompaña dice que son valiosísimos. Es tan bueno y comprensivo este ser celestial que muchos días, cuando el lúpulo de las tabernas de MaCarthy o de O´Duffy (todos los chigres de ese país tienen nombres muy líricos, y un arpa por enseña) se me había subido a la cabeza, se hacía cargo de mi rabel.  Empezaba a tocar solo ante la estupefacción de los viandantes que no podían dar crédito a sus ojos, aunque Erín sea un país mágico (lean a Cunqueiro). Caían más monedas al cepillo. Los lirios del campo no se cuidan de qué comerán o conque se taparán. Evangélicamente los imito. Me conformo con la parte alícuota de niebla en mi redondel La vida no es más que un poco de humo que se disuelve en el aire. Esto me parece que nos sirve de consuelo a los que lo pasamos mal en este mundo, pero garantía absoluta nunca tendremos de que existe un plus ultra no la tenemos. Ya no tengo otro remedio que machacar a Shakespeare: “Life is a tale full of sound and fury told by an idiot”. Esto es: el ruido, la furia y el tonto del pueblo. A eso se reduce el argumento de esta paráfrasis absurda. A veces vienen parafrastes hinchando el perro- el que más ladre, Vargas Llosa y maricón el último- pero todos estos cholitos grafómanos vienen a decir lo mismo, aunque les den el Cervantes, oiga.
 Aquí nadie tiene derecho a estar seguro de nada. Jupiter de vez en cuando me bombardea con su mirada y envía a Erifos el de los pelos ensortijados y los ojos de avena. Con sus embustes y haciendo caer sobre la tierra a una lluvia dorada (nada tiene que ver esto con un anuncio porno en las páginas del “Cosmos”, órgano de la desinformación y el desenfreno patrio, ese del que es director Walamboso Hache Aspirada, amigo del Gran Sobrestante, ese que no da la cara, capullos) sedujo a la virgen Dánae. En penitencia, el amo de los vientos les puso el castigo de Sísifo, colocó a Iction en una rueda radiada de serpientes, y a cambio nos dio contiendas, enfermedades, moscas y plagó la tierra de mujeres. Ya está visto que hasta los dioses -randy buggers- no son lo que se dice un modelo ejemplar que debamos imitar los humanos. Empezando por Jupiter, Zeus, el gran dios falso que ha dado por lo menos el título al verdadero, que como al falso llamamos Deus, y quis sicut Deus, proclama el arcángel, pues tenía un comportamiento de cretino machaca arras, digno de aparecer en un programa de tarde con Alicia la Vasta, esa personalidad mediateca que basa sus morbosas intervenciones televisadas en preguntar a los españoles que cuantas veces, y cómo y dónde su parienta se la jugaba, pues Jupiter se lo montó con Alcmena, mandó a su esposo Anfitrión a la guerra y el muy bellaco la hizo suya en su propio tálamo mediante un engaño, a los nueves meses nació Hércules. No fue un comportamiento muy razonable que digan, digamos. Ellos en el Olimpo practican el acoso sexual. Y si esto hacen los rabadanes, el gañán no se va a quedar cruzado de brazos. A veces escucho gritos demoledores en el subconsciente. Braman las Euménides, se afanan las danaides. El tronido de la diosa hace tambalearse a los propios alcázares del Pentágono.

 Papá, ven en tren. No tienes que probar ni una gota de alcohol, Verumtamen. Eso es veneno para ti. Tienes que combatir con razones las injurias. Y a ti te han puesto de pus y de sangre. Para sobrevivir tuviste que hacerte pequeñito y arrimado a los pasamanos de una tasca ya no tenías ningún peligro. Dejaste de ser un enemigo y una amenaza. Si asomas el colodrillo por entre los resquicios de la tapia, con toda seguridad te cazan. Lo hemos silenciado. Que coma hierba, que sea un nombre nulo. Su imaginación era un volcán efervescente.
-Eres un primavera. You think too much.
-Really?
-Pues, sí. Lo mejor en verdad para ser feliz es vivir y no pensar.


Quedó exhausto y maravillado de su parlamento, pero cuando cogía carretilla se embalaba.
Aunque no era demasiado creyente, las procesiones no se perdía una. ¡Qué alcalde más figurante, válgame Dios!
-Dicen que es sevillano fíjate.
-Como el Conde Duque, y por eso aspira a dominar al  mundo.
-Tiene una mujer muy guapa de ojos grandes, preciosos y la cara triste como vaciada en porcelana, que recuerda a la Macarena.
-Pues mira tú por donde a ver si va a ser la misma
-El potro de tu imaginación desbordante ya se va a la empinada. ¡Qué cosas! ¿Tú ya sabes a quien me recuerda la señora del burgomaestre?
-No me lo expliques. Lo conozco. Sé que eres pájaro de un solo nido. Sólo se ama una  vez.
-Marañón sostiene que eso es síntoma de virilidad. Y que el Tenorio era marica, un impotente que tenía que resarcirse de su impotencia haciendo cada noche una conquista. Amaba para la galería. En realidad se amaba a sí mismo tan solo.
-Pues la ciudad se debe de haber llenado de maricas con arreglo a eso que dice el insigne doctor.
Se puso a recitar unos versos del drama de Zorrilla:
Yo a los palacios subí; yo a las chozas bajé y en todas partes dejé memoria infausta de mí.
Don Juan de Mañara, contra lo que piensan muchos, llevaba dentro de su ampuloso chambergo rozagante de plumas de avestruz. En realidad de verdad, tan sólo era un ala triste, un mercenario de capa caída, cañón sin afuste. Pólvora en salvas. Eso les pasa a muchos. Se les ha caído la carrillera.
-¿Que se le veía el plumero me quieres decir? ¿ Un tenorio con plumas como Doña Bibí?
-Justamente.  No en balde llaman a Marañón el “Salomón de nuestra medicina”. No se le escapaba una. Para diagnosticar una enfermedad se fijaba en la configuración de los rostros. Cejas muy juntas, loco. Frente ancha, inteligencia despierta, pero hombre engañador. Descubrió las relaciones de la sífilis con la diabetes insípida, y la forma en que le crece al varón el vello pubiano entre las ingles para determinar los grados de masculinidad de un sujeto. Si esa mata se desparrama hacia arriba en forma de vértice, señal de potencia sexual; en cambio, si forma como la base invertida de un triangulo isósceles, afeminado al canto.
-¡Ya me estás preocupando!


Había dejado Verumtamen de tener relación con mujeres, y vivía lejos del baticoleo de la cosa pública, ese poso de amargura que siembra de inquietud y de tristeza tantas vidas. No es más que la sombra del instinto reproductivo, el cepo que lleva a hombres y mujeres al garlito. La castidad que le parecía inconcebible en la juventud le había venido sola. Llegó a ella sin esfuerzo por un proceso natural. Si tú la dejas un mes, ella te deja un año. Los gallos habían dejado de cantar en los almiares, el tábano del deseo había perdido su aguijón y, muerto el perro se acabó la rabia. Aquella inapetencia prenunciaba, sin embargo, el gélido sepulcro.
Habitaba un cuarto en una pensión de la calle Marilén y era feliz. Había vuelto a decir misa en latín en aquel altarcito del aposento que la señora Amelia le había preparado con rosas de plástico y un mantel muy limpio, sobre el que se alzaba un crucifijo de calamina y la talla de una Virgen románica que se encontró en una poubelle  o pábulo (los franceses son finos y relamidos hasta bautizar las cisternas y contenedores de la basura con un nombre tan pulcro) de la calle Lignitos.
-¿Y estas misas valen, don Gnadio?
-Sí, hija. Como otra cualquiera. Yo soy sacerdote según la orden de Melquisedec, por mucho que no le guste al obispo. 
-¿No será usted hereje?
-No, hija, no. Que voy a ser. Pierde cuidado. Cuando yo consagro hago la eucaristía con tanta validez como el Papa. Otra cosa es que esta consagración sea lícita.
-Pues consagre bien. Sus misas gustan a la gente.  A las de las otras iglesias no van. Poco a poco tendrán que ir echando el cierre. Además, este barrio ha dejado de ser cristiano, padre Gnadio. A Cristo lo dejan solo, adoran al dinero, y tienen por sacerdotisa a Hécuba Piños, la que oficia todas las mañana ante el ara de Afrodita.
-¿Y esa quién es?
-¿No la conoce? La Turquesa del Encuadre. Lo del encuadre debió ser porque es toda una real hembra por lo bien plantada y lo de Piños por sus protuberancias odónticas. Además, tiene el culo en pompa y mediatiza, vaya si mediatiza. Es todo un veneno de mujer. Cuando se pone los puños en los cuadriles y se cierra en jarras, no hay chulapo que la tosa.
-Muy echada para delante, querrá decir, usted, y muy señora de su casa. Hécuba Piños, la verdulera médium aunque tenga a su disposición toda una caterva de los mejores alfayates parisinos, loba capitolina a cuyas ubres maman Rómulo y Remo, Pólux y Castor y toda una cuadrilla de princesas y de actrices descolgadas a cuyas hijas procura colocar lo mejor que puede,  va de reinona por la vida, astro rutilante, que se muere por el bien parecer.
-Eso es, pero un diablo de mujer. Se ha cargado ya a siete maridos sin contar al primero que, sabiendo de cuernos, se tiró por un balcón. El pobre prefirió la tumba fría al corral de bueyes de cualquier vacada andaluza. No consintió que le echasen los mansos porque era una eral con casta.
-No fastidies. Esa historia me recuerda a la de la bíblica Sara.


Doña Amelia le trataba con harto respeto y miraba para él con ojos soñadores como si estuviera viendo a un profeta salvador que anuncia calamidades y redención.
-¿Tú sabes bien lo que significa la palabra profeta, mujer?
-No, señor, pero dígamelo v. m. que sabe tanto.
-Pues quiere decir profeta el que está mordido por la inteligencia divina y el espíritu de Dios hace que rabien los corazones. Por eso, los profetas siempre hablaron en nombre suyo. Hoy sigue habiendo muchos, aunque no se ven.
El pueblo estaba cansado. Mostraba en el rostro la tristeza de aquellos que se sienten conscientes de haber sido engañados.
Sobre los veladores del Estibadio o Café de la Pompa había sostenido largas discusiones acerca de este fenómeno, de la tolerancia que es tiranía disfrazada, de la mentira sistemática que utilizan como un arma arrojadiza los que ostentan el poder, pero ya le aburrían aquellas discusiones de poetas muertos. El único personaje digno de confianza era el cerillero y así y todo también debía de tener su ventanuco al cierzo.
-Esto no es un  Estibadio sino un humilladero laico. Debieran de rebautizarlo o colocarlo el nombre de Valle de los Caídos. El dueño debería de cerrar el negocio y sustituir la cervecería por una tienda de ataúdes.
-Tú deliras, Verumtamen.
-Hombre, muy bonito. Pero ¿no habéis traído vosotros la libertad de expresión? ¿No se puede decir lo que uno buenamente piensa?
-Para algunas cosas no- decía tajante uno que era actor. Tenía el perfil de romano. Había trabajado en el reparto de algunas adaptaciones de novelas de Galdós y de Gabriel Miró para la televisión.
-Si tú lo dices, pues estamos listos. Apaga y vayámonos.
-Te voy a decir lo que tú eres -proseguía el cómico bastante cargado de punto-. Tú eres un “lebensracher”, un enemigo de la vida como todos los de tu calaña, aborrecedor de la especie humana.
Vio que era inútil discutir con semejante personaje y se alejó.

Sacar a la patrona en procesión era un acto cargado de simbolismo. Iba por las calles céntricas del casco viejo bamboleandose (bajo las andas y ocultos entre el paño y la cenefa se afanaban los palafreneros penitentes que cargaban con la carroza sobre los hombros por promesa)entre ramos de flores y exhalando un perfume de bendición sobre los muros leprosos de los barrios derrotados, allí donde el lujo, el comercio y la mendicidad compartían espacio.
-Mirala que guapa va. Tira para ella un beso, corazón.
Una madre aupaba en brazos a un niño de cuatro años al tiempo que formulaba un deseo. El pequeño miraba en  redor con ojos asustados. Acaso no cupiera en la mente por sus cortos años todo aquel ambiente cargado de simbolismo.


Pasear a la Virgen se hacía ya en la edad media, si sus moradores atisbaban algún peligro de invasiones, pestilencias, sismos, o advertían ese clangor como de hojarasca pisada por los bosques del otoño que siempre se escucha cuando Dios está disgustado con nosotros. Siempre se hicieron aquí rogativas para impetrar la clemencia del Todopoderoso. Todavía han de resonar los ecos de las místicas imprecaciones por las rúas de Areneros, la Concepción y El Igual.
Ciertamente, el tiempo no es sino algo convencional, como un verso de Neruda, que habita tan sólo en la imaginación, pero la fecha del año dos mil la teníamos todos en la cabeza. Cristo, escúchanos. Dios Padre Celestial, atiende nuestros ruegos. Virgen Poderosa... Estrella matutina... Espejo de Justicia... Trono de la Sabiduría... Ora pro nobis... Ora pro nobissss. El clamor del silabeo ritual se perdía en el albeo de la calle. La diosa fortuna iba a parir a un hijo muerto y ese niño que se asfixió en la placenta no era más que el símbolo del término. Ha llegado el tren a la estación de su destino. Los viajeros embarcados en una goleta adonde les subieron sin pedirles parecer van a rendir viaje.
Pero, también, el clamor de aquel milenio recién nacido y recién trucidado por Herodes era como un día de Inocentes. ¿Quién sacaba partido de cuanto se propalaba en los mentideros de la corte de sus majestades, Gaón y Leda?  Las grandes superficies, las firmas publicitarias y la Cisura Hécuba, una de las danaides comerciales, adonde van a par todos nuestros ahorros, pero también Júpiter condenó a morir a Creso haciendole comer sus mismos tesoros. A algunos incautos de nuestra época, sin saberlo, les espera el mismo castigo que al rey de Lidia: reventar ahítos de riquezas. Que se sepa, el oro siendo tan apetecible no representa un manjar comestible.
-Vivimos en una era de lo venal. Aterriza de una vez. Si no sabes comprar o vender no perteneces al supo de los elegidos.
-Por eso hay tanto venado a las puertas de las comisarías- dijo la voz del espíritu tratando de hacer un molinete literario,  una metonimia sin demasiado acierto.


