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domingo, 10 de febrero de 2019


CLARÍN Y LOS ARCHIVEROS

Antonio Parra

Si Clarín volviera yo sería su escudero qué buen caballero era. Dámaso Alonso me ayuda a definir un tanto mis sentimientos a la hora de marcar mi sorpresa y mi gozo ante la noticia de que un archivero e investigador francés acaba de descubrir mucho de lo que los clarinianos sospechaban mas sin pruebas: que el autor de Vetustas dejó en pos de sí una obra ingente que ha sido rastreada en miles de artículos o paliques – así él los definía- esparcidos a lo largo de  cientos de publicaciones periódicas y papeles volanderos de la época. Esta summa opera omnia ocupa nueve tomos. Ha sido todo un clarinazo valga la redundancia. También se cumplen los pronósticos que me hacía hace veinticinco años Gonzalo Soberano sobre el estado inédito del 75 por ciento de los trabajos.
Don Leopoldo Alas fue un archivo viviente, un espejo do se mira la sociedad de su tiempo. Vivió y murió en periodista. ¿Grafómano? Algo mucho más que eso. Las generaciones venideras debieran imitar su ejemplo, su compromiso con la literatura, con la Patria y la belleza. Hay en todos sus libros esa pulsión o brillo que deslumbra, ese fucilazo de la torre derribada por el rayo, necesaria a aquellos que anden en compromiso y trato con las musas. Aquellos que no posean ese don misterioso fruto del entusiasmo y de la intuición mejor abstenerse. Acabarán redactando prosas embolismáticas, repetitivas, garbanceras.
 Esta recopilación fue llevada a cabo por un equipo de especialistas dirigidos – según leemos en la prensa- por el profesor Botrel catedrático de la universidad de Alta Bretaña. Gracias a ellos se amontonan en parva suculenta más de 15 regentas”. Hoy Calíope musa de la creación literaria y Clío de la Historia creo que están de fiesta. Clarín después de Quevedo [Cervantes, Lope, Tirso, Calderón, Aldecoa, Cela y Tomás Salvador, Palacio Valdés, Perez de Ayala son punto y aparte] es el gran domador del idioma.
Para mí ha sido no solamente un padre literario y la norma  o taxonomía estética sino acaso también un profeta. He visto retazos de mi existencia reflejados en su Regenta o en algunos de sus maravillosos cuentos morales como el Cura de vericueto, Pipá, El sustituto, Adios Cordera, etc. Todos ellos piezas maestras y de su mano mi vida rodó hacia Asturias. Me casé con una brava  moza residente en la ovetense calle Leopoldo Alas y he sido feliz en la pomarada de Doña Berta y he recorrido  las sebes y cercas caminos de romerías y aldeas que él describe con pulso certero. Hasta cortejé ambaxiu el horreo y fui a la mar sentado en el carel de una barca sin pescador. Recé con harto fervor en esas iglesias rurales perdidas entre ribazos y somontes de los concejos más lejanos de aquella provincia (qué bonita palabra cuando hoy sólo se habla de nacionalidades) en plena braña.
 En fin que a mí me nacieron en Segovia como a él lo nacieron en Zamora pero me siento astur por muchos costados y puedo decir con Gerardo Diego soy de Oviedo y no conozco el miedo, digótelo yo fiu. Y con mucho orgullo además. Morir quisiera cerca de la corredoria a la sombra de los soportales del Fontán. Clarín amén del asturiano universal es uno de los autores españoles más traducidos a otras vernáculas. Su obra, un tesoro que crecerá con el paso del tiempo, sin dármelas de agorero pero aquellos que me leen saben que soy un poco profeta. No en mi tierra, claro está.
