¡Malditos seáis!
Dónde estaba Dios cuando ardían judíos en los hornos de Birke-nau o Auschwitz?... ¿dónde estaba Dios?, declaró contrito Benedicto XVI cuando en 2006 visitó ese campo de concentración... ¿y dónde está Dios cuando el brutal asedio militar judío mata hoy con bombas y hambre perra a tantísimos niños en la Gaza devastada que un tarado sueña convertir en resort de lujo?... ¿y dónde andaba Dios en esa imagen de anteayer que todos vimos en teles y papeles con un agobiado tropel de niños palestinos sucios y harapientos apelotonándose a codazos ante un puesto de auxilio alimentario, atropellando a los más renacuajos y gritando su tormento ante unas ollas vaciadas a toda prisa de una especie de pastoso puré amarillo que parecía engrudo o comida de pocilga, niños desesperados enarbolando cazuelas y escudillas vacías, voceando su turno y clamando compasión con los ojos?... ¡dame, dame!, insistían gritando... ¿dónde estaba Dios?... ¿quizá sólo ocupado en la Roma purpurada para inspirar a los cardenales el voto que dicta el Espíritu Santo y que elegirá al Vicario de un Cristo en la Tierra que también nació judío?...
La imagen de esos niños estremece como pocas puedan hacerlo. ¿Puede haber alguien a quien no se le abran las entrañas y se le subleve el alma enfurecida ante una escena de tantísima tragedia y crueldad?... ¡esos niñitos desesperados!... ¿hay alguna estampa más espantosa?... Su tripa vacía ya sabe que Dios sólo se les aparece si viene en forma de pan; del otro Dios de los rezos no saben nada, nada de nada, ni de este, ni del suyo, ni de los dioses del Olimpo, del espectáculo o de la Bolsa... dioses del silencio y de la mirada a otro lado, nuestros dioses. Y si Jesucristo dijo «quienes escandalizaren a uno solo de estos niños más les valdría atarse una piedra de molino al cuello y arrojarse al mar», ¿qué les diría a los que atormentan a un niño quitándole el pan de la boca o matándole de hambre?... no es aventurado suponer que si con rotunda claridad lanzó maldiciones a los escribas, a los fariseos, a los comerciantes del templo o a una higuera por no haberle dado el fruto que esperaba, de su verbo sólo podría salir un ¡malditos seáis!

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