Los pavores del apocalipsis se habían convertido en reclamo para la venta de productos. Como si no tuviéramos bastante con el paro generacional, la violencia hogareña, el amor libre, el deseo inverso, las madres solteras a las que ya no cabe recetar la píldora del día después, los hijos ya crecidos haciendo el gandul en casa, donde se han hecho los amos, el sabor a ti, los títeres animados, el Sida, la guerra de Chechenia (Grozni, por haber petroleo, destapó la codicia de Hitler y fue la roca Tarpeya donde se descalabrara su régimen que la codicia rompe el saco, sépanlo los informantes desinformados que nos atiborran de noticias desde las páginas de “Cosmos” dirigidos por los babosos de Walamboso y de Columba la Currada, téngalo presente los gerifaltes de Sede Baldea) y Superrabia, ETA a todas horas, la frase hecha, la mentalidad pret a porter redí made, los dramones cursis del Ginés Garfios, alias cara de palo, antiguo director al que le condecoraron con un óscar, the winner is, ora pro nobissss, cría fama y echate a dormir, la verdad es que está uno hasta los felpos de tanta estatuilla, de tanto ir haciendo el ridículo por ahí, con tanto autor internacional, tanto Tony Flag, me da un soponcio cuando canta ese mafioso de Miami de voz tontorrona pero de oro al que llaman Coco Churches, tan carpetovetónico que bebe la coca con cola por el piporro de un botijo  pero al que se le ha acabado el carrete y ya sólo vale para ceroferario adulador del Cine Matón con grandes repartos, lo políticamente correcto, el cobrador del frac, la bulimia que nos devora y que no es más que una manifestación de nuestro propio fracaso en la vida. Curamos las depresiones camino de la nevera. Nos quieren encasquetar  la idea del fin de los tiempos. Nos quieren vender la burra un operador turístico anuncia viajes en vuelo chárter rumbo a las almarchas de Jerusalén, al Valle de Josafat para coger  sitio de privilegio y presenciar el espectáculo del Juicio Universal. Por una localidad de tribuna en los balates del Jordán se pueden pagar hasta cien millones de pesetas. El dinero es muy laminero y hoy  televisar en directo tu propia muerte o tu  ejecución se cotiza a peso de oro. Las leyes del mercado todo lo arrasan. Ni a la muerte ni a las creencias respetan.
-¿Se va a acabar el  mundo?
A esa pregunta contestaba nuestro personaje con otra ídem de lienzo:
-¿No le parece que está tardando mucho?
-Pues a ver si explota esto de una vez y nos vamos todos a tomar viento bajo las farolas de algún encalve de Sirio, Andrómeda o de cualquiera de las dos Osas, que cuanto más lejanas sean las constelaciones, mejor. Así os pierdo a todos de vista. Creso murió del atracón de sus propias joyas y a Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba le mandó Baco  que se bañase en un  regatillo, el arroyo Pactolo, que desde entonces porta arenas argentíferas. De la misma forma, las Pléyades se convirtieron en luminarias del firmamento después de suicidarse. No hay muerte que pueda llorarse tanto a lo largo de los siglos como la de dos diosas. Todas las noches caen sobre el mundo en forma de luz muerta las lágrimas de las dos hermosas olímpicas condenadas a llorar sobre las cabezas de los hombres.
-Tú no eres más que un misántropo, hijo mío. Arisco, desecha tu atrabilis. Cuida tu aflicción.


Pensaba que el reloj de la plaza el Amparo  empotrado en su bonito mirador a cuatro aguas no era más que un ente de razón. Tenía la misma caída de ojos, si los relojes  pudieran mirar, que aquel al que le regaló el rosario blanco y le dio suerte y  le nombraron Super director. Tenía la cara recién lavada. Había conocido bastante relojes testimoniales a lo largo de su vida (el Reloj de Fairfax en Oxford,  el Papamoscas burgalés, el Big Ben y la torre Eiffel, los relojes de arena en los exámenes de oposiciones a canonjías) pero aquel era el que le resultaba más familiar. Ninguna sonería en los cuartos de esfera mejor que aquél. Su libración era de las más perfectas.  El centro topográfico peninsular, la vieja Dirección General de Seguridad. Todos los relojes de su vida. Todas y cada una de las cárceles y destierros. En eso pensaba en aquel instante.
Ajena a sus memorias y  remordimientos, la orquesta de la Guardia noble seguía marcando el paso y atacaba “Marcial tú eres el mayor”. Un sargento mayor barrigudo y petizo que apenas se podía acordonar los botones de la guerrera ponía mucho esmero en la interpretación, aplicación y discernimiento.
El alcalde del pelo engominado seguía tan sonriente y diserto. Su cariz anunciaba que era hombre satisfecho de la existencia. No hay que fiarse mucho de las apariencias. A lo mejor, el hecho de que encabezase aquella manifestación de fervor popular no sería óbice para que la procesión fuese por dentro.“Ganaremos las elecciones”, iba pensando el doctor Cohombro en el crítico instante en que zas, el caballo se puso a mear. Miró para el tendido, pero tanto los espectadores como los procesionarios no pudieron disimular un gesto de fastidio. Una niña de tres años agitaba alborozada las manitas y con lengua de trapo chicoleaba la necesidad fisiológica del noble bruto:
-Mira, mamá. Está haciendo caconas.
Venían por detrás cubriendo carrera dos hileras de seminaristas, unas con roquetes y otros con sobrepelliz. Un subdiácono haciendo de fámulo episcopal traía recogida entre los brazos el halda del señor cardenal, un purpurado de buen bife y una sotabarba espesa y profesoral. Era procesión de capa magna. A renglón seguido, un clérigo de capa pluvial rociaba agua bendita sobre las cabezas de la plebe devota. En el cielo no se puede entrar de otra manera: a hisopazos. Del acetre se proyectaba una agua lustral refrescante.  Muchos los que lo sabíamos entonamos el “Asperges” recordando los buenos tiempos de las misas mañaneras. Y el recuerdo sobrecogía el alma de efectos inefablemente terapéuticas. Necesitábamos esa abstersión.
Varias beatas recibieron la unción lustral con mal disimulados aspavientos de fervor y se persignaban devotamente como si aquello fuese la rociada que les abriese la puerta del castillo de las Bienaventuranzas. Sin embargo, un estudiante de Económicas observaba al pope con gesto mohíno.
-A ver qué va a pasar con esta burla. Padre, a mí no. Yo no creo en Dios. No me bautice.
-Pues por eso mismo.
-Basta ya de exorcismos. Bien común.


De poco le sirvieron sus repulsas. Le cayó en plena cara un cubo de agua bendita. El eclesiástico, exasperado por las intemperancias del hereje o del cara dura, volcó casi encima de la comba de las cejas todo el acetre. Las beatas llevandose los dedos a sus labios macilentos le ordenaron silencio:
-Chist, joven un poco de respeto. Dios va en ese trono.
-Yo no veo a Dios por ninguna parte.  Soy luterano. Vuestros cristos no son más que madera de pino y vuestras vírgenes lindas las putas que sirvieron de modelo a los artistas salidos.
-Pues está ahí- le increpó un teísta con cara de pocos amigos. Iba subiendo el tono de la conversación. Pronto tendríamos el lío. Todos sabemos cómo acaban siempre los litigios de fe.
-Si tú lo dices. 
El estudiante de Económicas era de los tenían alergia al agua bendita. Los sietes sacramentos le parecían una engañifa y se pasaba los exorcismos por la taleguilla. Sin embargo, se había chupado todas las procesiones. Las de la Semana Grande, las del Corpus, las de la Paloma y las de la Purísima. Todas eran lo mismo, pero daban espectáculo de balde y no había que sacar entrada como para ir al futbol. En Nix Rasilis siempre tendrás toros y cañas y procesiones, muchas procesiones. La plebe brama por el espectáculo.
-A mí lo que más me gusta es cuando pasan las manolas. Esas señoronas tan dignas, castas esposas. Alguna de ellas tiene más de un revolcón.
-Ya están aquí las manolas, niños.
Con peineta y con mantilla el rosario con abalorios de plata y el corpiño están como muy masoquistas. Humor negro. Carne de deseo a la española. Parecen sacadas de un libro porno de esos del arte de la disciplina inglesa. Les cuadra guiñar un ojo.
-Eres un guarro y un blasfemo.
Pero el estudiante seguía erre que erre, y cada loco con su tema.
-Que te aspen.
-En esta vida ha de haber de todo. Menos mal que salió de naja perdiendose al doblar una esquina de la calle La Cruz. Tenía una cita en la Plaza de las cortes con su novia que pagaría con carne todas aquellas emociones místicas.



Recordaba sus procesiones, las de Jueves Santo, bajo la luz de la luna, asomada al balcón de la Canaleja, como queriendo aspirar el aroma de las guirnaldas que alfombraban las andas de los pasos y escuchar el lancinante quejido de las saetas, pasión honda entre el rumor del río Rasemir.  La ciudad, vestida de luto y una siembra de cruces ante las murallas vigiladas por esas pupilas de la noche constelada, que son las estrellas, enjarjes iluminados en la bóveda celeste, balcones al infinito que trascienden los planos reales de espacio y tiempo, montaba la guardia de torres como enhiestos lábaros alzados a la cima de los cipreses encaramados y atentos vigilantes en las colinas. Al pasar sobre los adoquines las cadenas emitían un sonido penitencial, brumosa letanía de culpas inconfesables. Desde las aceras los mirones fijaban sus ojos en los nazarenos de los pies desnudos arrastrando bretes, pihuelas y eslabones. En sus rostros se pintaba la conmiseración, la duda, la incredulidad y el deleite. Los conventos abrían sus puertas y por el rastrillo de las tres cárceles abandonaba un preso su celda camino de la libertad. Amaba la Jáquima errante, poblada de castillos encantados, de minaretes con perfiles de media luna coronando el chapitel y de ínsulas  baratarias, que de esta forma resultaba el país del irás y no volverás, pero siga la linea, penitente, vamos en que estás pensando, zoquete, continuidad. Pues es verdad, señor capataz. No me había dado cuenta. Se me iba el santo al cielo. El Hermano Mayor agitaba el borde de su manto con mala leche como si fuese una fusta y golpeaba los adoquines con su bordón de plata como advirtiendo a todo el mundo aquí estoy yo. Parece que vas en Babia. Nada de miracielos. Los ojos bajos, el gesto compungido y remiso. El cofrade mayor mandaba con la insolencia de un arráez. Los penitentes no eran penitentes sino condenados a galeras. Pues vaya un tío. Parece una pulga  subida a un elefante. No hay cornacas más temibles y fastidiosos. La fusta, hijos. Latrasto no trajo los lirios acostumbrados sino el cachetero, las tenazas, el pilori y los cepos envenenados. Subete al monte y escampa bonanzas sobre nosotros, Dios clemente y encumbrado.
-Y con ella arriba. Hasta el cielo. Vamos.
-¿Puedes con tanta cruz?
-Puedo.
-¿No necesitarás un cirineo?
-Ayudantes por ahora no. Gracias. No soy un marginal, ni un perseguido. Hago todo esto por amor a Cristo.
-Pero la chola no te rige.
-Prosigo en la demanda de la verdad suprema.
Cada Semana Grande trataba de poner en práctica las enseñanzas evangélicas. Es una filosofía donde las medias tintas no caben. Si quieres conseguir la vida eterna, abraza tu cruz y sígueme. Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así de drástico. Los pulsos de la ciudad se paraban por completo cuando aquel nazareno clavado al madero la melena caída sobre las sienes doloridas y faldellín al viento subía las bargas de acceso al casco urbano, por la ronda de la Muerte y la Vida. Era una sensación indescifrable como fuera de contexto.
-Tú no eres secta, ni te muestras doctrinario, pero posees un sentido estricto de la moral cristiana.
Subía por las dos Castillas, bajaba por Despeñaperros. Aragón  le acogía en sus yermos de trapa con los brazos abiertos y recalaba en todos y cada uno de los monasterios fantasmales, cubiertos de hiedra. Los tambores de Calanda tocaban a muerto. Todos le tomaban como un santón. Entraba en las moradas y dirigía a los que le acogían siempre con el mismo saludo.
-Paz a esta casa.


Si no os quieren recibir que aquella paz que dais vuelva a vosotros. Algunas buenas mujeres, las amas del cura, las monjas clarisas le atendían solícitas, y Verumtamen les regalaba rosarios, imponía sobre sus cabezas las manos y las enfermedades abandonaban al punto sus cuerpos doloridos, entraba paz en sus almas. Una de ellas, la hermana Popada, llegó a enamorarse de él platónicamente pero nunca lo dijo. Era una abadesa que vestía con una manto azul color Grozni, los ojos muy separados y los pómulos  angulosos como los de una calmuca.
-Popada, reza por este pecador.
Sus plegarias, que la religiosa dirigía constantemente a las alturas, debían de ser agradables al Celador supremo, porque el pobre peregrino salía a flote en medio de sus naufragios, las celliscas y los truenos pasaban sobre él como si nada, no representaban ninguna amenaza las visitas a las tascas donde siempre hay un filo de navaja cabritera que se agazapa, y el ir y venir de los burdeles hebetados de miasmas y del muermo del mal francés o las cagaleras de la sífilis le permitía entradas y salidas indemnes. Un hombre que permanecía unido a Dios las veinticuatro horas del día mediante la oración hesicasta (una frase constantemente repetida: “Kyrie eleyson”) se sentía con fuerzas suficientes como para bajar a los infiernos y no quedar atrapado en el fiemo de viscosidades del Leteo. Sus niveles de conciencia que giraban desde el punto alfa a la purificación del karma lo mantenían en un trance. En cada una de las personas que encontraba en su camino veía un aura.
A unos les recomendaba el ayuno. A otros la peregrinación porque en toda peripatesis está el anagrama de la accesit.
-Arroja la toxina que constriñen de venenos tu organismo, suelta el ataharre de las riendas que tiranizan tu espíritu, abre las cajas de los nidales y surgirá la paloma blanca. Nada de drogas, ayuna, hijo.
Pero con otros era distinto y prescribía como remedio el vino que cura las enfermedades del psique. Conservaba un magnetismo su mirada, tenía poderes, veía por fuera y por dentro. Era el karma, algo que se desprendía de su ser, dejando colgados como en las redes de una telaraña invisible aquellos a los que miró.
Popada se convirtió pronto en valedora celestial de aquel mendigo de las parameras, un mendrugo en el zurrón, las Escrituras a mano, un rosario con los dijes de pétalos de rosa, y un frasco de agua bendita contra la tentación y los ojos fijos en el horizonte, porque la verdad es única. Para acceder a ella hay un solo camino que muy pocos conocen. Era consciente Verumtamen de que Dios se alza como valedor de la inocencia. Podía convocar a los muertos, tenía el don de hacer milagros. Se escabullía de los perseguidores.
Al llegar a un lugar decía: “Paz a esta casa”.


Si ellos la recibían, el amor descendía sobra la morada hospitalaria en la cual era acogido. Mas, si de lo contrario, se lo desdeñaban, el buen deseo regresaba al bendito, que se sacudía allí mismo el polvo de sus sandalias y proseguía su camino sin más alharacas. Unas manos invisibles pulsaban las cuerdas de ese insólito instrumento que es el alma donde se toca día y noche el preludio de nuestro destino.
-Mi paz os doy, mi paz os dejo...
-Paz a esta casa.
-¿Adónde vas?
-Marcho sin un objetivo real, pero quiero rendir viaje en Samarcanda.
-Eso está lejos.
-En el Caúcaso. Voy camino de Grozni, el refugio final de los viejos creyentes.
-Hay guerra allí.
-Yo haré enmudecer las bocas de los fusiles. El armisticio no está lejos, pero antes tendrá que venir un tiempo de expiación. Cuando se termina una ruta, esto quiere decir que otra está a  punto de comenzar.
Hablaba en clave, utilizando los ambages de los staretz predicantes de la verdadera Ortodoxia. Guardaba su pecho como un viejo talismán que a su vez le servía de defensa un texto de los evangelios sinópticos, pero sus niveles de percepción no estaban en conflicto con los arcanos de la sapiencia hermética. Thoth, el dios egipcio con cabeza de ibis y cuerpo de hombre, inventor de la escritura, y actuario del pensamiento olímpico, pues era el escribano de Zeus que levantaba acta   de sus reuniones con las demás divinidades, y que escribió el libro más antiguo que se conoce, el “Papiro de Thoth” donde yacen las claves que explican el universo, eran uno de los puntos de referencia.
-Tiene -tronicaba para sus adentros- que haber un punto donde se reconcilien los saberes prohibidos y la Vulgata. El Galileo fue el enjarje de la bóveda abismal del edificio trinitario que construyó Hermes Trimegisto. Sus enseñanzas trinitarias ya estaban catalogadas treinta siglos antes del alumbramiento de Belén. El anuncio de su venida estaba escrito en las estrellas. Y fueron tres magos caldeos los primeros que vinieron a prosternarse ante él, si bien los suyos no le reconocieron, y Herodes quiso matarlo.
 Se había emasculado por amor a Cristo como los buenos “skopzi” del misticismo ruso, como el monje Sergio que retrata Tolstoi quien prefirió cortarse el muñón de la mano con un destral antes que consentir.  Los pájaros del camino gritaban “amen, amen, amen” y en las quintanas y alquerías se escuchaba como una detonación triunfal, un grito de resurrección, el canto del gallo. Era el anuncio alectórico de la llegada del peregrino. Soy un cristiano viejo, un antiguo creyente, pertenezco a la Hesperia de antaño. La sociedad me declara ahora mismo material sobrante.