 Este acopio de los miles de artículos periodísticos del profesor Borrel e Ivan Lissourges se suma a los concienzudos estudios existentes sobre la personalidad del autor ovetense: Juan Antonio Cabezas, Posada, Sobejano, Carolyn Richmond y Bugeda. Si los italianos lo he oído esta mañana en la RAI tienen al Padre Pío que incluso supera a san Antonio en protección (escribo esto el Día de todos los Santos del 2006) por santo intercesor los que escribimos en España invocamos a Clarín con ardor. Es nuestro santo laico. Pequeñito y con impertinentes, barbitaheño algo miope, un es no es mala leche pero en el fondo un cacho pan y en el pleno sentido de la palabra  bueno y un cristiano transversal porque el cristianismo impregna sus páginas. Contrario al sambenito que se le achaca de anticlerical en el fondo creo que era un místico. Y un tirillas de pluma temible que decía que la literatura no da para cenar pero puede dar para merendar (ahora ni eso) y que escribió incesantemente. El cálamo clariniano en movimiento, el todo Madrid de los literatos se echaba a temblar. Por eso siempre le llamaron el “provinciano universal”.
Su prosa es una fuente irrestañable de ideas y de hallazgos estéticos, testimonio evidente de lo que puede dar de sí una lengua tan maravillosa ahora mal hablada y mal escrita como el castellano. Siempre anduvo un poco a la contra. Al menos se acreditó con el título del mejor crítico que hubo en nuestras letras y maestro de columnistas. Eso sobre todo: un faro al que hay que mirar. Los que hay hoy ganan mucho más dinero pero son más torpes y ocupan mucho cacho.
Si nuestro don Leopoldo resucitara nos correría a gorrazos al comprobar como el templo de la literatura ha sido profanado por advenedizos y los jóvenes que vienen albergan muy escasas esperanzas. En la actualidad para publicar un libro hay que ser de la cáscara amarga, plagiario o lucir tu palmito en la pequeña pantalla. Pero no pasa nada. Tales rigores -insensibilidad, mala conllevancia, bobería, lameculismo y cursilería- mandan en plaza. La crítica por contera esclava del marketing se nos ha vuelto mercenaria. Mas, ni por esas no cejo yo en mi demanda. Sigamos con viento y marea.
 Émulo de sus pasos vivo en escritor y me siento archivero e investigador y aunque ladren cabalgamos. Un día de estos amanecerá tovarich y se hará justicia. El tiempo pues esto parece una conjura de los necios o un rebaño de borregos al husmo de la cayada de los petrodólares del rabadán que manda los pondrá a todos en su sitio. Por eso si Clarín volviera yo sería su escudero. ¡Qué gran caballero era! Hace un cuarto de siglo con motivo de traducirse al inglés la Regenta este amanuense servidor de Vds. escribía lo siguiente:  

“Yo no soy novelista; sólo un padre de familia que tiene todos los días que dar de comer a sus hijos y que no conoce otra industria que la de gacetillero trascendental. Mi única vocación es leer pero por leer no pagan y se estropean los ojos...Es muy poco dinero lo que dan en esta profesión por trabajar mucho”, así se quejaba en una de sus muchas cartas autógrafas a Galdós don Leopoldo Alas “Clarín” una noche de agosto después de venir de una romería donde merendó con un grupo de señores curas.
 En esa misma carta también se quejaba el escritor de ardores de estómago (una dolencia estomacal le llevaría a la tumba). Esta confesión de parte refleja la compleja personalidad del ovetense: don de la humildad y de la sencillez en comunión con el humor y la ternura. En las letras sólo se consideraba uno de a pié que militaba en un batallón provinciano de infantería. Escribía para comer y sus artículos y apliques los enhebraba de una sentada. Hoy al leerlos todavía resuman esa fragancia y frescura que tienen las piezas magistrales.
Escritas en estilo contráctil, vibrante, dechados de perfección y auténticos paradigmas de un periodismo pungente y combativo donde, al igual que Larra, caricaturizó a la sociedad española pero sin el pesimismo ni la acrimonia de Larra. Todo bajo el calidoscopio de la ternura y ese ingenio suyo tan típicamente Satur. En Oviedo todavía se le recuerda. Aquel profesor menudito rubio como una panocha que pasaba apresurado por la plaza del Fontán a las nueve de la mañana camino de la universidad. Don Leopoldo trasnochaba mucho trabajando a la luz del quinqué en su despacho de la calle Campomanes. Ya en el aula se excusaría ante los alumnos por su cara demacrada y su mal cuerpo. Había pasado la noche escribiendo su colaboración para el Solfeo o para el Universal.