Entrada la tarde, vio un petirrojo que a su lado le seguía posandose de rama en rama y cantaba en inglés algo que le era entrañable.  Proyectando en sus vibraciones telúricos aquel torzal encaramado sobre el real laurel de Oreanda, proclamaba al viento la nostalgia del amor infinito que sintió por aquella mujer que llevaba el cielo en los ojos y toda la seda de Arabia en su piel:
- “I am a robin. I am a robin from Hornchurch. And I bring you news from your girl”
“Where is she?”
“She is dead, I am afraid”
-¿Y los muertos dónde van, eh?
-I don´t know, good pilgrim. No sé.
En los corrales de las Luiñas anunciaban con poderío los gallos asturianos, los más bravos y solemnes maslos de las Españas. Mediante su algarabía de triunfales quiquiriquíes llegaban vibraciones de otro plano muy superior. ¡Oh amables espectros que llenan de sentido la vida de un hombre olvidado! Una voz le anunciaba secretamente al peregrino que los que mueren en el Señor no mueren eternamente.  El canto del gallo le afianzaba en tal convencimiento. Promesas del credo que no permitirán la engañifa y las trampas saduceas. Todas esas tahurerías de las novelas de los nuevos autores. Avanzaba con él una muda procesión de guerreros de piedra.
-Tu perteneces al mundo de antaño. Llevas en el alma el divino caos del que todo surge y se entrelaza como la trascoda del arpa o del violín.
-Oigo sones.
-Así tendrá que ser.
Un mirlo se había posado en las quima de un enebro. A lo lejos  se divisaba la ruinosa atalaya sobre el cerro y el camino que serpeaba en su demanda.
-¿Cómo se llaman esos raigones de muro?
El sol de la tarde jugaba a emitir lucero desde las torres desvencijadas. El porte de la cruz seguía siendo de oro macizo y tan escarpada que a ella no podrían acceder nunca los ladrones. Ni los furtivos cazadores de almas, ni los pastores lobos disfrazados con piel de cordero.
-Fueron parte del claustro de un monasterio dedicado a Santa María.
-Cisterciense, por supuesto. Un verdadero bastión de la cristiandad. Se han derrumbado antes de que lleguen a él las reformas pero un día resurgirá.
-Nuestra fe no es tiránica, pero los periódicos están haciendo una caricatura de ella. Es un acto libre que respeta la razón. Los libelistas al uso la están dando, en cambio, la vuelta.
Sobre una piedra le llamó la atención el texto de una inscripción vieja en latín: “Hispanos Deus aspicit benignos”. Era una frase de Prudencio el panegirista.


-Por desgracia, la Iglesia de hoy entregada a sus enemigos por un primer páter que vino del frío y es un caballo de Troya en lugar de baluarte ha dejado de ser pósito de la sabiduría. El síndrome del templo vacío... que no era un padre primero sino el último de los padrastros y le seguían llamando pepe, esto es papa.
-Ya. Quizás sea todo eso porque ha llegado la hora de las tinieblas.
-Ahí está el verdugo con su cachetero. Viste todo de blanco, pero debajo del manto oculta el mandil verde del matarife. Se mofa de lo más sagrado, hace causa con el enemigo. No es que el que se mueva, no sale en la foto, sino que aquel que bulla lo envía a salud mental. ¿Dónde se ha visto un papa feminista, un pontífice romano que haya dicho que Dios es hembra, y que se haya arrodillado ante el Muro de las Lamentaciones para pedir perdón a los judíos por haber matado al Salvador? Está loco. Por condescender con los Rosacruces de la familia Escudo Púrpura, muñidores de todas las guerras, declara abolida la crucifixión, y proclama dogma de fe al “Shoah”. Trata de congraciarse con los vencedores. Voló a Jerusalén para impartir sus bendiciones urbi et orbi al nido de las víboras.
-Han acabado con el hilomorfismo. El mundo ya no se compone de materia y forma. Es sólo materia.
Aun quedaban muchos rabos por desollar, pero ya entonces presentíamos que la concepción del mundo que no se enseñaron estaba próxima a rodar. El sistema ya no correspondía a la realidad de aquel momento. Nuestra forma de pensar se estaba haciendo añicos. Habíamos sacrificado la horizontalidad a la verticalidad. Sin embargo, yo me sentía por aquel entonces vencedor de nubes y de brumas. El jefe de avanzadilla me advertía contra los postulantes, pero yo me preocupaba por aquel entonces de minucias. Meaba igual que un padre de la Iglesia.
-Os educaron mal. Te decían: “Para una buena educación sexual nada mejor que el miedo al infierno y una alimentación a partir de féculas. ¿Pureza en los seminarios? Nada mejor que el terror al infierno, judías verdes y sopa de fideos, pero me parece que esta educación tenía poco que ver con el Espíritu Santo. ¿O sí?
-Eran una corolario de nuestra imbecilidad dogmática.
-Ahora todo ha cambiado.
-Hasta el concepto del pecado. Y la estupidez es como el gas. Ocupa todo el espacio disponible. Ahora por el contrario nos encontramos frente a un ambiente pan sexual y sicalíptico. Allí me hicieron alcohólico. Un año más y hubiera acabado en marica. Sin embargo, fue mi lote elegido.


Caminaba, ya rebasado el ribete que separa a las Luiñas del Uncín y no hacía más que recordarme de aquel primus pater de la esclavina blanca, buen actor de gestos maximales pero con una voz como con ronquera y de timbre muy desagradable. Sobre todo cuando decía aquello de “queridos hermanos y hermanas”.  Este no quiere a nadie. He sounds funny and he sounds phoney. Definitivamente, de la piel del diablo, no es más que un farsante. Intrinsecus sunt lupi. Flaverunt venti,  y las hierbas de los prados recién segadas alzaban sobre sus regazos maternales la copa prodiga y trinitaria del trébol, mientras los maizales de la llosa contigua a la casa empezaban a enverar bendiciones de granazón en verdes y amarillos excelsos. La peregrinación le curó a Verumtamen sus langores. Et inimici hominis domésticus ejus.
Iba por el mundo con la mano seca y arrastrando su cojera de místico bordeando los caminos ígneos, enfrentándose a la incredulidad de sus paisanos (ese era el drama) que al verlo al frente de las masas, haciendo milagros, se preguntaban si no se llamaba María su madre y eran sus hermanos Jacobo, José Simón y Judas. Tuvo que pechar contra los prejuicios de los nazarenos. Et sores ejus nonne apud nos sunt?
Hubo que pasar el freo. Haberte fiduciam, ego sum, y apareció de pronto Jesús caminando sobre las aguas, y no se cansó de repetir durante aquel tiempo: “guardáos de la doctrina de los fariseos y de los saduceos”. El pp viajaba al frente de ellos. Era el jefe de su facción que no pretendía volcar la cruz y poner la religión del revés auspiciados por sus judigüelos marchantes y asentistas de medio pelo, sus ministros todo terreno y sus sátrapas, salpicando la inocencia de culpas postizas, llenando la imaginación de simulacros, trayendo el  fiemo (que a todas horas, el postre; a la bestia le gusta regoldar calamidades y revolcarse en el fango, porque lo que aquí más vende es el morbo) y cerrando las puertas del cielo a cal y canto y abriendo por el contrario las del infierno.
-Él va a Jerusalén a pedir perdón a los fiscales que otorgaron el deicidio, y tú marchas camino del Oeste.  Busca el canto de los ángeles del pórtico de Compostela.
-Es lelurión, falso arcipreste, enfrascado en copas.
-Dirás Don Opas.
-¿Y a qué va el obispo de Roma a todos esos sitios?
-A retratarse. Sólo a retratarse a tocan. Es la hora del lobo. Con él viaja una escolta de rabinos, de obispos libeláticos y de cardenales impostores de la curia.
-A mí más que sicofantes lo que me parecen son capones recién salidos de la jaula de un corral de palomos blancos. Queda mucha tela por cortar ya que sobre ese gallinero que es el Vaticano no está dicha la última palabra. Muchas sorpresas se llevará más de uno el día del juicio universal.



Tuvo que pensar en Ivan Ibañez, aquel pobrecito habitante de una ciudad dormitorio, ilota en la casa de la que no era sino señor y de la que entraba y salía con las orejas bajas, expuesto a los improperios de la Euménide, los insultos de las hijas o los palos del primogénito. Aquella esperpéntica familia era un auténtico modelo paradigmático del extremo al que habían ido a parar las cosas por conducto del parlamentarismo guirigay, mentiroso, truculento y cañí. El esposo y marido maltratado, lleno de agobios, vivía encerrado en una mazmorra en el garaje rodeado de sus queridos libros, esa galaxia de papel que nos lleva siempre por la vía láctea de los sueños hacia el infinito rescatándonos de esa maldita mujer con la cual, convertidos en letra muerta, ofuscados o sonámbulos, nos casamos. Nos podréis insultar, traidoras, poner nuestra honra al retortero, decir que somos flojos o borrachos, y protestar acerca de cuanto sufristeis, pero esta escala de Jacob de la literatura nos lleva al cielo rescatándonos de las llamas de estos infiernos portátiles en los que queréis chamuscarnos, los hijos crecidos y en casa, bien alimentados, que le han cogido el gusto a la nómina. Ellos se quedan y nosotros nos vamos. Lo que ocurre bajo el cetro del rey Gaón y de la reina Leda por estos pagos no se vio jamás. Esto se ha convertido en el país de las maravillas, del irás y nunca volverán, donde amamantamos a la prole hasta pasados los cuarenta. Vosotros, duro quejaros de la prensa del meneo y disteis en el bulevar del cotorreo. Camándulas, así no se pueden vivir. Raza de víboras.
Mientras Gaón HI y Leda, la Gálata, moraban en sus palacios, el sanedrín emplazando las baterías y eligiendo lo mejor de sus  destacamentos aptos para la guerra psicológica mandó sacar a las liebres encamadas. Eran tan fieras que en defensa de sus lebratos que hicieron frente a los galgos y hasta les acogotaron incluso. Detrás de él siguieron los perdigueros, pronto perdieron el rastro. Los hierofantes del Consejo Oculto no pusieron a parir a las mujeres, sino todo lo contrario: las ominaron con la peor de las condenas, esa que desparrama la función genésica impidiendo concebir, con la ligadura- hasta la misma palabra tiene mal fario- de trompas, pero mientras las mujeres de las Esperadas mandaban hacerse por los tocólogos raspados de matriz, las lechigadas de las conejas, por lo innumeras y frecuentes, pronto llegaron a ser temibles. No dejaban de crecer. Se consumaba así un castigo bíblico.  Nos abarrotan, nos invaden. Ya llegan, presidente, y esa fue otra. La explosión demográfica se convirtió en la octava plaga que sufrieron los súbditos del faraón, en este caso, los vasallos de sus majestades don Gaón y doña Leda. Un correctivo divino a vuestro egoísmo. Para que os vayáis preparando.
-Y ¿cómo están tus harenes?
-Colmados de esclavas recién llegadas del tercer mundo (colombianas, centroeuropeas, rusas) pero hay mas oferta que demanda en esta tierra de pecadores. Muchas de ellas, esterilizadas y ellos, eunucos.
-Malo.
-Según y como. Aquí nos lo pasamos a lo grande. No hay más que escuchar a ese escritor de “trillar”.
-¿Pues qué dijo?
-Que hay que follar todo lo que se pueda.
-Muy moralizador ese chico.
-Es millonario. Gana dinero a espuertas, pero esos son los que triunfan en esta corte llena de gente vasta. Cuanto más grosera más la encumbran.
-¿Y tú por qué no haces lo mismo, nostramo? Deberías tomar la iniciativa, en lugar de pasarte la existencia lamentándote.
-No puedo. No puedo.
-¿Chino de la Gallina que canta después de asada? ¡Bah, paparruchas.  No me vengas tú ahora con que eres impotente.
-Media Hesperia se siente impotente de la otra media. Por eso acaso nos matamos. Por rencor.
-Sois cristianos.
-Eso nominalmente, pero aquí nadie cree ya en nada.
El eretismo del hermeneuta, así como su curiosidad, por una vez estaba tocando fondo, lo que no fue óbice a que con mayor denuedo siguiera la cadena de sus razones.
-Desde ahora ya no os declaro marido y mujer.  Este es mi veredicto: vosotras seréis machorras, y vosotros, impotentes.
De las profundidades del Leteo y de las cavernas de la laguna Estigia no pararon de saltar liebres hasta tal punto que la tierra de los conejos pronto empezó a repoblarse de estos mamíferos lepóridos que, a diferencia de sus hermanos de especie, no vive en madrigueras sino que se encama a la buena de Dios.


Como las mujeres no parían, tendrían que hacerlo las liebres y las conejas. Por el sur, cruzando a nado el Estrecho, o en almadías arribaban todos los días a las costas centenares de rifeños huyendo del sol y el hambre africanos, decían los escoliastas, pero traían oculta en un armadijo de proa la bandera verde de Mahoma y un retrato de Abdelkrim y otro de Almanzor.  Somos los sucesores de los almorávide. El moro sabe esperar. Un joven político de Nix, que se llamaba don Porcionero Porción, de bien pobladas cejas, cantaba las delicias del mestizaje. Aquí lo que conviene es mezclarnos unos con otros. ¡Viva don Porcionero Porción, tribuno de la patria, el hijo de ser quién vos quien sois, acogedor de calamitas, que abría la puerta al moro de rondón. Hécuba Piños Puños, la bien puesta y plantada, y Columba la Currada jaleaban su proposición.
-Y ahora que estamos todos reunidos viva la madre superiora.
Dicho esto, Porcionero Porción se lió a construir mezquitas como un descosido. Las iglesias católicas quedaron desiertas. Cristo fue declarado persona non grata a efectos de un bando del Sanedrín que obtuvo el nihil obstat de Roma. Era una invasión perfectamente preparada desde las covachuelas del Departamento de Estado, con visos de maniobra filantrópica, y un castigo por los pecados de una nación aquejada del morbo visigótico, que se acordaba de don Rodrigo, su cava y su sombra, traicionado por aquel obispo felón llamado don Opas, el papa de los españoles en aquella aciaga hora, que también condenaba en sus sermones la xenofobia y el racismo, pero resulta que por dineros y presiones se entendía con el agareno bajo cuerda. Fue merced a su perfidia, a su perjurio, a su inadvertencia, o lo que fuera que empezó el sacomano. No se podría rechistar. Un grupo de ciudadanos beneméritos tuvo la osadía de presentarse a parlamentar con el delegado gubernamental, virrey de pacotilla, espantapájaros federal, en su palacio virreinal recién inaugurado y que le había costado al contribuyente sus buenos táleros, que a ver qué pasaba con tanto guiri, don Porcionero Porción les dio a los que protestaban en to los morros con el libro de la Constitución.
En efecto, era tan avieso que permitió que se repartieran entre todas las vírgenes y mozas en edad de merecer de aquestos reinos un pirulí con radio galena a pilas para que por las mañanas escucharan a la reina fondona, buenas cachas, bien se conserva aunque hay días que no está tan radiante, le salieron perigallos por el pescuezo, madama Cuadriles, Hécuba Piños (que se escribe con hache de how are you) y así todas, a chupar del bote.  En un apuro, podían utilizar dicho objeto de consolador. Todo con tal que no quedasen encinta. Si tras algún desliz daba en preñada una, se la enviaba a abortar a Londres.
-¿Y ahora qué?
-¿Es que no os gusta chupar del bote?  Todas con buenas pagas, hasta un maromo y una opción de cambio de sexo a cargo de los presupuestos y aun así no os veo muy conformes.
-Pues no. Aquí lo que queremos es uno como ese que dicen que es conde.
-Y a fe mía que nada esconde.
-Sea él quien nos acueste y nos levante. Queremos un hijo suyo, que venga el conde y nos dé el chupa chips. Pague el gobierno. Que haga con nosotros lo que quiera, incluso madres.
-Oye rica que madre se escribe con m de mierda.
-Y eme de muerte y de matrimonio.  Pero por favor no te pongas a esgrimir tus facultades. Podrás sera manca de las trompas de Falopio, que te las has ligado a que sí, pero la lengua la tienes muy larga.
-¿Más larga que el pene de ese novio italiano con el que sueñan las viciosas españolas este verano?
-Tres centímetros, serrana.
-Barrunto que os va a poner perdidas, hijas de mi vida.
-Con barretas, boceras y todo seremos capaces de alzarnos con la exclusiva. Ahora mandaremos nosotras.


-La madre que os parió. No tenéis remedio.
-¿Parir dices? Esa palabra ni por pienso. Dar a luz no se estila. Es peligroso para la salud. Hijos los que nos permita la nómina y todos en adopción.
Por tales denuestos se colige que se habían vuelto infames las españolas. ¿Quién era la que a estas mujeres tan pudibundas y castas, antiguas alumnas de las Teresianas o de las Damas Negras, que fueron educadas en colegios de pago, y eran como muy tímidas y modositas, les había comido el coco? Iban para santas y acabaron en mesalinas. ¿Cómo pudo suceder en el curso de tan pocos años ese vuelco en la mentalidad y en las costumbres?
-Hécuba Piños, eres toda una circe. Un día las vas a pagar todas juntas. Te las darán todas en un carrillo por guarra y jacarandosa.
-Por mí que se vendimie - contestaba aquella agustina de Aragón de los platós, comisaria del nuevo orden.
Verumtamen sólo se lo explicaba mediante la parábola del sembrador. Salió un hombre al campo y sembró trigo, pero luego vino el enemigo y desparramó cizaña y la cosecha se malogró.
Con su amigo Ivan Ibañez habían discutido sobre el tema arrellanados detrás de los veladores del Estibadio, de la Taberna de  Agustinos, o en el Café de la Pompa, de los que eran asiduos contertulios, sin llegar a una conclusión evidente al cabo de consumir jícaras enteras de calimocho y  jarros de esa cerveza infame que se despacha en las tascas de la ciudad de Nix, cuyo viento, siguiendo el dictamen de la paremia al uso, es lo que dice la gente, que no sabemos si será verdad, tumba un hombre y no apaga un candil, lo mismo que su morapio alborota el cerebro y deja los higadillos hechos polvo, y más de una frasca, y más de dos, de tintorro nos habíamos echado al coleto él y yo. Queríamos arreglar la patria y acabamos todos igual que piezgos. Nada, que no hay salida. Esto no tiene solución.
Por todas las barriadas, los centros de acogida, los estudios de grabación, que habían sustituido a los púlpitos vacíos, los estados mayores, sólo se escuchaba una frase que cual grito de guerra sonaba en lo alto y en lo profundo, en lo ancho y en lo largo, por tierra y por mar, fuera, en los corrillos, y dentro de las conciencias: “Hijos sí maridos no”. Subía por la calle mayor toda una turma escogida con lo mejor de cada casa y yo en mi ardura veía de nuevo a mi patria bajo el yugo extranjera, las aras de mi iglesia profanadas y todo aquello por lo que luché y todo cuanto amaba puesto del revés, mi arca de Noé flotando en aguas válidas. ¿Durará mucho la fiesta de las encenias? Tanta vacación cansa.
-Todo se hizo por su orden, todo quedará bien. Vivimos en una sociedad lúdica.


  Era, pese a las seguridades oficiales, una exhortación a las barricadas, a una lucha interior, calzada de guante blanco, que nada tenía que ver con los descamisados de antaño. Representación simbólica de aquel estado de cosas prenunciando un mundo nuevo eran los cuadriles de Hécuba Piños, hercúlea, bien pagada de sí misma, todo en su sitio, porque, aunque pequeñita, era hembra bien plantada: las mamas, los ovarios y los colmillos, todo a la vez, una asidua de las pasarelas donde la moda de temporada hace sus exhibiciones estacionales -en todo tiempo, incluso en invierno, pasaban maniquíes en bañador- y desfilaban cimbreandose juncal por las catastas aplaudidas por la jet, contaba con un ropero que nada tenía que envidiar al de la reina de Saba y más cajas de zapatos que la Imela Marcos, pero su elegancia retaca maravillaba a los cronistas, que una buena capa todo lo tapa. Bajo color de esas apariencias de diva se ocultaban los bajos instintos de las barricadas. El alma  la reinona de las tardes y las mañanas la tenía de miliciana vulgaris, y las inclinaciones, hetairas. En un pase de modelos una comadre la llamó bruja curuja. Dios la que se armó. Las dos se enzarzaron por el moño, ocurrió en el revellín de Ceuta o en el Alpichel de Málaga, que no estoy seguro dónde fue, pero lo que sí me consta es que ambas comadres se zurraron de lo lindo. A la Piños le libró de perecer abucheada uno de sus escoltas. Porque su asaltante, una baturra, por poco la arranca las dos tetas de un mordisco.
 La corte de los milagros del rey Gabón y de la reina Leda era albergue de meretrices camufladas. Un inmenso burdel bajo cuerda, un baile de candil de llamas apagadas. Con decirte que el propio monarca tuvo de mantenida a un tal Barbara, la domadora la llamaban, porque domaba leones, claro está, y tigres y pardos, todo lo que la echaran. En uno de los juegos de cama cometió la osadía de meter a su regio amante en una jaula de donde tuvo que ser liberado por los zaguanetes de la Guardia Mora. Vino su marido de trabajar, los cogió en faena y se preparó un buen cristo, no creas que no, pero como dice el refrán allá van leyes do quieran reyes, llegaron manitas de los servicios secretos y como los fontaneros del Watergate aniquilaron todas las pistas. Nada de tales escándalos palaciegos los recogió la prensa de bulevar, tan gárrula y parlanchina para otras cosas.
-¿Y eso cómo lo sabe, cortesano, si aquí se guarda una discreción supina y todo se hace a cencerros tapados? Todas las noticias que salgan de palacio han de ser blancas.  
-¿Es que no lees los periódicos? Esta democracia se soporta sobre una estípite de vanidades, cotilleos, fútbol y toros. Pan y circo.
-Caria con los Borbones.
-Ya los males con los Austrias empezaron; también entonces era la cosa por el estilo.

Decían todas -ya digo- ahora mandamos nosotras, y miraban para el tendido con un golpe de cadera muy coquetón, como el maestro de lidia que reta de lejos al eral de la suerte.  Encerraron a los maridos en las tabernas para que se muriesen de cirrosis y ellas buscaban macho entrando en los nidales desprovistos de vigilancia y se aselaban, gallinas cluecas y viciosas, con los maslos de las mejores polladas. Fuera sacramentos. Y al marido, palo y mala vida. Eso, como mal menor, puestos que no pocos desdichados eran puestos de patitas en la calle, o, emasculados las vergas en rodajas, acababan hechos cuartos en frascos de formol.  Querían convertir al varón en jigote.  Una vez en la redoma no podrían llamarse a parte en la tan traída y tan llevada violencia hogareña.
-Mirad esa piltrafa. Un día fue hombre. No sé para qué lo queréis.
-Hay que ver cuanta carnaza nos echan en el duerno de la tele.


Pero esto formaba parte del gran diseño del nuevo orden. Las herederas de las milicianas anarquistas de las barricadas hoy eran palmitos lindos vestidas de abrigo de visón, mujeres de rumbo, muy atalajadas, conductoras de mítines anti masculinos, siempre dando el sonoro y escandalizando a la población con los mismos casos de violencia junto al fogón. Pues en Lebrija uno troceó a la parienta y los cachos los metió a enfriar en la nevera, y en Palencia, otro cornudo se llevó por delante a toda la familia. Un ataque de enajenación mental. No me vengas con historias. Oído al parche, cuando aquí a uno le mientan a la madre o le ponen en duda la contundencia de su virilidad, que aquí, aunque nos cuelguen, todos de compañones andamos muy holgados y llevamos como el que más. Eso siempre lo ha habido y lo habrá. Se notaba que al propalar por el efecto de la carambola mimética, sucesos tan lamentables se buscaba un punto de mira: dinamitar la familia y a las urracas que los cantaban complacidas desde la fascinación y hechizo del glamour (la palabra la puso en circulación Julián Marías, hasta la brutalidad convicto y confeso anglófilo, y un sofista con pujos de filósofo, trasnochada carroza krausista) que era un gusto, pero a todas ellas se les veía el plumero, o, mejor dicho, les asomaba por entre las enaguas el gorro frigio, el píleo de antiguos esclavos, la horca y el falce revolucionarios el mono y el máuser de milicianas o nietas de aquellas anarquistas trotaconventos.
-¿Dónde están vuestros esposos?
-Hechos trizas- contestaban a una- Los abrimos en canal. Hemos consumado así un plan de venganza. Es barato el escabeche hogaño aunque las criadillas de gocho estén por las nubes. No pocos en su infortunio acuden a todos los remedios incluso a electuarios preparados con colmillo de rinoceronte y toda clase de potingues, y ni así se les despalma.
-Necias. A vosotras mismas os estáis haciendo daño.
-¿En qué nido desovó la caracola? Digánnoslo.
Se hablaba mucho por aquellos día de ingeniería citológico  y de partenogénesis, de unidades familiares en singular, donde no hace falta el concurso masculino para la transmisión del esperma. Un visita al tocólogo, una simple inyección y ya está. Las feministas, con tal de dar guerra, su manía, tirar cantos contra su tejado, desmangar la naturaleza y separar lo que Dios ha juntado, y, sobre las lomeras de éstos, tristes los hastiales y desvencijados los aleros, voznaban los cuervos y los ánsares sapienciales crascitaban, estaban haciendole un flaco servicio a ese odio a la vida, por otra parte, tan moderno, que arranca del grito de rebelión proferido por aquel ángel que dijo: “non serviam”. La táctica era, ya digo, desuncir yuntas y quemar yugos o dejarlo sin gamellas, mandar al matadero a los bueyes, quemar el carro, y, desjarretando a los aurigas, sumir en la indigencia a medio mundo, licenciar soldados, convertir en esquineras a nuestras vírgenes. 
Pero eran cucos. Todas estas viguerías las hacían bajo cuerda, porque la norma del sistema era, insisto, informar desinformando, crear angustia e incertidumbre entre la gente ignorante mediante la manipulación a rajatabla de lo divino y de lo humano.
- Se están enconando los ánimos. No me moriré sin ver en llamas las grandes sinagogas. El sanedrín les manda las teas. Quieren pegar fuego al mundo y ellos terminarán victimas de su propia sarracina. Por lana irán y piden que se les trasquile a estas malas ovejas de Israel.
 Se acabó lo que se daba y todos a acaptar  por esos caminos de Dios, mientras el mapamundi se llena de nuevos estados fantasmas como Sealand, que no existen sino por añagaza y reclamo de evasores de impuestos, envenenar las mentes de las buenas mujeres por nuestra prensa cotarrera y cursi, como  el “Matarrotos” auténtico matarratas del espíritu, “Haronía”(revista ilustrada que no ilustre) y otras prensas de subido abolengo amarilloso, pedestre narcisismo que eran testimonio claro del encanallamiento de toda una sociedad que trataba de copiar modas anglosajonas con fantasías monaguescas y otras perversiones que me reservo. El resto es todo sin sustancia: bardanza y holganza. Una pena que su amigo Paco, un buen periodista, hubiera ahorcado sus saberes profesionales en aquel sumidero de carnaza envuelta en fina lencería, que no es perversa, es peor que perversa, es cursi, aunque él dijera que le daban a cambio una pasta gansa.
-Nos envían al asilo, nos rompen los carnés, nos mandan a pedir limosna.
-Sí, hijo, sí. A este paso pronto arderán muchas sinagogas. Iskra a los conventículos del anticristo.
-¡Viva Sealand! Y salga el sol por Antequera. No es más que una plataforma derelicta en el mar del Norte, pero cuenta con un nutrido cuerpo diplomático. Balcanizaremos Europa, aviso.
-Ya. Sus majestades (hasta el nombre lo pronuncian con unción los pelotas) Gañón y Leda han pignorado la herencia de unidad conseguida a base de tanta sangre por dos antecesores suyos en el trono. Costó tanto llegar a esa unidad, que ahora nos desbaratan. Dios se lo demande.


-A mí, cuando lo pusieron una yamulka sobre el occipucio y lo sentaron en el banco de una sinagoga, ya me dio en las narices un tufo de adafina, pues este rey me recordaba otro de triste memoria en nuestra historia al que también emplumaron la nobleza castellana por conducto de los judíos y cubrieron de burlas con un pelele de carnestolendas.
-Pero todo eso tiene un precedente en el Atrio del Pretorio en las voces que clamaban: “¿No eres tú el rey de los judíos?”  Todo los alardes que realizan en plan de mofa tiene una lectura diabólica. Anás es Aniñas y Caigas es Caigas, su edecán y su diácono, como Dios es Dios.
-¡Jesús, con quién nos estamos jugando los cuartos! Mal está la cosa, pero no pierdas comba. Escucha lo que dicen las comadres.
Una decía a la vista de los maridos convertidos en jigotes dentro de la redoma, colocándose en jarras mientras apretaba sus puños amenazantes.
-Exigimos nuestros derechos y no nos dan. Queremos que nos den.
-Danos y danos hasta que no te conozcamos.
-¿Por donde?
-Por los diez orificios del cuerpo humano. Por delante por detrás, por arriba te mamamos y por el culo te cagamos. Que nos la metan por el ombligo hasta donde llegue, por la nariz y hasta por las orejas.
-Vicio es lo que tenéis. Sois unas perdidas y unas crápulas.
-¡Toma ya! ¡Putas en Toledo, ensaladeras de Valladolid y pucheros a la luna de Valencia! El mejor invento, la máquina de follar.
-Callen las perversas.
-Eso es; queremos que nos den y que nos pongan.
-¿Para atrás y en borrica como a los reos?- soltó un chistoso de fácil carcajada rufianesca.
-Te equivocas. Queremos un piso en Nix, apartamentos con ventanas al océano y salir todas las semanas en las páginas del “Haronía” a todo color. No nos importa lo que digan de nosotros y si nos ponen o nos dejan de poner cual digan dueñas, el caso es copar las portadas de la prensa sural.  Sexo es poder. 
Y coreaba la otra, una Melpómene atalajada de un terno de una blancura deslumbrante, que en su día debió de pertenecer a un ángel malo antes de la caída, y que no era otra que la verdulera que pasó a dominar el ámbito de las comunicaciones radiales, Hécuba Piños, sacerdotisa y médium del feminismo para andar por casa  con más furia:
-Desde hoy, igualdad en todo.
-¿Y qué demandáis, si se puede saber?- inquirió un pobre viejo atemorizado que debía de ser el fideicomiso.
-Que las vergas se vuelvan en cricas y al revés.
-Un cambio de sexo, vamos.
-Eso es.
En todo lo que decía la secundaba a la comadre otra de las de su calaña, a quien llamaban Montserrat la Regalada, y que ni decir tiene que era catalana.
-¿No os conformáis con las películas de Atresnalar, al que acaban de dar un Iscar y mira que hizo el ridículo en el rostrum de los galardones, ni con la melena al viento de la Gran Bibí? Todo me huele a maricones en este país. La badajearía no tiene fin, ay Dios mío, qué será de nos?
-Nosotros hacemos lo que nos pide el cuerpo. Unos súcubos y otros incubos. El uno bardaje, y el otro bujarrón. Arriba y abajo. El uno da y el otro toma. Para delante y atrás. Es la vida sexual un juego de mete y saca, pues así está escrito.
-Todo vale. Robar, matar. Sois deterministas.