“Son cuarenta y tres reales que me vendrán bien este mes para pagar al casero a la modista de mi mujer. Señores, a veces razones demasiado pedestres mueven nuestra pluma. Pero un hombre de letras también tiene que comer... Después de la cátedra todos los días entre semana se pasaba por la casa de su madre “donde rezamos el Ángelus al mediodía y me tomo un caldo”. Llevaba una vida sencilla de hombre modesto y no tomaba la diligencia de la corte más que cuando no quedaba otro remedio. Temía el valetudinario don Leopoldo a las corrientes de Madrid y a esos aires finos del Guadarrama “que se clavaban en el vientre como hojas de navaja”. Madrid por su parte también le temía a él cuando ejercía la crítica y publicaba alguno de sus innumerables paliques en los que el maestro asturiano se ponía el mundo por montera entrando a saco contra la pedantería y estupidez de algunos literatos de la Corte. El prefirió el aurea mediocritas de su Vetusta donde entre clase y clase, entre colaboración y colaboración, escribe la mejor novela del siglo XIX y tal vez de la literatura castellana La Regenta. Clarín es un poco el genio incandescente quien mal a su pesar entre sus pequeñas lacerias corporales entre la caspa y aquellas malas digestiones y estreñimientos que exacerban su hipersensibilidad y sus nervios, el provinciano universal, aportaría al arte de escribir un nuevo concepto estético y legaría a la personalidad un manojo de cuentos insuperables, novelas y sobre todo artículos periodísticos. Todos los que escriben debieran mirarse en el espejo de Alas para verse a sí mismos. En sus frustraciones, en los gozos y las sombras del hallazgo del sentimiento estético, en sus desencantos e ilusiones. Trabajar mucho para que paguen poco y sin embargo el arte de escribir es un oficio maravilloso. Clarín tenía un violín y yo le escuchado sonar muchas tardes en mis atardeceres asturianos de terciopelo. Justamente hoy 13 de junio se cumplen 80 años de su muerte.
 Murió a los 49 Años un jueves de Corpus  de 1901 cuando los huertos y pomaradas asturianas se alfombraban de “cereces”. Los médicos le habían diagnosticado una tuberculosis intestinal en último grado. Esa fue quizás la causa de su muerte física. La espiritual era muy otra. Murió exhausto con la pluma en la mano a causa del mucho escribir y el mucho sentir. Su vida fue corta pero intensa. Al fin acusó el esfuerzo de sus días derramando su vida y su juventud sobre las cuartillas. Dice Adolfo Posada condiscípulo y amigo entrañable y uno de los que le acompañaron hasta la postrer morada en el cementerio de San Salvador que “aquel día de Corpus amaneció esplendoroso y que cantaba un ruiseñor mientras velaban su cadáver sobre la rama de castaño del jardín en su casa de la Cuesta de Santo Domingo pero  luego se puso a orvallar, cesó el canto del golorito y Rosa, Pinín y la cordera desde las cornisas mágicas de ese mundo creado por Clarín se quedaron desolados llorando junto a los postes del ferrocarril recién inaugurado.
 Don Leopoldo se murió sin prever que algún día los críticos tras un periodo de arrinconamiento e incomprensión poco razonables iban a rescatarlo del olvido hasta convertirlo en figura señera de las letras hispanas donde brilla con luz propia en medio de la estrellería de los grandes – Quevedo, Lope, Cervantes, Tirso, Pérez Galdós- a este último mucho admiraba y quería parecerse pero yo pienso que  el asturiano supera la novelística del canario. En el LXXX aniversario de clarín han sido organizados diversos actos de homenaje en su ciudad natal. La publicación Cuadernos del Norte le ha dedicado un número completo y en Madrid el profesor de la Universidad de Filadelfia Gonzalo Sobejano acaba de impartir ciclo de conferencias sobre la obra y personalidad de este escritor cuya figura resplandece más que nunca puesto que vivimos tiempos similares a los de la Restauración un período de crisis y de efervescencia intelectual. En aquel tiempo clarín se mostró el gran liberal de espíritu tolerante que mostraba aversión por todo dogmatismo fuere del signo que fuese. Por eso fue relegado e incomprendido. `Porque iba por la vida sin comodines ni de unos ni de otros. Los neos le acusaban de krausista y anticlerical por su amistad con Giner de los Ríos. Sin embargo esta imagen de Clarín librepensador y descreído cuadra poco con la del catedrático que va a ver a su madre a mediodía para rezar con ella el Ángelus. También confraternizaba con los canónigos y era muy amigo del obispo Vigil que regía la diócesis ovetense. Los acatas y republicanos le denunciaban de carca echándole en cara su tufillo a sacristía.