-Deterministas o voluntariosas lo mismo da. Vivimos a la sombra del Gran Bibí, queremos nuestros derechos puntuales.
- El erostratismo os pierde. Dais años de vida por salir en los periódicos.
- Si no eres famoso, si no hablan de ti, aunque sea mal, es que estás muerto, cariño. Y nosotras no queremos criar moho. No valemos para monjas.
-Lo que os haría falta, bigardas, sería una buena doma de lomo.
-Una doma de lomo ¿y qué es eso?
-La albarda y la cincha, el pretal y la tarria. Sobre eso, una buena fusta.
-Bah, que anticuado eres. A eso lo llamaban disciplina inglesa nuestros mayores y a nosotras no nos va la marcha.
-Tratáis de enmendar la plana a la naturaleza, desuniendo lo que unió el creador, poner contra las cuerdas a la biología. No sabéis lo que hacéis, insensatos, blasfemos.
-Violento. Machista. Fascista. Pinchen.
Le habían llamado de todo en esta vida pero “pinchen” nunca. Pinchen, pinchen, picha brava, leches fritas, pollas al churrasco.
-Era lo que faltaba. Cuando no coinciden los pareceres en este país, que es de estirpe inquisitorial, siempre acaban llamándote eso, y eso no es lo que significa, sino lo diferencial.
-Para vosotras el que proclama la verdad es un arrebatado, un impolítico, un forajido. Tenéis buenas tragaderas. Refutáis la autoridad. ¿No reparáis en la gravedad de los hechos?
-No reparamos. Tú no andas bien de las cocochas; lo que necesitas es que te operen, un cambio de sexos, jolines, y todas juntas y unidas abrazaremos el camino de la inseminación. Te haremos madre, al prorrateo.
-Me parece que estáis buscando bronca, machorras discípulas de Safo. Ya me estáis cansando con cantinelas, boyeras de mete y saca, y tortilleras de quita y pon.  A mí marica no me lo dice nadie, te enteras
-Eso es- conminó desde lo alto de la corrala hertziana una antigua buscona, muy dada a las manifestaciones cotarreras, a la que acababan de dar el velo de sacerdotisa feminista- lo que queremos: que las vergas se hagan cricas y las vaginas  carajos. Te advierto que ahora tenemos la sartén por el mango. Llevamos los pantalones. Hemos ganado. Hasta el obispo de Roma nos es adicto. Además, Dios es hembra.
-Ese papa chochea y judaíza, pues, no contento con ir a besarle la mano al Protocanalla en Sede Baldea, se ha prosternado ante el Gran Rabino. ¿ Dónde se ha visto una bajada de pantalones semejante en un padre de la iglesia?


Era un canto de guerra, el ijujú de Semiramis. Fuego al muñeco. Jaque mate al macho. He aquí a la sinagoga volviendo por sus fueros, y decían que estaba vencida. El rencor estallaba en la calle, ríos de bilis anegaban las plateas, y los cuartos de estar se convertían en infierno, el odio reconcentrado marca, cual agujas de un reloj infernal, la hora  de todos. No hay más cera que la que arde. La abeja ática “señorona” y regenta, gobernanta y gran jefa mañanera domina los intelectos con sus escuadras de perailes. Me queda, la verdad, como algo jamona. Le sobran modelitos.   Debe tener buenas aldabas, mira que escupe odio la tía por su boquina de pichón, por esos labios de silicona, y aparte de aferrada está forrada, sólo firma contratos blindados, pero al enano aragonés tampoco hay que perderle de vista, pues va de listo por la vida, se las sabe todas. La actualidad se ha convertido en el gran carnaval de la revancha. Se vive no ya sólo para recordar sino para odiar lo recordado. He aquí que un enano y una jamona son las piedras basales del régimen. Si ponemos en medio de los dos a Zocodover gran cineasta patrio, matachín tayacán, tendremos cama redonda. Ellos son los únicos con derecho a opinar de lo divino humano en esta nación triste y desgañitada, quizás con derecho a voto, pero que ha perdido, pues se la arrebataron, la voz recia y sonora de Juan Español.  Cuando no nos llega con monsergas ese várdulo que no tiene salero ni para aceptar su propia calvicie, pero es capaz de amargarnos la velada con toda una secuencia de explosiones a cámara lenta, pues aterriza en Nix con ínfulas de plenipotenciario del poder cosario, porque está en nómina de los herederos de la voladura del Maine. Los que hicieron saltar aquel acorazado por los aires y colocan bombas lapas en los bajos de automóviles de ciudadanos indefensos son lobos de una misma camada. ¿Cómo es que tuvo continuidad el tupé de Sagasta en el recorrido de don Castor o la desvergüenza inmoral del presidente Simpson en las catilinarias jesuíticas del ex cura  cutre Pólux, al que apodan  Terminamos de todo el invento clamando una vez más aquello de “delenda est Hispania?” Amenaza con exterminarnos. Sólo se las da de valentón porque está bajo el halda de los americanos, que andan preparando por aquellos montes una guerra parecida a la de Supravia.
Los que hundieron el “Maine” aquí siguen teniendo bula y ejerciendo de matarifes jiferos, encuentran corifeos, delegados y subdelegados aduladores por todas partes. Han apostado soplones y submarinos en las cantinas, en las redacciones y en los consejos de administración. Siguen empleando la misma táctica de tierra quemada que emplearon en el noventa y ocho. Parece ser que les surtió efecto, aunque no puede decirse de ellos que sean muy originales. Pero como llevan la voz cantante lo que ellos quieren que sea será. Nuestra brújula se ha vuelto loca. Le pasa lo que a la paloma borracha de Alberti, que se equivocaba. Por ir al norte fue al sur. Creyó que la mar era tierra, y montaña, la hondonada. Así estamos desatinando de por vida. Estáis todos trompas. You are wrong. Vous êtes trompés”,  advierte Ariadna desde su bastidor.
Estampaba su rabia contra las paredes. La sensación de impotencia lo embargaba. Todo me sale mal. La desdicha se cobija bajo mis alares, pero nada puedo hacer. Sin embargo, ahí tenéis a Pol Pit, el comentarista del quinto, caldo de todas las salsas que se han cocinado por estas lumbres, ese que pinga de una acrotera, a convertido en genio por una de esas veleidades que con tanta frecuencia se dan en la vida. Era el que le arrimaba las putas a Serafín Pérez Plumero y por eso le dieron un puesto en el panel hertziano. Tiene derecho a opinar, a escribir donde le dé la gana, pagándosele a precio de oro las colaboraciones. Y ahí lo tenéis con un puesto de contertulio en el espacio de Hécuba Piños, reina de las mañanas, un espacio en esta galaxia, que le reditúa sus buenos devengos y, además, le da un nombre. Antes, estaba enchufado en otro programa que llamaban “La Voz de los Pajares, propietario el ciudadano Pío Lesmes, esto ya es el colmo”, pero surgieron sus más y sus menos con el caudillo de ese espacio que suena de costa a costa y de arriba abajo, y que empaña el ánima de tarazón entre los radioescuchas y a su teniente de dólares mondos y lirondos, pues está visto que está es la hora de la confusión y de las tinieblas, pero también la de los Midas que informan y desinforman, que cabrean y acojonan, aburren y entretienen gracias al morbo sin ser graciosos.


Ya peina canas el tal Pol y conserva su viejo aspecto de león de la Metro. Le miras y te recuerda el maquillaje de los protagonistas de aquellas películas en los que el paso de los años se signa con una pasada vertiginosa con la cámara sobre los tacos de un calendario o unos polvo de talco o una miaja de bicarbonato junto a las sienes, y el pelo negro de una escena se trueca en barbicano en la siguiente, pero no está encorvado y sigue siendo un hombre elegante.  Al tiempo que bazucaba el moyuelo a don Serafín, para tenerlo satisfecho, mientras hacía de mesnadero y de correveidile en París del Asesino del Piles. Se le iba la fuerza por la boca en lagoterías pero a todos les caía simpático. En cambio tú, ñiquiñaque, no has hecho otra cosa que quejarte y viltrotear como un arlote, siempre cogiendo el tole, como los inadaptados, los descontentos. La razón de tu fracaso la tienes tú, que estás enfermo, no eches la culpa a nadie. En todos los sitios donde has trabajado nunca caíste en gracia, te rodeaste de enemigos, y siempre te despiden.  Metetelo bien el molledo esto que te digo. No eches balones fuera. La culpa es tuya. No busques pretextos en que esto va muy mal ni en los judíos. Dejate de lilailas y entra en razones. Cesa de tus engurrios. Sé flexible, diserto, sagaz. Cada mañana al salir de casa ponte un abrigo o despojate de la chaqueta, y mira con atención para la veleta para saber de qué lado viene el aire. Pol Pit mudó de traje a modo y conveniencia cuando le apetecía. Este es un país de oportunistas, los lamerones hacen chazas. No hay que creer en nada, pero hay que aparentar tener fe, estar a la última, disfrazarse e imitar al camaleón. Tu amigo está donde está porque carece de escrúpulos, por haber hecho la higa a todas las ideologías. Fue anarquista y comunista, cantó la palinodia de los maquis en la serranía de Cuenca, y sin solución de continuidad entró en la nómina de sindicatos, quemó incienso en su loor y fue turiferario del dictador, dijo que Londres era un campo de concentración. Luego fue demócrata y millonario. Sin embargo, tú eres un muerto de hambre. No te quiere nadie. Ni tu madre, ni tu mujer, y tus hijos te escupen a la cara.  No te rindes. Te cobijas en tu casamata donde se agazapan tus ideas y tus recuerdos. Pol se solidarizaba con Pólux.  Pedía la independencia de los asesinos, colocándose de la parte de los pistoleros. Lo que le pasa es que la camisa no le llega al cuerpo. Tiene más miedo que vergüenza. En punto a vergüenza, no se puede decir que fuera su punto fuerte. ¡Bah, qué más da! Todo se perdona excepto la insolvencia. Todo cabe. Tenemos todos buenas tragaderas.
La clave del éxito de Pol Pit y de tu fracaso es que siempre hay que estar con el poder, aprovechar las ocasiones, la contestación sistemática nos lleva al exilio y al extrañamiento. Por eso, porque sabe manejar el cubilete, viste la camisa adecuada haciendo juego con el color de la corbata, se busca sus apoyos, sus tanganillos, Pol Pit se ha convertido en la vera efigie del triunfador. Eso sí, tan canalla como siempre. Ha traicionado y vendido a sus amigos, pero ahí le tienes. Por lo visto le hizo mucha gracia a la señora del presidente, Doña Carmen Collares a la que colmó de adulación, siempre se descuelgan con retahílas que gustan a las damas, y a la mujer del Carlitos, como todas, le privan que la laman el culo, pero las cosas le van bien, le sobran colaboraciones, lo llaman para presentar libros de autores que empiezan, suena su nombre en las revistas, su mujer no le es infiel, y le sobran muchas tardes veinte mil duros para ir a jugarselos al casino de Torrelodones.

Por la pascua, las noches que Cristo resucitaba, no se hacía conmemoración significativa. Bramaban las radios, cual vírgenes necias, porque aquí la prudencia se reserva sólo para lo política, en otras esferas se implanta el todo vale, de la Hesperia de la Vuelta de la tortilla y de la sartén por el mango.  Sólo nos mueve un deseo: volcar la cruz.
-Pues ahora sí que estamos listos. Aquí se deshará la herencia de Isabel y Fernando.
-Gol en Mendizorroza, penalty en Las Gaunas,  tanganea  Redondo,  galopada de Roberto Carlos.


Habíamos aprendido la lista de todos los campos de fútbol, cuando proscribieron por decreto se enseñara en las escuelas la retahílas de los reyes godos que ya no servían para nada pues dejamos de cruzar apuestas con nuestro orgullo nacional.  Hespérida ha dejado de ser católica y algún listo apostillará por lo bajo aquello de “afortunadamente y con fundamento”. El régimen democrático se consolida a base de patadas millonarias al balón, pan y circo, prensa de bulevar, bailes de candil. Los embarques de la jet en el reactor de la noche de liviandades, faz cansina y casquivana. El siglo futuro. Esa rubia de las dos está bien de ancas, pero me parece que tiene los ojos un poco fríos. No es mi tipo. Hay beldades que no me dicen nada. Todas ellas son mozas escogidas. Desterradas las vestales, ocupan el Partenón de las vírgenes, son las nuevas diosas, culto al cuerpo. Debes de ser tú, que estas para pocos trotes.
Aquel año una leva de descamisados del Ejido se desplazaron a Sevilla para causar tumultos durante las procesiones.  La autoridad  salió por peteneras alegando no sé qué historias acerca de un juego de rol, pero los verdaderos alborotadores eran topos que pagaron las sinagogas yanquis, como que ese día se cumplían poco menos de veinte siglos de que mataron al Señor. Ahora volvían con sus alegatos, sus mohatras, el eterno “¿quién yo?”, sus coartadas. Al amo de Sede Baldea, que había declarado al Galileo persona non grata, y políticamente incorrecto, para transformarlo en un Jesús gringo, hecho a imagen de sus gustos tele predicadores, de adventistas del séptimo día y de parrafadas bahiítas y estudiosos de Isaías  a lo Bullí Gras que propugnan una conversión de los cristianos al mosaísmo, no le gustaba la superstición ni los aspavientos macarenos. Brillaban los alfanjes. Debajo de la chupa estaban escondidos los filos de la cimitarra. Abajo las procesiones. ¿Juegos de rol dice? La prensa tan bien informada desinforma y sólo habla de las cosas que no interesan, crispan o aburren. Los costaleros abandonaron los pasos, dejaron por el suelo los penitentes tiradas las cruces y los acólitos, turiferarios con el incienso y ceroferarios con los blandones tomaron el olivo y algunos cofrades se desprendieron de sus cíngulos, y tiraron el capuchón al Guadalquivir en una madrugada de pavor. Muchos pensaron “esto es la guerra, ya están aquí” y no era cuestión de dejarse el pellejo por una mala saeta y no estar presente en la feria de abril. El ambiente de confusión que sobrevino recordaba la misma noche del prendimiento que el pío alarde rememoraba al  lanzarse a la calle con sus cristos  dolorosos al hombro. A Cristo volvían a dejarlo solo, como los apóstoles en Getsemaní cuando se presentaron las turbas. Todo el mundo cogió el tole.
Estaba escrito. “Omnes fugerunt”. Los acontecimientos de la madrugada hispalense en contra de los que aseguraron los medios, no fueron del todo fortuitos ni el resultado de una alborada loca de cuatro mozalbetes aburridos que habían abusado de la manzanilla o fumado unos canutos de más; respondían a una intención premeditada y aviesa, aunque la maripavas con un guiño de ojos y una leve insinuación a la sonrisa tratasen de matizar la levedad del suceso. Estaba claro que semejantes manifestaciones pasionistas a estas alturas del tercer milenio estaban fuera de órbita. Las procesiones pertenecían al ámbito de un pasado negro, los penitentes recordaban al Ku Klux Klan, qué miedo, según decía una crónica de la corresponsal del New York Times, apellidada Fucus (zorra en judeo alemán). Quien manda, manda.
En Madrid pasó algo parecido. Algunas cofradías no se atrevieron a salir o acortaron el trecho de su recorrido por miedo al ambiente enrarecido. Bandas de chinos y magrebíes se enzarzaron a palos, mientras desfilaba uno de los pasos, por el control de la Gran Vía. Un moro empapado en cerveza, irreverente y poco comedido, por no decir fanático con todo aquello que no está en el corán -¿es esta la tolerancia que nos quieren meter por los ojos las altas instancias?- se acercó a una fila de nazarenos y le metió mano por debajo del hábito para ver qué había. Era una señora y empezó a dar gritos. Nadie de los que presenciaban el alarde de disciplinantes desde la acera movió un dedo para ayudar a la pobre mujer ni defenderla de su atacante.  El mismo pánico que en Sevilla. Menos mal que había policía por allí cerca y se lo llevaron al cuartelillo donde lo soltaron al cabo de dos horas, cuando se le pasó la mona.


Una retención hubiera sido ilegal. Se hubieran echado encima los periódicos esgrimiendo alegatos xenófobos y los cantamañanas y corifeos del sistema se hubiesen rasgado las vestiduras. El Umbral, sin ir más lejos, aunque ya está viejo y le rila la mano del tembleque, hubiera enhebrado uno de sus panegíricos progres y media nación se habría tenido que tragar los libelos de un tal Pimpollo Hijo de Tal, campeón de los tránsfugas. Al pobre guardia se le hubiese caído el pelo, después de que sonasen por todas partes gritos habituales contra la superstición, el nacional catolicismo y contra el Gran Almocadén, baluarte de la fe de un pueblo que, por lo visto y a decir de los consabidos zoilos y aristarcos que reparten el juego en nuestra cultura, tuvo la culpa incluso de las procesiones. Estaban los ánimos de los indígenas por los suelos y la moral del enemigo, fuerte, ad utrumque paratus.
Si un cristiano hubiese hecho lo mismo en la Meca, el resuello en sus pulmones no hubiera durado ni tres minutos. Habría caído víctima de un linchamiento muriendo en manos de los seguidores del profeta que no soportan este tipo de bromas con su religión. O sino que hable Istmo Margrave, el Hijo del Mal.
Sin embargo, según Carlitos Bigote, en las Hesperias todo iba a pedir de boca.  España va bien.
Cada vez se le iba poniendo más cara de payaso. Sólo le faltaba la caña para ser una perfecta réplica de Huta el Montero Mayor. ¿Moros en la costa? Ni mucho menos. Ya vigilan nuestras procesiones, consumados los objetivos de la operación “Sweep in”, un barrido demográfico, un movimiento de pueblos, cáfilas étnicas. Cada vez, más demócratas. Ladraba bien el perro chico debajo de las patas del mastín de dientes en fila. Nos apuntábamos a todas las movidas y siempre estábamos con el atillo preparado para mandar a nuestros a engrosar misiones de paz armada.
En esto, cuando, tras aquel incidente de las pandas infieles y pasado el revuelo que con el sofaldar a la pobre nazarena se preparó, más impresionante era el silencio de los fieles que iban en pos de la imagen del “Moreno”, volvió a sonar una estentórea carcajada, al pasar cerca de las puertas del Corte Inglés. Fue como un estruendo. Otra vez los ánimos volvieron a encogerse.
-No si de remate no nos van a dejar que paseemos al Cristo en paz. ¿Qué fue eso?- exclamó un vejete.
-Mahoma que peyó- le contestaba un chistoso por fuera- a lo mejor es que acaba de hablar en el vientre de su madre la mora Aixa.
Al jefe de los anderos le dio un ataque de risa. Un hermano mayor haciendo sonar su vara de cofrade sobre el pavimento pidió recato.
-En fila, penitente.  No te distraigas, sigue la linde. Un poco de respeto, por favor.
Una moza que en aquel momento había mandado parar la comitiva para entonar una saeta hubo de abandonar el encaracolado del balcón en cuya barandilla apoyaba las manos. El profeta se había ido de bastos. Había vuelto a levantar su pendón verde por las estrellas calles del viejo Magerit que no era sino una corruptela cacofónica del Matritum o Templum Matri romano pero ahí nos las den todas que la mentira se acoge y a la verdad se la destierra, que ahora se llamaba Nix Rasilis, pedía las llaves del castillo famoso que por lo visto un día le pertenecieron.  Quería vengar a su antepasado Boabdil. Iba otra vez de taifas. Volvíamos a estar en las mismas. Buena pascua te dé Dios, Madrid, que te quedas sin gente, de cristianos, quiero decir, aunque sigas siendo acogedor y hospitalario con el extranjero.


Los pedos del profeta son un signo que anticipan siempre la llegada de una nueva guerra santa. Aquí seguimos mientras tanto nosotros con nuestras cuestiones acidalias que recogen las horruras y miasmas de las tómbolas. Cien mil duros por salir en pelota viva ante las cámaras y cincuenta millones de una sentada por hacerlo con el conde que todo lo enseña y nada esconde. Fue la guinda, el ápex, la coronación de un ambiente sicalíptico, de un país gusanera con macas en la piel cancerosa, el no va más del erostratismo venal. Se nos subió de pronto la eretina morbosa y todo acabó en eretismo y en ergasmo, que nada tiene que ver con orgasmo. Nos han envenenado. Hemos de beber en una copela nuestras propias cenizas, si queremos purificarnos que lo veo difícil.
Por el otro frente la tamborrada seguía su curso impertérrita y algunas buenas mujeres se santiguaban mirando con ojos anhelantes para el jesús, vestido con una rica túnica violeta, con bordados de oro, luciendo una impresionante peluca que perteneció a un hombre, en el que se le veían caer los rizos cubriendo el rostro macerado y que no era por lo menos sintética. No bendecía, pues llevaba las manos atadas con un cordel.  Sus ojos se ensimismaban contemplando una distancia que sus devotos de los Primeros Viernes dicen que es el recorrido del gran perdón.
Empezó a llover. El cristo quedó quieto en medio de una estampida de gentes que se esparcían en todas las direcciones como impelidas por una carga de caballería. Lo taparon con un plástico. Rayos de granizo que caían oblicuos habían iniciado los primeros movimientos de una danza a partir de carreras y de pedriscos. Algunos de estos meteoros eran del tamaño de huevos de golondrino.
Una paisana de mediana edad quedó agarrada a los faldones de la carroza, gritó:
-Ya veo, Jesús mío.
Se había producido un milagro. El Señor acababa de pasar dejando una estela de sanación y bienaventuranza.




Sin reparar en ello, y menos pensarlo, eran de arribada los días soleado de la Bestia. Con enojo soplaban las furias del averno. Ahí las tenéis en acies instructa las escuadras formidables, las formaciones compactas. Se muestran arrolladoras. Serán implacables. En plena sobrevienta del Paráclito, nada queda en pié porque el Espíritu todo lo arrasa y los transforma. Construyen una armada sin fisuras y su ariete golpea las puertas de bronce de la ciudad alegre y confiada. La fuerza del bezón, que bate nuestros muros, rompe ya los ataires. Vivimos bajo el signo de Aries. No hay socarrenas ni credencias en la pared, ni un triste clavijero al que agarrarse, un urce colgante que asir en la caída; vamos donde la ley de la gravedad nos lleva. Llegan, ya llegan, presidente.  Por todas las partes se cuela un viento de liberación. No tenemos estribos en que posar nuestra invalidez. A pesar de todo, no permitáis que esas merdellonas os llenen del pringue lascivo. Mantened a raya vuestra castidad, fieles servidoras y sacerdotisas del templo de Vesta. Vigilad y orad.
En marzo del año dos mil, año infausto del triunfo de la Bestia, después de los comicios en los que Bigotito Cornejo, que habíamos criticado mucho al Gran Filipo, ese que se nos presentó con aires de gañán y que recordaba un poco a los vándalos enarbolando amenazante el pavés como un gran puño que descargaría sobre nuestras cabezas hasta que a Hesperia no la conociera la madre que la parió, pero Bigotito Cornejo era mucho peor porque consumó la obra de desmontaje de la catedral que el otro iniciara, revalidó su mandato- reapareció en el balcón con su mujer Carmen Collares, y por detrás Pol Pit bailandole el agua, hemos ganado, y a buenas horas mangas verdes, lo próximo se heló en ciernes, americanos os recibimos con alegría, Sicosis. Bigotito Cornejo sonreía con cara de liebre, tenía la gracia y la habilidad del perrillo de aguas ladrando bajo la barriga del dogo- empezó a gestar un plan de escapada, buscaba ya la querencia del norte.


 ¿Una depresión? ¿El desamor? Quia. Sólo se puede hablar en puridad de depresiones barométricas. Así se llama a los valles en artesa, a los desniveles y a los hundimientos de terreno, según se entiende en pedología y en topografía. Esa maldita expresión es un anglicismo que cubre de enojo y de engurrios la vida moderna. No hay tal.
En cuando a amores y desamores, desengañate, Gnadio, pues visto lo que le sucedió a Ivan Ibañez en un bar de carretera, habrá de sospecharse que es tan ya vacuo concepto la palabreja, vago comodín de nuestros desencantos.
No sabremos nunca lo que le pasaba puesto que el alma de Verumtamen era cosa hermética, pero habría de sospecharse que se trataba de acidia primaveral. La tristeza viene y se va como la alergia. El alguarín tras el garaje que había habilitado de escritorio, oratorio, fumadero, biblioteca, garita de escucha, y observatorio astronómico para contemplar las estrellas, recibía la luz rastrera del alba a través del montante de un ventanuco que daba al jardín central de la urbanización, donde ya entramaban las ramas de los chopos y campeaba gloriosa la enredadera sobre los sauces.
En el centro del corral volvía la primavera también al tronco del abedul totémico y era talismán de veneración este arbusto, porque habiendolo tomado de uno de los bosques sagrados que hay en Asturias, entre los gollizos del monte Pascual y las breñas de San Agustín, que dan la última escolta al Uncín antes de su abrazo con el océano por la mar de canchales de Artedo, siendo no más un exiguo renuevo, una tarde de agosto de los ochenta, lo transplantó a la Despernada y embarbó como por milagro sin acusar merma por  los calores y el cambio de terreno. Ahora exornaba el muro de la pared que mira al jardín. También agarraron dos laureles y un castaño del Cantábrico. Las tapias se emboscaban en una guarnición de jazmín y madreselva.
Anclados en aquella habitación en los bajos del edificio tenía caminos y puertas, miradores, atalayas, que llevaban al plano infinito, la heredad inalienable de un alma, una razón de ser y de existir. Aquel era su universo y su medida, las glorias, memorias de una existencia recatada, su divertido titirimundi, el cosmorama panóptico que le acercaba una visión de las cosas a través de los libros, las radios portátiles, los retratos amados y los objetos acaparados que le ayudaban a recordar instantes y personas. Era de inclinaciones fetichistas, creía en el poder que despiertan los objetos conservados como reliquias de un tiempo que no volverá.
 La onda corta y los varios receptores licitaban el acceso a otras atmósferas transformándose en ecos de una caja de resonancias maravillosa. Abría las cancelas de la fase alfa. No era el cascarón vacío, sino la vivificante cámara donde se produce en cada ocaso y en cada madrugada unos particulares oficios de sus propios fatamorgana. No hacían falta otros sacramentos. La administración de los sagrados dones corría a cargo de una singular eucaristía interior.
  Por allí entraban las ideas de la estepa y alzaba el gallo un ruiseñor maravilloso políglota y multiforme. Si el ojo es el sentido más rastrero y cabal que tenemos, el de lo pecaminoso y el de los espejismos, a través del oído se abren de par en par las puertas del adentro. Uno de sus efectos más significativos es la psicorracia (liberación del alma), como resultado de esa agonía que libran en el éter las ondas hertzianas, el universo por el que vagan los espíritus, allá donde el amo americano no mandan, ni tampoco el anticristo, pelleja blanca y quiroteca de piel de cordero, pero colmillos de jaguar, nos causa bochorno, porque anuncio a toda la cristiandad que en el Vaticano ya no son de los nuestros, se pasaron a Clinton con armas y bagajes.
Crecían allá afuera los rosales y hasta un lilo que compró en el vivar de la Despernada el año 85.


Los transistores para la escucha de estaciones lejanas conectaban con una realidad que se acercaba al mundo de los sueños, alejando de aquel ambiente chato, carnavalesco y ágono de ilusiones, de la hostilidad decepcionante y amedrentada de lo que denominan democracia, que no es sino un totalitarismo.  Pólux, tratando de esconder su calvicie y Castor arengando a las mesnadas yanquitarras, clamaban por la independencia y el fuero. ¡Insensatos trabucaires vaticanistas, hijos todos del Pretendiente, peseteros del dólar, así os sepulte en el infierno un diablo que tuvo por nombre Carlos séptimo!
Todo aquello con sus novedades, alifafes y garambainas, como las urbanizaciones, y la píldora mágica, el viagra, habían sido implantados por el Nuevo Orden. Siempre debería ser así la vida del topo, del exilado interior. Sin embargo, el apóstol nos exhorta a vestirnos de la armadura de dios. Hemos de aguantar contra los adalides de las tinieblas del mundo, y que su grata misericordia recobre la delantera. Per orationem et obsecrationem, orantes in omni tempore in spiritu et in ipso vigilantes omni instantia. Obsecración, bella palabra. Invócame y yo te liberaré. Orad sin intermisión, recapitulaba siempre el salmista.
Verumtamen iba escalando por los abrojos la senda del monte de la perfección, su honra y su buen criterio enterrados bajo los basilares del antiguo amor, que también se llamaba María.
Infinitas veces había tratado de huir, agotadas las posibilidades de solución, para llegar al mismo punto de partida. Tú no tienes solución, vete a un médico. Morirás como un perro. Tenía que subir la cuesta amarrado a frases que eran pinchos y clavos, al fin y al cabo el cerco de su corona de espinas. Su Gólgota se llamaba la muerte civil, pero allá estaba el espíritu que lo ataba como una argolla circular a sus propias rejas. Mira, no te me despistes, bordonero.
-¿Qué hay de cenar?
-Gallofa.
Tenía que entablar palique con su propia conciencia, y de estos soliloquios sin hilván están naciendo estas analectas, mosto pasado en el trujal de mi memoria. Los cuévanos de la vendimia de mi vida no son capaces de abarcar ni de contener tanta malparanza y fastidio en los alijares y campas del desamor. Un hombre solo escribe. Cuando hay dos hacen la guerra o el amor y gritan.
-Soy bordonero y ¿qué pasa? Voy camino de Santiago de Galicia, retaguardia de las Españas, punto de arranque de la cristiandad. No sé si creo ya. Señor, que crea. Devuelveme la antigua fe.
Era aquel alguarín cárcel de sus libros, paraíso de sus sueños, sagrario de sus manuscritos literatos y gaveta de autor siempre en ciernes. Nunca llegarás a misacantano. No pasarás de seminarista, camarada.
-Tuve mucha vocación, pero me rechazaron.
Se quejaba de la esquivez del destino y de la incomprensión de los suyos pensando que sólo en el cielo, o en el infierno, podría dar a la estampa sus obras completas.
-La vida te ha jugado malas pasadas, pero que conste que no eres el primero ni el último. Publish and be damned, frase hecha que nos define quizás a los periodistas y a los escritores de a montón.
-Eso lo decía Lord Thompson de Fleet Street, uno de los hombres más ricos del mundo.
-Y también de los más tacaños.
-Creó un imperio en Canadá, llegó a poseer la cadena más importante de periódicos de habla inglesa. Su heredero es Rupert Murdoch, ese judío australiano.
-¿Lo enterrarán también en el monte de los Olivos como a Maxwell, el otro gran midas de las comunicaciones?