Contradicciones de la personalidad del literato apasionado de la libertad de conciencia y un apóstol de la ciencia siguiendo los pasos inaugurados en Asturias por Jovellanos. Alas en cuyas páginas brilla un aliento de profecía en uno de sus cuentos El Jornalero con un siglo de anticipación vaticina nuestra guerra civil así como la muerte de su hijo Adolfo fusilado en enero de 1937 por los nacionales. En esta novela corta narra el drama de un pobre intelectual que se pasa el día entre libros consultando libros y legajos en la biblioteca municipal. Una noche al salir del establecimiento una partida de milicianos que iba gritando vivas a la constitución y mueras al rey detiene a este pobre jornalero de las letras. Hombre no hagáis eso. Yo soy de los vuestros. Consigue convencer al jefe de la facción y al fin lo sueltan pero unos pasos más adelante cae en manos de otra manifestación de signo contrario. Era un tropel de soldados encargados de sofocar la rebelión.
Es a su vez habido bajo sospechas de libertario y republicano. En esta ocasión no le valen al hombre sus recursos oratorios y es pasado por las armas ipso facto. “Vidal – así termina la historia- pasaba a mejor vida por la vía sumaria de los cuatro tiritos muy conservadores”. Mesiánico Clarín que desde este cuento parece intuir la tragedia que se avecinaba y en la que sería victima su hijo, su único hijo (es el título de su segunda novela larga). En su dia el Diario Ya publicó una tanda de conferencias de Sobejano en la Fundación March. La semana pasada nosotros mantuvimos una larga charla con el erudito que lleva más de cinco lustros estudiando la obra del eximio ovetense y que además acaba de dar a la estampa una nueva edición de La Regenta con notas explicativas y refundiendo las dos versiones que del texto de esta novela hizo en su día el autor. Hemos querido destacar los puntos fundamentales de la visión crítica de Sobejano: 1) Un 75 por ciento de la obra periodística y cuentista está sin recoger. Clarín dotado de una gran facilidad y garra escribió mucho y desparramó su ingenio por mil y una publicaciones hoy perdidas que fueron periódicas en su día pero hoy desaparecidas y bien olvidadas. 2) Clarín es el autor más moderno del siglo XIX. Tiene percepciones muy certeras sobre el ser de España y los españoles. Por ese motivo su figura y realce anda cobrando una popularidad y un relieve inusitado entre los estudiosos.  En las universidades norteamericanas el interés por Clarín está a punto de destronar a Galdos que era el más leído y reconocido allí. 3) La Regenta va a ser vertida al inglés por primera vez por la Penguin bajo el título de The Judges´wife en otoño. Otros aspectos de la personalidad de Clarín son según Sobejano los siguientes: su estilo terso y transparente, su amor a la naturaleza. De hecho él resulta nuestro primer ecologista. Sabe cantar como nadie a lo largo de sus poemas en prosa aquellas hermosas praderías y sebes de un verde rutilo, esos hórreos y esas casonas blasonadas de la su tierra cuyas gentes aun mantienen en el decir la dulce querencia del bable. Clarín nos contó cómo era ese mundo idílico antes de la llegada del ferrocarril o que lo destruyera la revolución industrial. Hay en el humor tierno y una ironía sagaz que algunas veces llega a ser socarronería del carbayón. Y tuvo convicciones católicas muy arraigadas a pesar de haber sentado plaza de descr4eído. Todos estos atributos le convierten en una personalidad atrayente capaz de codearse con literatos de su tiempo como Chejov o Ibsen. Al menos a clarín siempre hay que volver. Releer sus páginas pues toda su obra es un tonificante contra la vulgaridad y desgana que arrastra la vida moderna. Supo fijarse en lo trascendental del paso del hombre por la tierra y es cifra y compendio de todo ese quijotismo mesiánico que recorre las venas seculares de la vida española. Sus libros acaso sirvan para explicar nuestro propio laberinto.



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