-Esa viene siendo la costumbre.
Las lomeras de los libros con su voz callada (a ratos carcajadas y a veces gritos desgarrados de dolor, quejas del desengaño) intentaban disuadirlo de lo absurdo de la peregrinación.
-Entra en razones, no seas bobo. Si te largas lo perderás todo y ¿adónde vas a ir tú a tus años? No tienes la piel para sopista. Que se vaya ella.
-Soy un zángano.
-Ya lo sé pero tu paga no hay quien te la quite y, además, a ti te ocurre lo que a tantos y tantos españoles: no dan un palo al agua.
El milagroso icono de san Nicolás, enviado desde Rusia, un Pantocrátor así como el retrato de la Madre del Verbo Encarnado, la que fue en la tierra humilde esposa de un carpintero nazareno, tallada por un yurodivi de Novogorod, y tenida por milagrosa puesto que fue el rostro que él tuvo la gracia de contemplar a través de los fresnos borneados, en el firmamento de la montaña de los Abantos una tarde del trece de mayo del 95, le empujaban a perseverar. Ten fe. Dios te protege. Aquel atardecer de primavera se te dio una señal. Eres un monje y ésta es tu celda. Aquí se reclinan tus oraciones y de este altar parten tus himnos de expiación.
Una lamparilla perenne lengüeteaba en la penumbra al pie de las sagradas imágenes. Sentía él su protección, la de la dulce señora. Aquel suceso lo trataba de olvidar pero pesaba siempre sobre sus actos. Se había enquistado cual auto reflejo en su memoria.
San Nicolás bendecía a la bizantina con dos dedos extendidos. En su mano izquierda, sostenía la bola del mundo. Brillaban los rubíes en su casulla de oro macizo.
En una bolsa de deportes guardaba las grabaciones de las misas ortodoxas celebradas durante los ochenta en Atenas, Kiev, Moscú, Helsinki, Belgrado, como un troje sagrado, cuyas emanaciones sonoras hacían descansar el alma haciendola vagar en noches triunfales de Pascua, cuando apunta ya la primavera. Torrentes luminosos, como una catarata de energía beatífica, brotaba de las cintas que eran la exaltación  clamorosa de la polifonía. Sonidos que restañan las heridas del alma y transfiguran al henchir el corazón de anhelos de eternidad.
¿Por qué sufro? ¿Cómo es que moro en esta tierra de rencores y vivo inmerso en la monotonía rutinaria? Habiendo soñado tantísimo y buscado la cumbre, me hundo en la sima. A esas preguntas aquella música daba una respuesta en claves mágicas. Eran la proyección de su vida idealista enterrada entre libros que ya no leía nadie. Crepitaban sobre el raso de aquel sotabanco, la buhardilla del poeta, la torre de marfil donde se acogía a sagrado, alientos de trascendencia.
Oía una voz que dijo:
-Yo te rescataré de las garras de Erifos.
Un ángel de blonda caballera y rastro dorado pintó de nubes la pared. Vio una niña el rostro cubierto de efélides. Ya sabes quién es. Te llamarán por siempre All Queen Helén. La faz luminosa que ahuyenta las tinieblas.


Violines de ausencia lloraban aquel rostro. Era una sinfonía en tres dimensiones que conjugaba los tres tiempos. Entre vayas y veras sentía Verumtamen una dicha embarbar como el esqueje de una árbol transplantado en la almáciga, un ejido de sueños que riegan por privilegio las lágrimas de la añoranza. Yo temía un amor, All Queen Helén, por el cual me sentía participe del cosmos, y coadjutor en la tarea de crear el mundo todos los días. Todo aquello me brindó un ojo mágico para mirar a través de la cerradura de la ilusión la tarbea iluminada por una tarbea incombustible donde crece la dicha y no cabe el llanto, ese lugar que el Redentor tiene aparejado para los que portan su cruz allá en las moradas celestiales. Sólo eso me sostiene aunque hay días en que dudo. No sé. Todo me parece un absurdo, incluso mis propias creencias. En el término de la Despernada, surcado por dos cauces fluviales y un paisaje tapizado de encinas y de carrascas, se eleva un castillo roquero del siglo trece, estilo mudéjar, desde cuyo torreón se otea un paisaje de dehesas encendidas de una luz interior como en la pintura de Velázquez, adusto cinturón de Madrid que inspira canciones báquicas. Todo tiene un color ópalo. Aquí en dos semanas del mes de julio quedaron sepultados setenta mil hombres. Quizás a esa causa infausta se debe que la configuración de la contornada posea un aspecto lúgubre y fantasmal. A veces a través de los trigales y de los escalios, a punto de dar su última cosecha, porque estos terrenos están siendo sujetos a la presión calificativa de las inmobiliarias, algo en el aire recuerda a los muertos. Es una presencia callada, pero densa que impla las colinas que hace gemir el viento. Las encinas, los añojales entonan un responso por los caídos. Los caballones parecen túmulos y las antiguas parideras que pasaron a ser luego casucas de los chatarreros que durante  años se ganaron la vida a la busca, requisando el metal de las espoletas, parecen túmulos. Recoger plomo y metralla y hacerse con las helgaduras y miasmas de cobre que suelta la munición destrozada fue lucrativa profesión en  posguerra, aunque peligrosa. Algunos chatarreros dejaban la vida en el intento, o una mano, una pierna, un ojo.  Brotando del interior llega una voz lúgubre como el de un canto epicedio. Desde los surcos se elevan jarchas silenciosas y espectrales. Es lo que sintió muchas veces Verumtamen y lo que siento yo que me pateado de cabo a cabo las mochas. Hay la mocha grande y la mocha chica y en el comedio de ambas suertes una loma donde se alza una atalaya y un repetidor de televisión, así como la alberca y los pozos de los antiguos depósitos del agua. En este lugar se riñó la más encarnizada   de las batallas al transcurso de la ofensiva sobre Brunete. ¡Dios mío, cuántos muertos! Nada menos que dos centurias de Falange, una bandera de la legión y varias unidades de blindadas de las brigadas internacionales y una sección de guardas de asalto perecieron en vísperas de la fiesta del Apóstol de 1936.

La faz de Floro Sanz, que apareció en su carricoche accionado  por pilas - se lo habían traído expreso desde Alemania y era muy cómodo, no tenías que empujar las ruedas, pulsar un botón a manera de timón que el beneficiario de aquel invento último modelo para ambular y desplazarse- parecía la de un espectro. La plaza del Arrabal se nos brindaba como un inquietante escenario mágico con sus soportales, la acera amplia y los morrillos, impresionante escenario en el cual todo lo llena la fachada del templo de santo Domingo de Silos. En Arévalo nunca hubo dominicos, explicaba el cura don Serrano.
-Yo me llamo Florentino, pero me dicen todos el Cojo de Mamblas. Soy mutilado de guerra.
El pelo echado hacia atrás, todavía espeso y entre cano, la mirada de aguila caudal, de ojos vigilantes, el continente adusto y pirrónico. Se le podría tomar como un severo Licurgo, seco más que un cuáquero, si desde que dejara de fumar, no tuviese por costumbre chuperretear caramelos, no hacía otra cosa en todo el día. Los dulces los mascaba, los ronchaba o se los daba a los chiquillos.
Un obús le segó la pierna izquierda a cercén el primer día de la batalla de Brunete.  Casi ni me di cuenta.  Recién desplegada toda la centuria, andaba como despistado y falto de sueño, porque había pasado una noche de traqueteo. Nos llevaron al frente desde un camión. Hoy va a hacer calor, Floro. Sí, pero es lo suyo. En plena siega estamos y aquí por lo que se ve- dijo echando un vistazo de forastero a los campos de Quijorna- se les encamó la mies. No les ha vagado a segar ni a recoger. Este año se pierde la cosecha. Si sólo fuese la cosecha...


Fue en ese momento cuando escuchó el grito de un cabo: “cuerpo a tierra, todos al suelo”. Sentí primero calor, luego un frío algente envolviendo todo mi cuerpo, y algo que se tronzaba, que, habiendo estado regado por el río de las arterias, quedó desvinculado y yerto. En un instante se me apareció como en un fucilazo toda mi vida pasada. Vas a morir, Florito, me dije. Sólo me atreví a proferir un grito: “Ay, Virgen de la perpetua angustia”. De pronto me vi izado por los aires. La explosión fue tan violenta que se llevó por delante toda la albarrada de adobes y de sacos terreros que habíamos construido. Disparan los ribadoquines escoceses. Es la columna Walter de los internacionales. Hijos de mala madre.
No me enteré de más. Cuando desperté, estaba en la camilla de un hospital de primera sangre en Talavera y al lado de mi estaba el páter del Regimiento de San Quintín:
-Ha sido un tiro de suerte, hijo mío, pero a lo mejor hay que cortar.
-El ¿qué, padre?
-La pierna.
Lloré a lágrima viva maldiciendo mi suerte.  Si me hubiese estado quieto cuando vinieron los de reclutamiento pidiendo voluntarios para el frente, si me hubiese llamado a parte sin darmelas de macho, a lo mejor hoy no era cojo, pero estaba escrito. Aquella bochornosa mañana de julio marcó para mí el principio y fin de la contienda. Había una gran desorganización y en medio del jaleo muchos no sabíamos adónde ibamos. En la vida habíamos visto un fusil ni una triste escopeta y las armas que nos dieron, o era de la guerra de la Independencia, de aquellas de avancarga o carecían de munición. Luego vinieron tres años de peregrinaje por hospitales. Del que me acuerdo bien era el de Ávila. Había una enfermera muy guapa que me hacía las curas. Nada más tocarme aquella moza con sus lindas manos acariciadoras y mirarme de soslayo con sus ojos celestiales, el sexo apagado resucitaba, se me levantaba todo mi cuerpo hasta la propia pierna que me segó en el obús, quería latir, echar para delante. Gracias a ella no me vine abajo, pero nunca e vuelto a Quijorna, que es para mí un lugar maldito. Los hados aquella mañana no me confirmaron en la dicha de los escogidos, sino todo lo contrario; a partir de ahí se desencadenó sobre nuestras cabezas la malandanza.
Los senderos de la mística, al igual que los de la milicia, son escabrosos, pero cuando se tienen veinte años casi se desconoce la ruta y el camino que sólo se intuye. Uno es inconsciente del precipicio sobre el que se ciernen nuestros pasos. En tiempos del almocadén victorioso recibí todos los honores de caballero mutilado y hasta me dieron un empleo: factor del tren metropolitano y fui puesto al frente de una garita donde se expedían billetes. El almocadén no tenía que haberse muerto nunca. No me importó servirle ni derramar la sangre por la causa que defendía nuestro jefe, el cual, desparecido, mudó nuestra fortuna con la llegada de los renuncios y los cargos de vindicta. Los derrotados pasan factura. Entonces no tuvieron cojones, perdieron, y ahora nos vienen con reclamaciones y monsergas.
De caballero mutilado, fíjate, he pasado a ocupar el puesto de odio cojo. Nos han rebajado de categoría. Nos degradaron sin respetas ni alcurnia ni méritos de guerra, derechos adquiridos,  tienen sartén por mango, se han arrogado la ley, aunque todavía su ver sucia no les aconseja alacridades y andan con tiento para con nosotros, conscientes de que, si otra vez nos liamos a tiros, otra vez perderían el sombrero y saldrían de naja, con el rabo entre las orejas. Deben de ser los hados hespéricos los que están de nuestra parte aunque nos hagan sufrir.


Florentino era un místico en realidad y esa santidad suya, de la que no hacía alardes, lo había convertido en un gran intuitivo. Conservaba toda la hiper lucidez de la iluminación interior. Me llaman el cojo de Mamblas pero yo nací en Ontiveros como el fraile reformista, a veinte minutos de acá en el coche de línea. La Dorada tendió los pliegues de su manto tejido en los batanes célicos con tisúes de misericordia y quedé a salvo, pero no es que se lo tenga que agradecerselo mucho, la verdad; mejor hubiera sido que el tiro me hubiese dejado seco, la vida que he vivido no se la deseo a nadie.
Hombre, no te quejes. Tu buena paga, y tus buenos cigarros puros hasta que te dejaste la cigarra, de tarde en tarde una visita a los monumentos.
-No, señor. Yo nunca lo probé. Muero cojo y virgen.
-¿Qué cosas tiene Vm, Floro.
-Pues si te digo que es de lo único que se me va algo de ansia, y ahora me arrepiento. Tenía novia para casarme y con lo de la pierna también la perdí. Luego me acobardé. Yo no estaba en condiciones para apeldar con responsabilidad semejante. soy muy mirado para estas cosas.
Su aspecto era el de sacerdote, pero había perdido la fe. Su usura le llevaba a decir verdaderas barbaridades de la monja que lo cuidaba. Yo luché por defenderlas, yo perdí la pierna por su causa y ahora he descubierto que todo es una engañifa. Sólo tienen un altar para el dinero y profesan la avaricia por religión. Ojalá aquella bomba me hubiera cercenado no ya la extremidad inferior, también el cuajo.
-¿Cuántos años tienes, Florentino, cuanta luz ha caído derramada sobre esos ojos de autillo?
-Ochenta serán los próximos que cumpla.
-Hay que tener resignación. Ya sabes: el dolor purifica.
-Esos son bobadas. Las penas te vuelven o más gilipollas o más hideputa. Yo soy conozco, lo reconozco, pero la pata chula me ha convertido en un cabrón con pintas. La arcera a las que nos sube la desgracia a los imposibilitados no es un coche de punto. Cuanto más viejo, más pellejo, y cuanto más lacerias, peor. Nuestras mermas y nuestra llagas van en contra de la armonía natural. Está claro que cuando era joven e idealista no pensaba así, pero una vida arrastrandome con muletas o  sobre una silla de ruedas me hicieron cambiar de opinión.
Hablaba las cosas como son con la impasibilidad objetiva del profeta que se ve a sí mismo como un pelele y su acento rotundo de perdedor era apodíctico y convincente.  Mi pierna quedó enterrada en un trigal de la Despernada, caray con el nombre, pero en la teología hay númenes y claves que explican el decurso de los acontecimientos, era un aviso, me la arrancó mi infortunio o los hespéridos dioses vengativos. O, a lo peor, porque así estaba dispuesto que pasara a expensas de la pura casualidad. El sol de aquella llanada azotando de firme los caballones, los surcos y las tenadas, habíamos ido a guarecernos a la querencia de una paridera, y fue allí donde nos cascaron los artilleros de la columna Walter, qué vendrás a tomar el té con la reina, quia, y el vino de Navalcarnero tampoco me peta, desde entonces no lo pruebo nunca y cada vez que se cruza un inglés en mi camino me pongo malo, ¿qué vinieron a hacer aquí aquellos valentones brigadistas? ¿qué se les perdió en nuestro suelo, me cago en su  reina? Después me dieron la laureada. La gloria sucede a las cenizas y mi pierna la enterraron en el osario del cementerio de Brunete, según me dijo uno de mis camaradas que de aquella salió teniente.  Era mi quinta angustia. No he nacido para otra cosa que para ser cojo ¿qué te parece? Vivo una residencia del Barrio Húmedo pero un día fui un héroe. Florentino, tú dispara, decía el compañero. Ya vienen, ya vienen. Joder, ¿por donde? No los he visto.  Malditos rojos. Hablan el chauchau pero cuando tenían que decir un taco blasfemaban en romance. Así eran de pistonudos. Los moros, en cambio, nunca juraban. Se limitaban a sonreír o lamentarse sentados en cuclillas aferrados a la “novia”(el mosquetón), aceptando, fatalistas la voluntad de Alá.


Me llevan en la arcera como llevaban a los sacerdotes de Júpiter ya ancianos, envueltos en su laticlavia, y paso los puertos en mi  carruaje de lisiado y las montañas. Cruzo los gollizos de la paramera con sus gargantas allí donde el paisaje se descuelga con trazas de cíclopes y atlantes, que un día fueron colonos de este mundo, sus cuchillares y sus gargantas. Me atizaron en Brunete, me dejaron renco, lo mismo da, y ahora queréis que yo sea amable, que os sonría a todos al pasar. En la iglesia me sentaba en el banco de las autoridades, y el monaguillo, nada más pronunciar aquello de “digan ustedes la confesión general” me venía a darme a mí el primero el agnusdéi de plata y luego la epacta. Yo creía que los curas incluso me iban a donar a perpetuidad una hornacina en mi parroquias de Mamblas como mártir de la causa, pero me engañaba. A nuevos añalejos, otros trebejos, y otra iglesia, otro santoral. He dejado de ser caballero mutilado para englobar el suerte de los jodidos cojos que arrastran su pata de palo por los caminos de la patria. Me han bajado a tercera división. Pero los santos estamos en la obligación de ser amables, en la vida quejarnos. ¿Me escuchas, te estoy hablando, librero de los cojones?
-Te escucho, Florito, aunque tengo que estar al santo y a la limosna. Ya vemos lo ingratos que somos, los libros en los que tus gestas se propalan no los quieren nadie.
-Toma porque no es más que literatura. Mentiras y gordas.
-Mucho más mienten los de la política.
-Pero ahí están. Siguen haciendo el despeje plaza. Carlitos el del bigote y la sonrisa de conejo ha nombrado nuevo gobierno. Tres ministras van a tres carteras ministeriales. Evacuó consultas con  Hécuba Piños. Sería impolítico no ser feminista.
-Vanidad de vanidades. Aquí no superamos el atasco de la frase hecha: “entran los de Arrese, salen los de Solís”.
Hablaba con convicción aunque sin apresuramiento. Le resultaba difícil entender el por qué de su abandono. Buscaba el hilo de Ariadna entretejido en la caótica pleita de las vidas de cada cual y allí se perdía al no encontrar sino absurdos.
Su pierna quedó enterrada en un llamazar de la Despernada. Nada tenía ilación ni lógico, nada en su vida casaba con nada, al echar la vista atrás, que el futuro no le asustaba; no le quedaba futuro. Había nacido para renquear y ahora vivía en una residencia de las hermanas de los pobres cerca del barrio húmedo. La muerte no tardaría en llegar.
Cada vez que iba a Arévalo me abría las puertas de su corazón de par en par, antes de echar la cortina para siempre.
-No puedo ver a la puta monja.
Su salud física había entrado en barrena de resultas de un accidente que tuvo en el seiscientos tras el cual quedó averiado de la pierna sana. ¡ También es mala pata! Como le dijeron que a lo mejor se la tenían que apuntar nuestro amigo se lió a juramentos, no como un silla ruedas de la tercera edad sino con la vehemencia de un recién entrado en quintas.
-Cago en tal, yo no paso por la toza otra vez más. Antes me mato.
No eran bravatas aquellas palabras sino ciertas amenazas de suicidio. Al poco la emprendió con la novicia que le cambiaba los apósitos a la que acosó sexualmente e hizo proposiciones deshonestas:
-No hay infierno, sor Dominga, y, como el cielo está vacío, quien nos priva a usted y a mí de pasarlo bien. Mire cómo tengo el cacharro, hermanita.
-Muy ruin, Florito.
-¿Es que los ha visto mejores, tía zorra?


A sor Dominga se le subieron los colores a los mofletes, miró para el techo con un gesto de resignación. Cuidar a los viejos rebeldes se había convertido en la más dura prueba de toda su carrera religiosa, una prueba que le deparaba el cielo. Estuvo por contestarle que si seguía con sus tercas guarrerías le iba a limpiar el culo su madre, pero, en vez de tal exabrupto, siguió con la tijera, la gasa y la pomada.
-Los he visto- repuso la religiosa, que era de armas tomar y muy desenvuelta, ya que tras lo del concilio en las congregaciones cortaron la tela del hábito hasta la rodilla, y sustituyeron la cariñana rigurosa por una simple cofia. Resultado: quedaron más feas y las abadesas dejaron de gozar de aquel atractivo sexual de los evos pasados, aunque se cuenta que en ciertos conventos progres la religión no es lo que era, y se alza la mano para que algunas claustrales utilicen la píldora anticonceptiva y puedan ir a las discotecas.
-Vaya, vaya, así que tú también te diviertes y le sacas partido a lo que de bueno nos da la vida.
-Soy enfermera, pero la mujer se queda en esa puerta y aquí sólo pasa la monja. Tendría que tener cuajo.
-Haga su labor, hermana, pero le ruego que no se le vaya la mano con las tijeras. Aunque desvencijada, no me queda otra.
Era el más díscolo de toda la residencia y habían amenazado con expulsarle del centro, pero él decía que si no lo hacían no era por caridad sino por dineros. “Me dejo aquí todos los meses mis buenos miles de duros”. Chocheces de Florentino.
Yo veía en sus ojos color tabaco una tristeza destructiva y a través de los bifocales la mirada del mutilado enfocaba hacia un punto inconcreto de una desesperación antigua, algo que no tendrá solución mientras el mundo sea mundo, porque esto no se arregla. ¿Adónde se habrá metido el maestro de justicia? Era una desesperación que yo también compartía. Sin reparar en ello, me estaba convirtiendo en el hermano de aquel veterano de una guerra en que se proclamó vencedor pero al que una postguerra larga, tediosa y envenenada de odios, había señalado como perdedor al albur de aquella bramadera infernal. Yo también era un vencido cuando cada martes metía en mi coche un par de maletas de libros de  calidad, colocaba los apeos o burros para montar el tenderete y los exponía bajo los soportales de la plaza. Me daba cierta vergüenza al principio pero luego al caer de las pesetas -tan sólo en una ocasión no vendí ni un ejemplar- me desembaracé de ese reparo.
“Aquello ya pasó, tuvo su tiempo, era bueno para entonces, pero ya nada”. Y se presentaba Florentino en el carrito de su derrota, mirando para mí con ojos observadores, casi amenazantes de mochuelo de las encinas, como una especie de arcángel maléfico, heraldo de la desdicha y de la nada que nos circunda.
-Libros ¿para qué? No hacen ninguna falta. De grado los quemaría todos.
Había en sus gestos una grandiosidad trágica, algo que recordaba al panteón de los Inválidos de París o a las murallas de Ávila. “A través de esa mirada con que bieldas mi nostalgia por algo que no pudo ser”.
-Tu fracaso es mi fracaso. Yo también he sido como tú un soñador, un falangista.
-¿A qué vienes a este pueblo?
-A reclinar mi alma. Es la que más amó, nuestra reina, la reina de España. Aquí se fraguó la unidad nacional que intentan malograr los de la infausta clase política. Si te cuadra, puedes entender que no me mueve a subir hasta aquí el ánimo de ganancia ni el lucro. Esto es el principio de una hégira, de una peregrinación cargada de simbolismo místico.
Se cuadró ante mí incorporandose sobre el hule de su silla de ruedas automotriz, finchó un tanto los carrillos y en ese momento mi interlocutor dejó de ser un autillo que yo conocía para adoptar el careo y las maneras de una clueca. Parecía una fantasmal nave romana que surcara los océanos sedimentados de la meseta (otrora Castilla fue mar) dejando un surco rozagante de espumo tras el aplustro de popa:


-Aquí no hay nada. Sólo retórica. El sepulcro de María de Guevara está vacío,  la casa de doña Germana de Foix, hundido, lo mismo que el palacio del contador Cuéllar, donde vivió el alcalde Ronquillo y que estos legaron a los jesuitas para que estableciesen su primera sede central en la tarraconense.
“Pingües et bona pota”. Me imaginé a la segunda mujer de Fernando de Aragón de banquete en banquete y con tanta inclinación al traguillo que dormía con una jarro de mosto entre los dedos y la tenían que recoger por los pasillos, estaba como una cuba y a aquel joven vizcaitarra algo inquieto que fue del cortejo de los seises, una recomendación del duque de Nájera lo trajo a la corte de Isabel de Castilla, fue pendenciero y algo enamoradizo, nada comunero y caballeresco de mentalidad. Conseguiría por su carácter escasas amistades, ya que era retraído, orgulloso y pagado de sí mismo.
“Tú tienes la cifra que me clava a estos tesos circundados por la tristeza clara de las vegas de dos ríos, Arevalillo y Adaja. Me llenas del ansia de España”. “Bah, retóricas que pierden mi alma”.
-Mi lesión fue un sacrificio baldío. -dijo el Cojo de Mamblas- ¡Mira que haber ofrendado yo mi vida para esto! Pero la culpa la tienen los curas. José Antonio, que fue mi líder, vio el peligro y ya postulaba una iglesia nacional, independiente de Roma.
Sus palabras de un brío lapidario  expresado en un tono de voz angustiosas valían tanto como el vaticinio de un profeta del desencanto y yo venía a la villa de los siete linajes a perderme en su historia empapado del espejismo de una gran danza heráldica de boceles, riostras, barras siniestras y lambeles de bastardos y segundones, roeles y escusones, emblemas de la guerra, el coraje y el valor. Sin darme cuenta me dejaba abrevar por una quimera. Con mis libros a cuestas volvía a la caza de seres fantasmagóricos: el aguila de dos cabezas, la hidra, la sirena, la arpía, el unicornio, el ave fénix, la esfinge y el centauro.
Las baladronadas de aquel pobre mutilado, de una residencia de la tercera edad, eran las voces, la prosa sin peinar, el trasfondo de la poesía que otros proclamaron, de los caídos por Dios y por España. Todos mis blasones se derrumbaron con lo que me dijo Florentino. Sin embargo, aquel paisaje berroqueño que rodea a la plaza, y que nunca me cansaré de mirar, deformado por mi entusiasmo por la arqueología y mi vocación romántico por el pasado, sin lograr abarcarlo plenamente.  El emanantismo castellano, esa constante advertencia trascendente, se nos escapa, aunque nuestra religión tapizada por encima de catolicismo barroco encubra las verdaderas adherencias ancestrales del culto sincretista y pagano.
En el antiguo emporio de los arévacos he sentido con frecuencia que mi verdadero dios no es el que es grande en el Sinaí sino Baco, puerta de Jupiter, y mis constantes visitas a las Angustias, abuela venerable atalajada de rico manto y siete cuchillos de oro al pecho, eran una excusa para venerar a Cibeles, pero no lo encontré de aquella endecha: mi amigo Floro el falangista acababa de matarse.          



Querida Pickle: Ya  ves. No sabía como llamarte, hija donde quieras que estés. En cualquier caso, me dispongo a realizar este ensalmo epistolar en la esperanza de que por un milagro de la telepatía, o una de esas casualidades, de esta sociedad confluente, afluente e interactiva, que nos embarga (verdaderamente, nunca ha estado la gente tan lejos y tan sola en medio de tanta comunicación) escuches las notas de este clarín desafinado o melodía sin compás   con que convoco a las fuerzas telúricas. Siempre tiene esperanza el naufrago al arrojar a las olas la botella. ¿O  no?


Yo te saludo desde el umbral de mi senectud. No quiero un campo epinicio pues lo de “morituri” se lo dejo para mis enemigos, sino una loa a la vida, y un canto al amor, que quede para la posterioridad, aunque, sin alharacas, ni excesivas pretensiones. No he sido un hombre acomodaticio, ni poeta laureado, ni ando con las camisas y los vuelos de los capotes del

-¿Te acuerdas cuando ibamos a bailar al “Rancho Criollo?”
-Quien me iba a decir a mí que por ese lugar habría de pasar yo todos los días camino del trabajo. Aquel lugar tan exótico y macanudo me parecía el Finisterre de la civilización. De joven uno tiene corazonadas que luego se cumplen.
-Muchos pecados cometiste.  Tienes un buen saco. De ellos habrás de dar razón.
-¡Misericordia, Díos mío! Miro hacia atrás y no hay más que borracheras, humo, cigarros a medio apagar. Rimeros de libros leídos y por leer.
-Y no has llegado a nada. No eres más que un vagabundo, aunque te des ínfulas de hombre respetable en la trasera de la guagua del trayecto Moncloa-Brunete.
-Pero ¡que cosas dices! Esta tarde te ha dado llorona. Te voy a contar cosas un poco más alegres. Al “Rancho Criollo” traía yo a bailar en mi 600 recién comprado y que era de un pálido color verde botella mis primeras novias. Una se llamaba Milagritos, la otra Bumelia, que era una placentina hermana de un jesuita, y otra se llamaba Mariascen. También creo que llevé a tu madre, cuando vino a Madrid. En la pista llamábamos la atención. Hacíamos buena pareja. Radegunda se traía un aire con Petula Clark. Verdaderamente era una rosa inglesa. Ay si pudiesen hablar las techumbres de bálago de aquel local construido al estilo de una estancia en plena pampa.
-Hoy te dan calor los recuerdos.
-Años que no volverán. Pero a lo largo de este tiempo he visto crecer a la ciudad. Se ha transformado en un monstruo desconocido que ya no me pertenece.


Aquel diccionario te lo envié por correo, Helen, aunque no sé si llegaría a tus manos puesto que de últimas un duende se ha colocado en mi existencia y me está haciendo pagar todas juntas por la que hice entonces. Parece como si la Providencia me hubiese retirado su favor.
He de comulgar con las ruedas de molino de la desgracia y del deshonor y no tengo ni un día bueno. Ni empresa que acometo se concluya. Ni sueño que acaricie que no se vuelve dinamita contra mí. Tras de tiempos vinieron tiempos y estos son más amargos que aquellos años de  vida dulzura cuando todo salía a pedir de boca.
Hasta el extremo que a veces pienso que el diablo viene detrás royendo los calcaños y hay una voz incriminatoria que me dice muerete, no te queremos, pasó tu hora, ya no perteneces a este mundo. Y hasta hay ahí en eso extraños duendes postales que impiden que mis cartas lleguen a su destinatario porque hay alguien que pone las señas del revés.
Sin embargo ahí están estas benditas palabras para recordarme el ardor de mi juventud. Me traen la llama de aquel verano estelar que cruzó igual que un soplo mi existencia alzandose desde las premisas trinitarias de tres sustantivos. Hops, plums, strawberries.
Pertenezco, Alquín, a una generación obsesionado con el conocimiento para la cual las palabras son algo muy importante. y en esas palabras mágicas vivo enfrascado que son atolón de mis recuerdos. Bufa el humo de mis pipadas. Existe siempre una sensación de hambre y de cansancio y un complejo de culpa ante la báscula.


-Desparramate en el sillón y toma el mando. Hacer el zapping se ha convertido en tu distracción favorita. Que no se diga con lo bonica que tú eras y lo guapa que tú estabas.
Ah Nix Rasilis la ciudad donde la juerga no se acaba. Esto es Jauja pero no te creas. Puede que las paguemos todas juntas. Este es el llanto de don Rodrigo en su Cava y llegan sin cesar chicas con la maleta, mujeres extranjeras a parir. oye, nada podemos hacer. Beber chiquitos y quedarnos metidos en el banco, acudir a la manifestación a gritar basta ya y levantando las manos blancas. Gracias a que tenemos democracia y libertad ese Idígoras ha podido morir en la cama y no con un tiro descerrajado en la sien. Los gudaris saludaban la entrada de su cadáver puño en alto y rostro enhiesto. Hay que ver que poco me gustan estos gestos. Las sacatacos ponen música ligera. Todas estas pegadizas canciones son una birria pero nos ayudan a seguir tirando. ¡Oh, tú, Nix Rasilis! ¡Oh, bendita negra de san Francisco. Hay que ir con el caos. Dejar que la ola te surmonte para que no nos arrolle el torbellino. Ser literato confeso es una de las pocas cosas obscenas que se puede ser en el siglo XXI cuando las tablas de la ley han saltado hechas pedazos, las multitudes nos desbordan pues ha estallado en alguna parte la bomba de Mao y cunde el efecto llamada cruel eufemismo que se han desenfundado los repipis para no llamar las cosas y evitar pronunciar la palabra maldita: invasión en toda la regla.  Nos desborda un aluvión de chatarra humana y se cuestiona en verdad algunas de las enseñanzas evangélicas que el hombre vale mucho que está hecho a imagen y semejanza de dios y que es templo del espíritu santo. Esto no es mi juicio sino un poco tartarinesco. Hay quien nos desborda la página pero la verdad subyace, ínclita, al resguardo del morrillo de los diccionarios como un tesoro escondido. En sus páginas estudiaba yo las lascas astrales. Todas las paganías. Todas las skepsis que nos brindaron los intelectuales de poca monta. Sin embargo, todo hay que decirlo: fueron los intelectuales los que sirvieron en bandeja la masacre. Desde entonces siempre pegando volantines la vida española. Yo te haré partícipe de mis tesoros.¿De veras? Después de la contienda se nos quedó el mundo hecho un retrete.  Olía mal por todas partes. El hambre, el robo, el adulterio, la promiscuidad, el hedor de los rapaces abandonados sin hogar, secuela de las bombas, los gamines que siempre aparecen después de las fiestas, entre las ruinas de las bombas y los solares arrasados. No fui puro, me quedé agazapado en un rincón de la taberna. La verdad es que siempre fuiste un valentón tabernario, algo tartarinesco. ¿Qué podíamos hacer? Se nos llegaba el ruejo de golpe. Joven, estos tíos nos machacan. Y allí estaba la tríbada sentada en lo alto de la planta noble. Era una bollera pepera, católica y cruel mentira de las españas ensangrentadas. Me sumí en la sima de las reflexiones y noté el pasar de borrasca.